Al leer las sentencias de Dios sobre las consecuencias del pecado hemos de verlas como consecuencias y no mandamientos para ser guardados.
Como fue hecho al principio (V)
Ciertamente, no sabemos el tiempo que Adán y Eva vivieron en su estado de inocencia. Lo cierto es que en el momento de la caída el hombre y la mujer comenzaron a sentir y padecer las funestas consecuencias relacionadas con la advertencia de Dios dada a Adán: “El día que de él comieres, ciertamente, morirás” (Gén.2.17).
Dichas consecuencias alcanzaron a todo el ser humano, hombre y mujer tal y como fueron creados por Dios. Veamos:
En la esfera espiritual observamos tres cosas: La primera, la conciencia de su desnudez física, expresión externa de su desnudez interna y espiritual (Gen 3.7-11). La segunda la de esconderse de Dios, que pone de manifiesto la interrupción de la comunión con Dios y la separación inmediata del hombre de Él. A esa separación seguirá la muerte física que es la separación del alma del cuerpo (Ecl.12.7); a la muerte física le seguirá la muerte/separación eterna. Esa será la tercera consecuencia y la expresión definitiva y completa de la sentencia divina, “el día que de él comieres, ciertamente morirás”.
Por primera vez Adán y Eva experimentan miedo a causa del sentimiento de la culpa por el pecado cometido. Miedo que les lleva a huir de Dios y esconderse de él. Muchos milenios después el apóstol Juan afirmará que “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en amor” (1ªJ.4.17).
En la esfera social también sufren una alienación el uno respecto del otro. Siendo interpelados por Dios, ninguno acepta su responsabilidad por su pecado. Ellos se justifican yse echan la culpa el uno al otro: El hombre a la mujer e indirectamente a Dios, mientras que la mujer deriva su responsabilidad a la serpiente (Gé. 3.12, 13). A partir de ahí será una constante en los seres humanos, sean matrimonio o no, el negar su responsabilidad por sus faltas cometidas, pretendiendo culpar a otros.
Para el caso que nos ocupa, centramos nuestra atención en cómo afecta el pecado a su relación matrimonial y, a partir de ahí, a toda la humanidad en la relación hombre-mujer.
Notamos que Dios sigue un orden tanto en el interrogatorio posterior a la caída como en relación a la declaración de las sentencias. Por tanto, Dios pregunta primero a Adán, puesto que fue el primero en recibir el mandato y la prohibición de no comer del árbol prohibido (Gén.2.16-17); luego preguntará a Eva (Gén.3.13).
Pero cuando Dios declara las sentencias, será Eva la primera que oiga la suya, dado que ella fue la primera en desobedecer el mandato divino; después Dios se dirigirá a Adán para anunciarle las consecuencias por su desobediencia.
Seguimos, pues, ese orden. Aunque en este artículo solamente veremos la relacionada con la mujer, Eva:
“A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo sera para tu marido y él se enseñoreará de ti” (Gén.3.16)
Al leer las sentencias sobre las consecuencias de la caída en el pecado hemos de verlas como lo que son, consecuencias y no tanto mandamientos dados por el Creador para ser guardados.
Eso es precisamente lo que se desprende de la sentencia pronunciada: “Tu deseo sera para tu marido, y él se enseñoreará de ti”. Algunos comentaristas han concluido de estas palabras, que Dios pone a la mujer bajo sujección del marido al cual deberá obedecer, en todo caso. Pero si estas palabras fueran un mandamiento divino para guardar, también sería necesario intepretar lo mismo con el dolor relacionado con el embarazo y el parto a la hora de dar a luz a los hijos. Así también tendrían que ser interpretadas las demás consecuencias de la caída.
Sin embargo, el sentido común, la historia y la experiencia nos enseña que el ser humano no ha dejado de luchar contra el dolor y el sufrimiento, ni dejará que las hierbas llenen su huerto hasta ahogar la buena semilla plantada, ni que ninguna otra consecuencia negativa de las mencionadas dominen al ser humano, mientras éste pueda aminorar, suavizar o incluso erradicar el mal en todas sus formas.
