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El pin y yo

Todo árbol necesita dos cosas para crecer fuerte: buenas raíces… y viento.

TU BLOG 19 DE FEBRERO DE 2020 20:48 h
Imagen de PublicDomainPictures en Pixabay.

Por Isabel Marín.



Resulta fascinante leer la polémica que el pin parental ha levantado entre los protestantes en España. Confirma de nuevo que los evangélicos patrios seguimos teniendo una cultura reactiva en lugar de proactiva. Seguimos mayormente reaccionando a la realidad en lugar de poner nuestra energía en transformar la realidad, lo cual dice mucho de nuestro concepto de nosotros mismos, del poder de Dios, de nuestro llamado, etc.



Crecí en un pueblo del sur de España en el que éramos la única familia protestante del lugar. Nuestra iglesia, la única de la zona, y situada en otro pueblo distinto al nuestro, estaba a unos cien kilómetros de la siguiente iglesia evangélica más cercana. Era una iglesia pequeña, de unos veinticinco o treinta miembros. Había otros dos chicos de nuestra edad (mis hermanos mayores y yo), y el resto de los críos que asistían fueron, durante años, mis hermanas pequeñas. Yo era la única niña, preadolescente, y luego adolescente cristiana en muchos, muchos kilómetros a la redonda. Estoy segurísima de que muchos lectores españoles saben de lo que hablo porque el caso de nuestra familia no era un caso aislado.



Cuento esto porque cuando leo toda la polémica, comunicados y opiniones publicados sobre el pin parental, pienso en cómo es posible que mis hermanos y yo sobreviviéramos y mantuviéramos nuestra fe siendo prácticamente los únicos críos cristianos de la zona (había dos más). En el colegio, conservatorio, instituto y actividades extraescolares. En muchos kilómetros. Cómo fuimos capaces de mantener una clara identidad protestante en una zona que celebra por todo lo alto cada santo, patrón, virgen y tradición católica posible; o en un pueblo en el que el alcalde está obligado a caminar delante de las procesiones, a lanzar salvas al santo patrón y a apoyar y participar en todas las fiestas católicas del calendario. Cómo sigo siendo cristiana a pesar de haber asistido toda mi vida a escuelas en las que el cura venía todos los miércoles de Ceniza a confesarnos y a hacernos la señal de la cruz; escuelas que organizaban excursiones a misa, donde toda la clase tenía que hacer la protocolaria genuflexión ante el altar; donde empezábamos el día rezando el Padrenuestro y el Ave María y donde las clases de religión fueron siempre obligatorias y en las que se nos preparaba para la comunión y la confirmación y se veneraba al papa como vicario de Cristo. Una zona y una educación, en definitiva, cultural y tradicionalmente católicas en las que no existía espacio mental para las excepciones. Y mira tú por donde, sobrevivimos.



¿Por qué? Porque la verdad es que ni me salté las clases de religión, ni las misas, ni las charlas sobre la comunión o confirmación, ni las visitas del cura. Tampoco, más tarde, las clases de ética en las que Dios se convertía en el principal objeto de burla, ni las de biología y evolución, y ni siquiera las de cómo poner un preservativo, familiarizarse con las enfermedades de transmisión sexual o con las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Debatí los derechos de los homosexuales, escribí y aprobé exámenes sobre el origen de las especies, puse preservativos en penes de plástico y aprendí sobre prácticas sexuales distintas a las que a mí me parecían físicamente interesantes.



Y no perdí la fe. Ni me convertí en católica, ni en lesbiana o atea, ni empecé a adorar a la Madre Tierra, ni peregriné a Roma. ¿Por qué? Por la gracia de Dios, por supuesto. Y porque todo árbol necesita dos cosas para crecer fuerte: buenas raíces… y viento. Gracias a Dios, mis padres y nuestra iglesia local se preocuparon de alimentar las primeras. Biblia, oración, relación, salvación, comunidad (a pesar de lo limitado de nuestro círculo). Y, gracias a Dios también, nuestro pueblo católico y nuestro instituto liberal se ocuparon de proporcionarnos suficiente viento como para que creciéramos fuertes y seguros.



El Biosphere 2 es un experimento en el que los científicos intentaron reproducir las condiciones de vida en una bóveda cerrada (con la idea de demostrar la viabilidad de los ecosistemas ecológicos cerrados en caso de que tengamos que mudarnos a otro planeta). Todo parecía ir bien hasta que se dieron cuenta de que los árboles, una vez alcanzaban una cierta estatura, se doblaban y debilitaban. Con el tiempo, los investigadores descubrieron que los árboles carecían del estrés que la madera necesita para que las raíces crezcan más largas y fuertes, lo cual permite que el árbol se erija seguro en busca de la luz del sol. Ese estrés, tan necesario para mantener el árbol con vida viene… del viento. De las condiciones adversas de las que la protegida bóveda cerrada carecía.



