La arriesgada transgresión de una heroica cristiana egipcia recuerda al bíblico caso de las hijas de Zelofehad.
El pasado 10 de febrero el periódico El Mundo publicaba una noticia titulada: “La cristiana egipcia que desafió a la 'sharia' y ha logrado la misma herencia que sus hermanos”.
El diario explicaba cómo “cuando su padre falleció hace un año, Hoda Nasrala se dio de bruces con una realidad inesperada: a pesar de pertenecer a la minoría cristiana egipcia, debía someterse a los preceptos de la "sharia" (legislación islámica) y -según sus dictados- recibir la mitad de la herencia que sus hermanos varones. […] Lejos de resignarse, Hoda inauguró entonces un litigio legal que -tres jueces después- acaba de concluir a su favor, en una decisión histórica […] La minoría cristiana -que representa en torno al 8% por ciento de los 100 millones de egipcios- ha resuelto la transmisión de las herencias familiares en virtud de los preceptos del credo mayoritario […] El mensaje principal ha sido que esto es una demanda estrictamente cristiana”.
La arriesgada trasgresión de esta heroica egipcia recuerda al bíblico caso de las hijas de Zelofehad. En aquel tiempo se estableció que las hijas no podían heredar posesión de su padre por ser mujeres (Números 26, 52-56).
Sin embargo, las hijas del fallecido Zelofehad protestaron a Moisés porque consideraron injusto no recibir herencia por una cuestión de género. Ante esta reclamación algo se movió en Moisés, quien “fue a consultar a Dios, y Dios le contestó: “Las hijas de Selofhad tienen razón. Dales el terreno que era de su padre” (Números 27, 7).
Lo que aquí vemos es un grupo de mujeres que decidió no callarse sino protestar contra unas normas supuestamente sagradas que sin embargo las discriminaban. Pero la sorpresa viene cuando Dios les da la razón a ellas. Se trataba de un acto de justicia e igualdad que ilumina cómo debe ser nuestro caminar cristiano.
En el libro de Números Dios se alinea con esta protesta que opta por un avance más justo de lo que se había dicho anteriormente. Es una especie de adelanto de aquellos “Se os dijo… pero yo os digo” que traería Jesús y que los cristianos estamos llamados a seguir desarrollando con el discernimiento del Espíritu Santo y la mirada puesta en Cristo.
Jesús es la clave para interpretar cómo deben ser los cambio en situaciones actuales que quizás no fueron tratadas directamente en Las Escrituras o que se sí se abordaron pero asumiendo los límites de una cultura caída, opresora y muy desigual. Pero el reto para el avance del Reino sigue vivo porque viene de quien dijo que “es necesario echar el vino nuevo en odres nuevos” (Lucas 5, 38).
En otros estudios tratamos de explicar[1] cómo algunos textos bíblicos del tipo “Que la mujer calle (1ª Co. 14, 34-35)” no deberían ser entendidos como mandatos atemporales o ideales afines al corazón de Dios sino como medidas coyunturales que trataron de solucionar problemas concretos de aquel tiempo y momento. El mismo apóstol así lo explica en sus cartas (consultar el estudio referenciado en el link abajo).
El caso es que Majlá, Noa, Joglá, Milca y Tirsá, las hijas de Zelofehad, no hubieran cambiado la historia hacia una situación más justa si hubieran acatado los roles culturales de silencio y sometimiento patriarcal que muchos cristianos hoy siguen defendiendo desde una lectura, a mi juicio, muy descontextualizada de La Biblia.
Sin embargo, hoy hermanas valientes como Hoda Nsrala han preferido seguir el ejemplo de aquellas mujeres de quienes dice La Biblia que Dios se puso de su parte contra la ley establecida. Como dice la noticia, “el mensaje principal [de la reclamación de Hoda] ha sido que esto es una demanda estrictamente cristiana”, algo que como creyentes nos llena de sano orgullo.
El ejemplo de Hoda demuestra que cuando el evangelio se entiende desde Jesús, la credibilidad de la fe se hace imparable y conquistadora. Y credibilidad es algo que hoy necesitamos, más que nunca, como iglesia.
Cuando el evangelio nace de la sed de justicia, y no del legalismo o las ansias de poder, se levanta un evangelio poderoso que funciona a la par que solivianta a los más religiosos. Igual que en tiempos de Jesús. Esta mirada puesta en marginados históricos como las mujeres (entre otros colectivos) genera ese poder de transformación que el mundo sigue necesitando. Y también la Iglesia.
Negarnos a transitar este camino trazado por Jesús es dejar a la iglesia en una zona de merecida irrelevancia en la que grandes sectores religiosos parecen empeñados en colocar. Y esto no será por ceguera del mundo sino por la ceguera religiosa, que es aquella que básicamente confrontó Jesús. Y seguimos igual.
Jesús nos enseña que la revelación no vino para mantener las coyunturas injustas de tiempos pasados. Viene como viento para trastocar cada presente mediante una aplicación atenta y dinámica de esa Palabra de vida llamada a romper ligaduras de impiedad.
Tanto la sociedad como las iglesias necesitamos hordas de Hodas, más hijas e hijos de Zelofehad declaradas en una rebeldía pacífica a la par que contundentemente profética. “Por tanto, nosotros también… despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12, 1-2).
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