Uno de los males que trajo el pecado fue ese enseñoreamiento y dominio del hombre sobre la mujer. Aquel sentimiento expresado por medio de Adán, cuando exclamó con júbilo y agradecimiento, de forma poética: “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne…” (Gén.2.23) desapareció. Aquel sentimiento de admiración y amor fue transformado/trastocado en el hombre y en la mujer, hasta lo más pronfudo. Al respecto dice Derek Kidner:
“La expresión tu deseo será para tu marido, con la recíproca y él se enseñoreará de ti, muestran una relación matrimonial en la cual el control ha pasado del terreno plenamente personal a aquel en que el instinto urge, pasiva o activamente. ‘Amar y cuidar’ se convierte en ‘desear y dominar’. Aunque aun el matrimonio pagano puede elevarse sobre este nivel, el pecado arrastra hacia él. Un eco de la frase, en 4.7 evoca más vívidamente aun la sugestion de la selva” [i]
Entonces la relación del hombre y la mujer en el futuro, ya no sera igual. El dominio y el control le harán creer, afirmar y reafirmar que él es superior a la mujer en todos los órdenes de la vida: Intelectual, espiritual, religioso, sexual, social, politico, etc.
Este sentimiento de superioridad por parte del hombre sobre la mujer afectará no solamente a la esfera del matrimonio, sino también en la relación del hombre con la mujer en todas las esferas de la sociedad. Por tanto, sera una relación en la cual en el matrimonio el amor se vivirá siempre en una continua tension por la competencia, lo celos, el egoismo, la injusticia, las incompresiones, etc., que caracterizan a los seres humanos.
Incluso ahora, ni siquiera el hombre se conformará con una mujer (“su mujer” –Gén.2.24-) sino que muy pronto su “dominio” y “control” lo extenderá a varias mujeres. Será Lamec, descendiente de Caín quien tomará “para sí dos mujeres…” (Gén.4.19). ¿La finalidad? Su uso personal y abuso de ellas. Es lo que hoy llamamos “machismo”.
Así la poligamia se introduciría entre los hombres como una práctica admitida, incluso entre los patriarcas y durante siglos en muchos pueblos y culturas. (Gén.25.1). Dicha práctica –entre otras muchas- pone de manifiesto la inferioridad en la cual los hombres tenían a las mujeres. Sin embargo, es en medio de esas culturas, degeneradas del modelo creado “al principio” que Dios va entregando “muchas veces y de mcuhas maneras” retazos de su revelación, de acuerdo a su programa redentor, por medio de Cristo-Jesús. (Heb.1.1-2)
Pero aportamos un testimonio más con respecto a la sentencia divina que venimos comentando. El conocido expositor bíblico, Esteban Voth dice lo siguiente:
“El término mashal (enseñorear) significa dominio o señorío. El peligro está en interpretar (como muchos lo han hecho) que esta es la intención divina. Es imperativo recordar que esta declaración es parte de un oráculo de castigo. Es una sentencia pronunciada por un delito sumamente serio. Por lo tanto es una aberración extraer de este versículo una enseñanza tan característica de nuestra cultura, como es la sumisión de la mujer al hombre. La descripción de la mujer en el capítulo dos enseña una igualdad prístina ideal. El dominio del hombre sobre la mujer es consecuencia de una relación deteriorada originada por el rechazo de la alternativa divina”. [ii]
Por tanto, sera necesario ir siempre “al principio de la creación” tal y como dijo Jesús, para ver tanto la relación hombre/mujer como para entender el modelo divino para el matrimonio. (Mrc.10.6). Luego, aquel “amar y cuidar” que se percibe al principio de la creación y durante el tiempo que el hombre y la mujer vivieron en inocencia, en Génesis 2, es lo que el Señor introduce por medio del Evangelio en el matrimonio cristiano restaurándolo de acuerdo a su modelo.
Así lo expresó el Apóstol Pablo, en Efesios 5.25-33. Pasaje que generalmente se intepreta y se enfatiza siempre, más desde la autoridad del varón sobre la mujer y la sujección de ésta al varón que desde el amor del varón hacia la mujer. Amor que cuida y sustenta y que será siempre e invariablemente, la esencia y el motor de la relación matrimonial y que está por encima de cualquier idea de “superioridad” de uno sobre otro.
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