Hay mucha religiosidad popular expresada de una forma lo más estética posible, quizás con el olvido de toda ética y de los valores del Reino.
Hoy se habla mucho de descristianización, incluso de “desiglesiación”, huida de fieles de las iglesias. Es verdad que, si atendemos a la pérdida de fieles de todas las iglesias cristianas en general, y a la indiferencia y al dar la espalda al fenómeno religioso, caemos en la cuenta de que podría haber en el mundo estos procesos que son sumamente preocupantes para muchos. Sin embargo, el sentimiento religioso pugna por permanecer, quedarse, incluso en medio de la posible descristianización, y se apoya en la religiosidad popular.
Tanto en nuestro país, como, seguramente, en muchos otros países del mundo, hay muchas costumbres de religiosidad popular, de piedad relacionada con el hecho religioso, que pugnan por abrirse paso en medio de la posible descristianización paulatina y lenta del mundo, resurgen entre las grietas de sus viejos muros, entre sus piedras y monumentos. Así, en nuestro mundo en general, no cesan fenómenos relacionados con la religiosidad o piedad popular. Parece un fenómeno indestructible a pesar de los malos augurios para las congregaciones de las iglesias.
Parece ser que los viejos demonios del pasado no han muerto y permanecen en el alma popular. Quieren revivir, volver, manifestarse, dando a la ciudad un tinte que no es solamente la secularización o, en su caso, la descristianización. No sé hasta qué punto hay ritos, danzas y rituales ancestrales que luchan por salir a la palestra de entre las rendijas de un pasado que no ha muerto.
[destacate]Se podría decir que el alma del hombre tiene sed de lo religioso[/destacate]Hay mucha religiosidad popular expresada de una forma lo más estética posible, quizás con el olvido de toda ética y de los valores del Reino, que se reactualizan, se reviven una y otra vez. Eso por no hablar de las brujerías, de lo que se da en llamar las nuevas espiritualidades, la práctica del ocultismo y otras muchas prácticas que se alejan cada vez más de la auténtica espiritualidad cristiana. Hay muchas evocaciones del pasado, de los viejos demonios que no quieren desaparecer de una sociedad cada vez más descristianizada.
Hoy hay muchas procesiones, fiestas populares, festejos más o menos oficiales de los propios ayuntamientos. En España tenemos algo “típico” que es, sin duda, el folklore en las celebraciones de nuestra Semana Santa, romerías, las cruces de mayo… y muchas otras, que, realmente, no se corresponden con la vivencia de los auténticos valores del Evangelio… aunque, quizás, toda esa religiosidad popular es vivida, más con el sentimiento, el deseo de festejo, de folklore, de fiesta, que con el deseo de adorar al Dios vivo.
O sea, que aunque en el mundo se dé un fenómeno de descristianización, la piedad popular no se pierde, entronca viejos dioses o demonios, con lo ancestral. En el fondo, para muchas formas de piedad popular, el mundo está lleno de dioses y demonios que no entienden, pero a los que no olvidan. Es como si estuvieran en el inconsciente colectivo de las poblaciones.
En el fondo, se podría decir que el alma del hombre tiene sed de lo religioso y, cuando el cristianismo no les satisface ni les funciona, o están desengañados de él, acuden o llaman a aquellos viejos relatos de la piedad o el miedo popular en toda la historia de la humanidad. No es de extrañar que, por muchas razones de alejamiento de la verdadera espiritualidad cristiana, vuelvan la religiosidad popular de tipo ancestral, llena de supersticiones de todo tipo, de deseo de besar palos, pies de imágenes, piedras o cualquier otra cosa. El alma del hombre no puede estar vacía.
El hombre tiene sed y, sin duda alguna, sed de Dios, pero vive una espiritualidad enmarañada, llena de tópicos, costumbres y rituales que no llega a satisfacerles del todo, pero que son una especie de adormidera del sentimiento de culpa y del alejamiento del Dios de la vida.
Pregunta: ¿Cómo podrían los cristianos aprovechar esa sed de ritual, de supersticiones o de ocultismos para acercarles al verdadero Dios? ¿Se puede inculturar el Evangelio en medio de estas marañas de costumbres, ritos, viejos demonios y vuelta de lo ancestral? No es fácil dar la respuesta, cuando muchos cristianos están ajenos a los fenómenos religiosos populares, las costumbres culturales en contracultura con el Evangelio y, en el fondo, en cierta comodidad en cuanto a la difusión del Evangelio en medio de estos fenómenos que, quizás, ni siquiera intentan entender o empatizar de alguna manera con ellos, para que, desde allí, se pueda intentar lanzar mensajes no hirientes, pero sí en contracultura con esas líneas de piedad folklórica. Habría que trabajar en las formas en las que podemos ir evangelizando esas líneas de religiosidad popular, aunque alejadas de los valores del Reino.
No. No es fácil y yo aquí no puedo dar recetas sencillas, pero sí llamar al compromiso en cuanto a estas líneas de religiosidad popular que muestran la sed que el hombre tiene de Dios, y que, quizás, nosotros podríamos acercar algo de agua viva en lugar de dar la espalda o criticar de forma descomprometida.
Quizás, si reflexionamos en ellos, podremos llegar a la conclusión de que también hay que trabajar estos ámbitos. Para ello hay que entenderlos y hacer una evangelización no solamente de palabra, sino de estilos de vida, de compromisos y de compartir el tiempo, el pan y la vida con el mundo que nos rodea, rompiendo un poco las cuatro paredes de nuestros templos y haciendo, de alguna manera, que sus paredes sean permeables al mundo exterior. No se puede dar la espalda a la sed de Dios que se expresa en esas formas de piedades populares.
Quizás, los cristianos estemos llamados a redimir, con la ayuda de Dios, toda esa maraña de religiosidad popular que se aparta dela auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana.
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