Puede que muchos consideren que elegir criar a tu hija como la única chica cristiana en muchos kilómetros a la redonda y en un contexto abiertamente adverso sea una operación de alto riesgo. O una locura imposible abocada al fracaso. Y, sin embargo, en mi experiencia, lo único que hizo fue fortalecerme. Fortalecernos a todos los hermanos. Y somos siete. Obligarnos a echar raíces más fuertes para resistir los vientos adversos; animarnos a escudriñar y profundizar en nuestra fe y nuestra relación con Dios y con otros creyentes y, también, enseñaros a vivir, amar y formar parte del mundo en el que vivimos. Porque si algo no se conoce, resulta muy difícil amarlo.



Yo me suelo definir orgullosamente como protestante de cultura católica. Ese “bilingüismo cultural” me permite no sólo sentirme cómoda en distintos contextos y entre distinta gente, sin tener por qué identificarme plenamente con ellos, sino también hablar el idioma del mundo en el que vivo. También me ha hecho crecer siendo consciente de las necesidades de dicho mundo y de cómo la diferencia que yo traigo puede transformar vidas. Mi relación con mi mundo no es reactiva sino proactiva.



Crecer siendo una minoría ínfima (la única adolescente protestante de toda una zona geográfica) me ha hecho también ser increíblemente adaptable. Ser adaptable no significa convertirse en. En mi día a día he trabajado con prostitutas, transexuales, cristianos en crisis, supervivientes de abusos sexuales, ateos en busca de respuestas, gente con doctorados y otros sin los estudios más básicos. Y, por la gracia de Dios, me siento cómoda entre todos y con todos. La adversidad, lo diferente, el viento no me asusta porque sé que no es más que el abono de mis raíces.



Si lo pensamos bien, Jesús, siendo Dios, vino al mundo y se encarnó en un ser humano. Se “adaptó” a nosotros y aprendió a hablar nuestro idioma, a comer lo que comíamos y a vivir donde vivíamos. No rehuyó la adversidad, ni al diferente, ni al que retaba su manera de entender al mundo. Discutió con ellos, cenó con ellos, trabó amistad con ellos. Y, lo más importante, lo hizo activa y conscientemente, no a modo de reacción. Jesús sabía quién era, para qué estaba en este mundo, y qué batallas tenía que luchar. Vino al mundo y se mezcló con nosotros. Con personas de todo tipo, género, ideología, pecado, color y sabor. Estuvo presente en medio de los acontecimientos políticos, sociales y culturales de su tiempo. Y con ello, transformó activamente el mundo. Sin temor al viento ni a quienes desafiaban a quien era el Camino, la Verdad y la Vida.



Ahora que soy yo la madre y tengo la tendencia natural a sobreproteger a mi hija, me suelo recordar a menudo la importancia del viento para un crecimiento sano y fuerte. Viento físico, pero también espiritual, cultural, social, económico. El primer viento espiritual de mi infancia fue la omnipresencia del catolicismo. Más tarde, en la adolescencia, la libertad sexual y la continua puesta en cuestión desde todos los ángulos de los valores en los que creía siguieron soplando con fuerza. Hoy en día son otros los vientos y tempestades a los que me enfrento como cristiana.



Benditos vientos, que me hacen echar raíces más profundas y mirar al cielo en busca de la Luz que me da vida.



 



Isabel Marín – Dra. Filolofía Hebrea - Paises Bajos



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COMENTARIOS

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Juan Carlos Parra Valero
24/02/2020
10:15 h
2
 
Gracias por el artículo. Estoy muy de acuerdo, y como español me identifico con tu testimonio. Sin embargo, no creo que hacemos mal en luchar por lo del PinParental. Mi visión va más allá de mis hijos (que están bien enseñados). Afecta a muchas otras familias. Ante una maquinaria de adoctrinamiento poniéndose en marcha, a pasos agigantados y acelerados: ¿Nos quedamos quietos? ¿Somos tan modernos y proactivos como para mirar a otro lado? Voy a luchar y me manifestaré (sin dejar de hacer lo otro).
 

Pepote JOSE
20/02/2020
10:22 h
1
 
Que bien explicado queda por tu parte el pensamiento y el sentir que siempre he tenido respecto a este tema que comentas, coincido plenamente con tu modo de ver todo lo que enfrentamos, me alegro mucho que existan creyentes que sean coherentes con su fe, y con una visión clara de todo lo que nos rodea sin dejarse llevar por la cultura "reactiva". Muchas gracias por exponer tu fe de forma tan clara y concisa
 



 
 
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