La Biblia nos enseña que el Espíritu de Dios ilumina nuestra vida, porque él es la luz en su propia esencia.
Johnny, Edgar y Wilson Palacios son tres hermanos que formaron parte de la selección de fútbol de Honduras durante la fase final celebrada en Sudáfrica en el 2010. Nunca tres hermanos participaron juntos en el mismo equipo durante unos mundiales. A pesar de que eso significaba un logro muy impresionante, los tres hermanos no podían dejar de recordar a un cuarto hermano, Edwin, también jugador de fútbol, asesinado por pandilleros en su país después de dos años secuestrado. Cualquier celebración, por muy grande que fuera, estaría siempre empañada de tristeza.
[destacate]Cuando somos hijos de Dios el mismo Espíritu de Dios vive dentro nosotros[/destacate]Creo que todos hemos pasado (¡o estamos pasando!) momentos difíciles. Cuando sufrimos, tenemos esa sensación que querer escondernos en algún lugar hasta que todo haya desaparecido. La Biblia nos enseña que el Espíritu de Dios ilumina nuestra vida, porque él es la luz en su propia esencia. Todos la necesitamos y la buscamos en nuestra vida, porque la oscuridad casi siempre está añadida a la tristeza y el miedo. Es casi imposible disfrutar de lo que no vemos y sentirnos bien cuando no sabemos dónde estamos.
El Espíritu Santo llena de luz nuestra vida, nos guía, nos enseña, nos libra de cualquier temor... Nos hace sentir seguros de dónde estamos y adónde vamos porque nos acompaña en cada momento, incluso cuando todo parece oscuro. Ocurra lo que ocurra, su sola presencia es radiante, así que nos hace brillar aún en las circunstancias más difíciles.
Es muy sencillo de comprender: cuando somos hijos de Dios el mismo Espíritu de Dios vive dentro nosotros produciendo el carácter de nuestro Padre. Irradia satisfacción y alegría en todo momento, claridad, calor, luz, confianza... Como decíamos más arriba, nos ayuda a vivir de una manera radiante. Llena de paz nuestro corazón porque nos enseña a no preocuparnos por lo que ocurre a nuestro alrededor.
Además, nunca olvides que la luz de Dios brilla en nuestro corazón, porque no tenemos nada que esconder. Pocas cosas nos hacen sentir tan débiles y llenos de tristeza como cuando no queremos que nadie descubra lo que hay dentro de nosotros. «¿A dónde me iré de tu Espíritu?» (Salmo 139:7), escribe David, para enseñarnos que no hay mejor manera de vencer el temor a ser descubierto que dejando que Dios ilumine todo lo que somos.
Cuando queremos vivir de una manera equivocada, nos escondemos. Que Dios esté siempre con nosotros y nos llene de luz puede ser lo mejor que nos ocurra, o lo peor, depende de nosotros: de nuestras motivaciones y de nuestras acciones. Él ve lo que somos y lo que hacemos, así que no podemos esconder nada: «Pero Dios nos las reveló por medio del Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios. Porque entre los hombres, ¿quién conoce los pensamientos de un hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Asimismo, nadie conoce los pensamientos de Dios, sino el Espíritu.
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