Dios puso la naturaleza a nuestro cuidado y estamos demostrando ampliamente las razones por las que no se nos puede dejar solos.
Era la primera vez que vivía unos Juegos Olímpicos. Siendo muy joven, en el mes de septiembre de 1988, tuve la oportunidad de estar en Seúl, y todo lo que veía me desbordaba y me llenaba de admiración: miles de atletas de todos los países del mundo, la ciudad engalanada, millones de visitantes, los estadios preparados... Todo parecía estar radiante. La ceremonia de inauguración superó todas las expectativas en cuanto a belleza, luminosidad e imaginación. De pronto llegó el momento más esperado y el fuego llenó el pebetero olímpico. Miles de personas aplaudieron en el estadio y millones lo hicieron desde sus casas viéndolo por televisión. Impresionante.
Solo un pequeño problema en el que nadie había pensado: se habían soltado cientos de palomas blancas simbolizando la paz y la concordia que los Juegos quieren derrochar. Cuando esas palomas volaron por encima del pebetero justo en el momento en el que fue encendido, docenas de ellas se quemaron vivas. Un error de cálculo fatal.
Algunas de las barbaridades que cometemos son mucho más que errores de cálculo. Estamos destruyendo el planeta de todas las maneras posibles: basuras, contaminación, consumo de energía, emisión de CO2, derroche de agua, maltrato de animales... Dios puso la naturaleza a nuestro cuidado y estamos demostrando ampliamente las razones por las que no se nos puede dejar solos.
El propósito del Creador para sus obras es muy diferente: «Alégrense los cielos y regocíjese la tierra; ruja el mar y cuanto contiene; gócese el campo y todo lo que en él hay. Entonces todos los árboles del bosque cantarán con gozo» (Salmo 96:11-12). La naturaleza rebosa felicidad. En el plan original de Dios, todas sus obras fueron diseñadas para disfrutar, jamás para ser destruidas. Es más, la Biblia dice que Dios se alegra con y en sus obras, y espera que nosotros hagamos lo mismo.
Nada está más lejos del plan de Dios que la destrucción, la basura, el maltrato, la contaminación... Dios nos regaló un planeta alegre. Nosotros inventamos la tristeza y el dolor al alejarnos de él. Día tras día cumplimos rituales de destrucción con nuestro comportamiento contrario al Creador y a su creación.
Si nos acercamos a Dios tenemos que cuidar también a sus obras. Si decimos que le amamos es porque amamos también todo lo que él hizo. Nos amamos unos a otros y cuidamos de todo lo que él nos da. Nadie puede ser un mejor defensor de la naturaleza que aquel que ama a Dios, porque de alguna manera que no podemos entender, la naturaleza disfruta de haber sido creada y sabe que un día será restaurada. La Biblia dice que Dios hará cielos nuevos y tierra nueva, en donde ya no habrá dolor, contaminación, ni basura. Mientras tanto, podemos servir a Dios cuidando la naturaleza.
No tirar basura puede parecer un acto muy sencillo. Si cientos de miles de personas se comprometen en algo tan simple, la naturaleza estará mucho más limpia. ¡Imagínate si lo hacen miles de millones! Tenemos que aprender a alegrarnos y a disfrutar con la naturaleza. Comprometernos con actos muy sencillos, pero radicales. Cuidar nuestro planeta para que cuando tengamos que irnos al menos siga estando de la misma manera que cuando nosotros llegamos.
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