La iglesia tiene los valores, la ética, los conceptos y las herramientas ideológicas, superando a cualquier tipo de humanismo ateo.
La iglesia sabe, o debería saber, mucho sobre la avaricia, el egoísmo humano, el concepto de projimidad que nos dejó Jesús. También, sobre la acumulación excesiva de bienes y la injusticia en el mundo. Es todo esto lo que configura un progreso insolidario que da lugar a un desarrollo no sostenible para todos los habitantes del planeta tierra que queda dividida en dos: una minoría injusta e insolidaria que se beneficia de una falsa idea de desarrollo y progreso, lógicamente no sostenible ni aplicable para todo el género humano, y una gran mayoría que se constituye en la víctima de este falso progreso.
Pues bien: la iglesia tiene los valores, la ética, los conceptos y las herramientas ideológicas, superando a cualquier tipo de humanismo ateo o sumido en la increencia, que clame y luche contra la injusticia social y la insolidaridad.
[destacate]Asumir y proclamar los valores del Reino daría lugar a una ética solidaria y amorosa.[/destacate]Preguntas: ¿Por qué, entonces, la iglesia no está ejerciendo su influencia en el mundo, acercando el reino y sus valores, también aplicados a las ideas de progreso y desarrollo, conceptos que son claramente insolidarios e insostenibles en todos los sentidos. Esto es aún más duro si pensamos que, todos los habitantes de la tierra, tienen derecho a disfrutar de un progreso y desarrollo sostenible y en igualdad, de todos los bienes y recursos del planeta? ¿Qué hace que la iglesia sea tan pasiva y contemple insolidariamente esos desarreglos y maldades que se dan en el desarrollo humano? ¿No tiene voz, no tiene capacidad de acción, de denuncia?
No. No todos en el mundo participan en igualdad. La iglesia debería pensar más en el valor del Reino que dice que “los últimos serán los primeros”, intentando, por todos los medios, no dar la espalda a la idea de justicia social, intentando que, siguiendo los valores bíblicos, haya pautas de consumo más igualitarias entre los humanos.
Así, si es imposible y no sostenible que todos los humanos participemos del consumo desmedido de las sociedades consumistas, si es imposible y no sostenible una cierta igualdad en el gasto, en los recursos, en la capacitación, en el lujo y el despilfarro que se dan en algunas sociedades creando sus víctimas, las víctimas de los egoístas y consumistas irresponsables, ¿por qué no sale a la palestra intentando el acercamiento del Reino de Dios y sus valores a esos habitantes que han sido marginados y excluidos del progreso y del desarrollo? Los tirados al lado del camino de la historia económica y social.
La iglesia también tiene los valores apropiados, es ella, son los cristianos, los que deberían entender y denunciar, al estilo profético, un desarrollo de tipo economicista que depreda la tierra y hunde en la pobreza a más de media humanidad. ¿Dónde está la aplicación de los valores del Reino? ¿Dónde se da la denuncia profética a favor de los débiles y empobrecidos del mundo ante un modelo económico que deteriora el medio ambiente y que, además, desequilibra escandalosamente la redistribución de los bienes del planeta tierra? ¿Cuál es la función de la iglesia y de la aplicación de los valores del Reino en el mundo? ¿Sólo debemos direccionarnos hacia el más allá y consolarnos para que no caigamos en la búsqueda de la justicia? ¿Dejaremos la justicia social y la práctica de la misericordia a los partidos políticos de turno, quedándonos los cristianos de espaldas al grito de los oprimidos de la historia?
Hay una respuesta y es ésta: En el mundo se debe dar un cambio de valores. Por ahí va la solución, pero ¿quiénes son los más capacitados para aplicar y expandir los nuevos valores? ¿No tenemos los cristianos los valores del Reino que se basan en la solidaridad humana, en el amor, en la búsqueda de la justicia y en la liberación del prójimo empobrecido y excluido? El asumir y proclamar los valores del Reino daría lugar a una ética solidaria y amorosa que llevaría a todos los hombres de la tierra a vivir con dignidad, en justicia y en una línea de igualdad desconocida hasta ahora en el mundo. ¿No se puede hacer nada? ¿No pueden hacer nada de esto los cristianos en el mundo?
Lo contrario sería nadar a favor de las corrientes de injusticia. Lo otro sería que los cristianos viviéramos asumiendo los valores consumistas de un mundo injusto y desigual. Si nos conformamos con ello y dejamos que los valores antibíblicos entren en nuestras congregaciones, desplazando y anulando los valores del Reino, viviremos exactamente igual que los que no tienen esperanza, aunque con un cierto baño de pietismo que no valdría para nada. Estaríamos asumiendo valores que nos llevarían a un desarrollo y un progreso no sostenible e insolidario que aumenta la pobreza y la desigualdad en el mundo, con el apoyo de los grupos cristianos que, desgraciadamente, no saben o no está empoderados por el Espíritu de Dios para poner en marcha los valores del Reino que acercarían el reinado de Dios a todos los rincones del mundo.
Creer es también comprometerse, tanto con Dios como con el hombre que nos necesita y que ha quedado tirado al lado del camino. Hay que aprender lo que para un cristiano significa el seguimiento y la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana que tiene ante el prójimo el mayor reto, después del amor a Dios y vinculado con él. Los creyentes debemos de trabajar por hacer del mundo una casa común en la que todos podamos vivir y participar de todo aquello que Dios ha creado por el hombre en un plano de justicia e igualdad que abriría también horizontes de paz. Si creemos que vivir la espiritualidad cristiana es solamente mirar hacia arriba, hacia las estrellas, dando la espalda al mundo, no viviremos la auténtica esencia del cristianismo que es el amor al prójimo.
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