Es indispensable la prevención. Pero muy distinto es el pánico o el miedo, un sentimiento a menudo irracional que sólo conlleva actuaciones a golpe de impulsos.
La epidemia del coronavirus sigue diferentes caminos. Por un lado la OMS (Organización Mundial de la Salud) ha confirmado el descenso en su ritmo de expansión en China, pero por otro la aparición de casos en cinco nuevos países ha avivado la inquietud.
Al escribir estas líneas la cifra de fallecidos se aproxima a los 2.700 y la de contagiados a 80.000 en todo el planeta. A esto hay que sumar que la OMS ha hablado por primera vez de la posibilidad de que la enfermedad se convierta en el futuro en pandemia (un término técnico que hace alusión a protocolos, no a catástrofe apocalíptica).
Es importante reseñar que a pesar de la histeria colectiva y global que ha generado el coronavirus, existen aún rincones del mundo en los que epidemias como el sarampión o la polio matan a más personas que el virus descubierto en Wuhan (China). Y sin embargo han pasado desapercibidas.
Por ejemplo la República Democrática del Congo (RDC) además de la décima epidemia de ébola (con un 40-50% de mortalidad) sufre el peor brote de sarampión en los últimos diez años y el mayor que hay actualmente activo en todo el mundo, con 310.000 casos diagnosticados y 6.000 fallecidos en 2019, en su mayoría niños, según cifras de la OMS y Médicos sin Fronteras (MSF). Enfermedades curables con una simple vacuna pero que siguen sin que aparentemente los grandes medios y sistemas políticos se preocupen por ello.
Otro ejemplo. El brote de coronavirus ha coincidido con los máximos epidemiológicos de gripe en el hemisferio norte. Los tipos de gripe más habituales (gripe A, en España) dejan más muertes a nivel global que el coronavirus (siempre a la espera de ver el comportamiento de ambas epidemias en las próximas semanas).
En España, más de 6.300 personas murieron la pasada temporada de 2019 por complicaciones derivadas de la infección gripal común. Desde el inicio de la actual temporada de gripe, la mortalidad entre los casos graves hospitalizados es del 13%, concentrándose el 79% de los casos en los mayores de 64 años, según el Sistema nacional de vigilancia de la gripe.
Y volviendo al coronavirus, la mortalidad en los casos graves es similar a la gripe. La OMS ha señalado que aproximadamente un 10% de quienes desarrollan una neumonía grave por el coronavirus muere, y menos de uno de cada cinco casos es severo. Como antes dijimos el ébola tiene una letalidad de alrededor del 40 al 50%.
Es decir, de la misma forma que la gripe estacional no resulta particularmente mortífera para el conjunto de la población, tampoco parece por el momento que sea diferente con el nuevo coronavirus.
Esto en nada quita importancia a la epidemia-pandemia de coronavirus, ni a las necesarias medidas de control para frenarlo o detenerlo, pero sí espero que ayude a centrar el escenario en que nos movemos.
Sin duda es indispensable la prevención, es decir, una actuación racional en vistas a eliminar un riesgo. Pero muy distinto es el pánico o el miedo, un sentimiento a menudo irracional que sólo conlleva actuaciones a golpe de impulsos.
En este sentido, veo irresponsable la labor de la mayoría de medios de comunicación que magnifican lo que quieren. Mientras silencian lo que bien (o mal) les parece, como las decenas de miles de cristianos asesinados en Nigeria en la última década.
[destacate]No debemos dejarnos llevar por las corrientes que van y vienen.[/destacate]Y por su parte los políticos actúan a menudo a golpe de opinión pública, queriendo evitar la presión mediática y cualquier responsabilidad, aunque sea a costa de generar miedo o caos ¿Por qué se suspendió el Mobile de Barcelona, mientras que una feria similar se realizó esos mismos días en Holanda?
Los creyentes deberíamos, como aconseja la Palabra, buscar la verdad en todo, y no dejarnos llevar por las corrientes que van y vienen.
Pero hay otra interpretación interesante en torno a lo que ocurre con el coronavirus. Vivimos una sociedad occidental en la que creemos tener el control y así lograr tener paz interior. De la vida y de la muerte, de la salud y la enfermedad, del placer y del futuro. Y cualquier cosa nueva que surge nos da pánico porque demuestra nuestra realidad última: somos reyes desnudos, naves a la deriva, señores de la tierra mínima perdidos en un continente sin horizonte.
Un pánico siempre latente que intentamos ocultar detrás de las pantallas de nuestros móviles, en el interior de nuestras casas seguras, o engalanando nuestras redes sociales. Un pánico que adormecemos a golpe de drogas y adicciones legales e ilegales, mundos ficticios de Netflix y juegos de azar.
Un pánico que forma parte de la naturaleza humana alejada de Dios. Por eso Jesús cada vez que se encuentra con sus discípulos en situaciones trágicas o difíciles (tormentas, tras su crucifixión) les dice siempre las mismas palabras: “Paz a vosotros”.
O antes de morir (Juan 14:27), con esta maravillosa declaración: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”.
Si tenemos a Jesús en el corazón, estará lleno de paz. No como el mundo la da, sino pese al mundo, al coronavirus, a las dificultades, a las enfermedades, e incluso a la muerte. La vida eterna será para quienes creemos en El un auténtico río de paz. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.
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