El primer paso para que la interpelación sea positiva y nos podamos situar como discípulos de Jesús, estaría en la frase bíblica “ser movidos a misericordia”, como le ocurrió al Buen Samaritano de la Parábola. Los religiosos de la Parábola no pudieron tener este punto de partida tan especial. Estaban condicionados por el cumplimiento del ritual cúltico que, paradójicamente, les separaba de Dios al separarlos del prójimo. Hoy es posible que también se dé esta situación: cumplidores religiosos que están separados de Dios por su insolidaridad para con el prójimo sufriente. La religiosidad que no nos lleva a la compasión y al amor al prójimo necesitado, es una espiritualidad vacía alejada de la auténtica espiritualidad cristiana. Esta no puede pasar de largo ante el prójimo sufriente y despojado. Tiene que pararse por amor, por compasión y por el profundo sentimiento interior de misericordia que les conmueve.
Este pararse ante el prójimo sufriente por amor, va a tener dos implicaciones igualmente importantes: a) Nos va a motivar a la acción social de ayuda práctica, manchándonos las manos y dedicando tiempo y dinero y b) va a cambiar nuestros estilos de vida, nuestras prioridades y nuestros comportamientos sociales que, necesariamente han de ser más solidarios y buscadores de la justicia.
Por otra parte el que se acerca o se para ante la pobreza o el pobre, va a ser retado también a buscar la verdaderas causas de la pobreza, tanto de individuos, como de países. Se va a dar cuenta de que la pobreza es un escándalo en el mundo. Los pobres no son pobres por causas naturales, porque sean vagos o degenerados. La pobreza va a ser, en casi la totalidad de los casos, el resultado directo de la aplicación de políticas que alimentan estructuras económicas y de poder injustas. Por eso, los países, más que pobres van a ser países empobrecidos, así como los individuos van a ser más marginados y excluidos, oprimidos y humillados que vagos, perezosos, ignorantes o con mala suerte. Son los resultados de la injusticia en el mundo, de la mala redistribución de las riquezas, de los desequilibrios y de las acumulaciones desmedidas de bienes. La abundancia del rico es la causa de la escasez del pobre. Esto es igual si hablamos de individuos o de países.
Aquí es donde los que son movidos a misericordia, no solamente intentan hacer una labor asistencial, sino que al ver que ésta se queda corta, comienzan a usar su voz de denuncia contra las estructuras de poder injustas y contra las situaciones políticas o económicas que empobrecen o marginan. Es el entrar por la misma vía que entró Jesús cuando en su declaración programática en la sinagoga en el principio de su ministerio, entronca con los profetas con su Evangelio a los pobres, su acordarse de los oprimidos, los injustamente encarcelados y los quebrantados. Así, la denuncia no es una simple indignación, sino que es una toma de conciencia ante la injusticia del mundo frente a la cual yo no puedo estar callado. Esta es una fase por la que pasan todos los que se toman en serio la interpelación de la pobreza y el mensaje de Jesús.
Se ha dicho muchas veces que estar con los pobres es estar contra la pobreza. Estar con los países pobres es estar contra las causas que les han empobrecido, contra las injusticias de las que han sido víctimas, contra los que les han robado su dignidad. Y si estamos con los pobres, debemos hacerles a ellos también agentes de su propia liberación.
No debemos ayudarles simplemente como si fueran nuestros tutelados, sino que debemos bajarnos de nuestro tren de la prosperidad y ponernos junto a ellos. Eso es ser solidarios. Nos abrazamos a ellos para ir juntos contra la injusticia y la opresión, contra los acumuladores del mundo y contra las políticas que apoyan a estos acumuladores, empobrecedores de más de media humanidad. Juntos contra las estructuras injustas que empobrecen y marginan. Esa es la solidaridad real que supera a la limosna y a las tareas asistenciales que tantas veces se quedan cortas.
Y ante la posible dureza de estas frases, resuenan las palabras de Jesús: “Venid Benditos de mi Padre”. Porque hemos dado de comer en lo asistencial, y hemos roto estructuras excluyentes haciendo que fluya un caudal solidario que les alimente y dignifique.
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