Y aquí pueden sonar las palabras de Jesús en el juicio de las naciones, identificándose con estos usuarios a la fuerza de estas prisiones colmadas de elementos de seguridad: “Estuve en la cárcel y vinisteis a mí”.
Escribo estas líneas con el único objetivo de que los evangélicos recuerden a sus hermanos que entran en prisión semana tras semana. Es un trabajo de ánimo, de orientación y de evangelización en prisiones, cumpliendo, además, otros objetivos sociales y de aconsejamiento. Allí llegan estos obreros del Evangelio dispuestos a abrazar a muchos de los proscritos, pobres, drogodependientes y violentos por las circunstancias sociales que les han tocado vivir, ya que muchos de los presos, aunque los haya por muchos otros motivos, encajan dentro de estas tipologías: ladrones por necesidad, violentos por conseguir una dosis, con delitos de lesiones por el demonio del alcohol… problemáticas todas ellas que se podrían prevenir o aliviar a través de políticas educativas, de reinserción social y oportunidades de empleo a estos que se mueven dentro de sectores marginales creando bolsas de pobreza y de conflicto.
La reunión con los presos tiene lugar en un aula cultural, ya en el interior de la prisión, dedicada a la iglesia evangélica, y que, a lo largo de la semana, se comparte esta dependencia con otras actividades. Van llegando los presos de las distintas galerías que han pedido permiso para estar en esta actividad religiosa. Uno se queda un tanto sorprendido. Son tremendamente efusivos, hay abrazos, saludos, calurosos apretones de manos… Agradecen la visita. Se ilusionan. Algunos llevan ya muchos años en la cárcel, otros no tantos, otros están a punto de salir. Uno de ellos viene de la enfermería. Ha tratado de suicidarse. Lleva siempre una sombra con él, o sea, otro preso que le debe acompañar siempre. Otros, que han sido drogodependientes y alcohólicos, aún llevan sobre ellos las huellas de la droga en sus rostros… Varios permanecen silenciosos y meten la cabeza entre sus manos intentando concentrarse en el ambiente cúltico.
Se comienza. Se les deja que digan algunos testimonios. Son emotivos. Un gitano da gracias a Dios por haberle traído a la cárcel. Si no hubiera sido por esto no hubiera conocido el Evangelio… y no habría cambiado. Dice que, antes, por una mala mirada era capaz de golpear a quien fuera. Cayó en violencias. Ahora dice que es una mano tendida de ayuda… Dios le ha cambiado. Evangeliza continuamente.
Uno de los presos, que ha aprendido coritos evangélicos en REMAR, tiene una guitarra. Comienza a rasgar sus cuerdas y entona una canción: “Venimos ante ti, Señor, con corazones sinceros, llenos de alabanza y de adoración”. Muchos de estos presos siguen la canción con sus voces. Otros no cantan, pero están con los ojos cerrados, con las manos tapando sus rostros. Hay como un ambiente de purificación total, un deseo de cambio, una búsqueda de Dios en medio de una situación de dificultad.
A los que venimos de fuera, de las iglesias convencionales, nos sentimos conmovidos al ver la autenticidad de muchos de ellos… alguno levanta las manos hacia el cielo… algún otro ora en palabras audibles.
Nosotros, los integrados, los que tenemos responsabilidades en las iglesias evangélicas, nos damos cuenta de que también recibimos de ellos. Comunicamos el Evangelio. Ellos nos cuentan sus experiencias. Se ora por ellos, nos abrazan. A varios de ellos no les visitan nunca sus familias… han encontrado una nueva familia en estos siervos de Dios que visitan las prisiones. Uno me dice que ya ha recibido los dos pantalones que le he pasado por la ventanilla por donde se pasan los paquetes.
-Le agradezco mucho lo que ha hecho, no por los pantalones, sino por haberse acordado de mí y de traerlos -me dice mientras su rostro refleja agradecimiento.
Es un preso al que nadie visita. Está emocionado. Parece que las lágrimas le pueden brotar de sus ojos de un momento a otro.
-Hice sólo lo que debía -le digo, pero él sigue valorando enormemente el hecho de haberme acordado de él.
Hay oportunidades de muchas conversaciones personales en donde se pueden reorientar las vidas, en donde hay deseos de transformación, en donde se cuentan las ilusiones y las esperanzas. Alguno que otro dice:
-Le juro por mi libertad…
La libertad como valor máximo y absoluto. ¡Cuántas veces se les habrá repetido a estos presos el texto bíblico: “Conoceréis la verdad y ésta os hará libres”. Porque para la verdad que es Jesús no hay muros ni hay rejas.
Creo que los pastores y líderes evangélicos que visitan las cárceles, están haciendo una tarea de servicio de primera línea: servicio a Dios y al prójimo en necesidad, en soledad y alejado de los suyos. ¡Cuántas conversaciones y cuántas palabras de ánimo! ¡Cuántos cambios personales de vidas que han encontrado el rumbo de su existencia precisamente en prisión! ¡Cuántas lágrimas purificadoras! ¡Cuántos ratos de ánimo, de paz y de gozo a estos encarcelados!
Hemos estado en la zona de actividades culturales. Ha llegado el momento de despedirnos y de marcharnos nosotros, mientras que ellos deben pasar a sus respectivos módulos.
-Le juro por mi libertad que he pasado un rato precioso y feliz, pero ahora me agobia pasar al módulo -me dice uno de los presos que ha estado con nosotros por primera vez, entristecido por el hecho de tener que pasar de nuevo al chabolo.
Con dificultad, le doy palabras de ánimo en el sentido de que no está solo, que el Señor siempre está con nosotros, que Él nos sostiene con su mano derecha. Le digo que Él nos acompaña siempre. Me da un brazo. Se despide de mí y yo me dirijo a través de las galerías a recoger mi carnet de identidad, saliendo a través de puertas de rejas metálicas que se abren y luego se cierran detrás de mí.
En mi mente suena la canción que han cantado los presos en medio de su noche oscura de prisión: “Venimos ante ti, Señor, con corazones sinceros, llenos de alabanza y de adoración”… y me entran ganas de llorar. También de hacer este relato para pediros que oréis por los presos y por los que trabajan en las prisiones.
Queda hecho.
Si quieres comentar o