Un texto bíblico tergiversado con mucha frecuencia: Génesis 3:17.
Y al hombre dijo Dios: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer,
y comiste del árbol de que te mandé diciendo: no comerás de él...
¿Qué implica que Adán obedeciera a la voz de su mujer, según Génesis 3:17?
A veces vemos en algún texto de la Biblia, más de lo que éste dice y otras, por desgracia, nos quedamos en la superficie y dejamos de ver lo que ella dice por falta de información o incluso, tanto en un caso como en otro, por el interés particular de que un texto concuerde con mi posición teológica tradicional. Esto último se hace sin mala intención; sencillamente, no nos damos cuenta del gran peso que tiene el ver la Biblia con las “gafas” de una posición tradicional determinada.
Podría ser ver la Biblia con las “gafas” del calvinismo o del dispensacionalismo o cualquier otra escuela teológica determinada. Tendencias todas ellas muy respetables, pero que ponen de manifiesto nuestras propias limitaciones, por las que somos condicionados para ver la verdad divina de forma completa en todas su partes.
Pongo por caso, el texto aludido, en el cual Dios le dice a Adán que no debió obedecer a su mujer: "Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer y comiste del árbol de que te mandé..."
Algunos han llegado a la conclusión peregrina y por asociación de ideas con pasajes donde aparentemente se le prohíbe a la mujer "enseñar y ejercer dominio sobre el hombre", (1ªTi.2.11-13) que en estas palabras de Génesis, Dios pone de manifiesto que la mujer no debe tomar la iniciativa para "enseñar" al hombre; que es éste, en todo caso el que lleva el liderazgo y tiene la autoridad sobre la mujer para enseñarle a ella y que por tanto ella no debe enseñarle a él.
Sin embargo, la lectura de esas palabras, teniendo en cuenta el contexto, no parece que el texto diga tanto como eso, ni que ese sea el sentido del mismo.
Al respecto del versículo leído, nos preguntamos:
¿Implican las palabras del Señor a Adán que éste no debió obedecer a su mujer porque Eva era mujer y él era el hombre, el marido, o más bien él no debió obedecer a su mujer porque lo que le dijo su esposa, era algo contrario a lo que Dios le había mandando a él? La respuesta es obvia. ¿O no? Es evidente que esta última interpretación se ajusta más al sentido de todo el pasaje. Es interesante notar que mientras Dios dice a Adán: "Por cuanto obedeciste la voz de tu mujer..." y le recrimina, en otro caso que aparece en Génesis, Dios le dice a Abraham, un varón: "En todo lo que te dijere Sara, oye su voz." (Gén. 21.12)
El sentido, entonces, es claro: Lo que se dice, no importa quién es el que lo diga, sino que lo que diga esté de acuerdo con lo que Dios ha dicho y eso, da igual que sea hombre (Adán, o Abrahán o Ángel Bea); o que sea mujer (Eva, Sara o Lola).
En el caso que estamos considerando, fue Adán quien recibió el mandato de Dios y él lo transmitió a Eva. Pero es que si hubiera sido al revés, una vez que Eva había conocido el mandato divino, si Adán le hubiera instado a desobedecer, ¿qué tenía que hacer ella, obedecerle por cuanto era su marido? Absurdo, ¿verdad? ¿O ahora vamos a caer en lo que muchos líderes de la subcultura “evangélica” dicen: “Tú obedéceme en todo, aunque yo me equivoque; porque tú serás bendecido con tu obediencia y yo tendré que dar cuentas a Dios por ti”? Pues no; el pecado es siempre pecado, da igual quien lo promueva o lo cometa; sea hombre o sea mujer.
Por tanto, sea en el matrimonio, en la Iglesia o en la sociedad, lo que debe importar a los seres humanos, creyentes en este caso, no es quién es el que nos insta a hacer algo, sino que el que lo hace, que sea conforme a la verdad divina, la Palabra de Dios.
Ahora, siguiendo este razonamiento, que en nada pretende tergiversar el texto de Génesis -bastante tergiversado ya por introducir en el mismo una idea que allí no está- vemos que si es verdad que cuando una mujer trata de llevar a su marido por un camino que no es correcto y sabiendo éste que no lo es, no debe obedecerla/seguirla.
Pero también es verdad que cuanto una mujer tiene palabra de Dios y abunda en eso más que aquel, el marido debe obedecer a su esposa. Y esto no porque lleve implícito -ni ella pretenda- "ejercer domino sobre él" sino porque lo que dice, en humildad, (como correspondería hacer también al marido) es lo que mana de un corazón temeroso de Dios: palabras de sabiduría y buen consejo.
Pero eso no es una cuestión de "autoridad", sino de conocimiento y experiencia de la Palabra de vida, que trae ayuda, consuelo, aliento y mutua edificación. Y en la iglesia no debería ser diferente, puesto que la iglesia es la proyección de la vida familiar en un contexto más amplio. Por eso el apóstol Pedro dirá:
"Si alguno (¿alguna?) habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno (¿alguna?) ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén" (1ªP.4.10-11)
Es de suponer que cuando el Apóstol Pedro está escribiendo a sus destinatarios lo está haciendo a hombres y mujeres que eran los componentes de la gran compañía que, previamente llamó: “Linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios…” (1ªP.2.9-10)
Pero la forma en la cual se han llevado a cabo estas declaraciones generales en el pueblo de Dios a lo largo de la historia de la iglesia, en mucho han tenido que ver con el contexto cultural de ese mismo pueblo de Dios. ¡Sin lugar a dudas! Y esa/s cultura/s, querámoslo o no, ha condicionado la universalidad de la aplicación de dichas declaraciones, limitando al 50% de los miembros de dicho pueblo; es decir a las mujeres.
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