Muchos teólogos concluyen que el hombre es líder de la mujer desde “el principio de la creación”, antes incluso de que ella fuera formada.
“No es bueno que el hombre esté solo;
le haré ayuda idónea para él” (Gén. 2.18)
En el anterior artículo hacíamos referencia al tema que parecía se destacaba más en el segundo capítulo de Génesis. Es decir la soledad del hombre, que ponía de manifiesto que la humanidad como tal, hombre y mujer, todavía no había sido creada y por tanto aún no estaba completa. Dicho esto en contraste con las opiniones de otros teólogos que prefieren ver en la actividad de Adán, previa a la creación de la mujer, el liderazgo y la autoridad del hombre sobre ella. Visto de esa manera, la creación de la mujer vendría a cumplir solo con una parte bastante reducida, de la gran encomienda que Dios dio al ser humano como hombre y mujer. (Gén.1.27-28)
Entonces, muchos teólogos han sacado la conclusión de que el hombre es el líder de la mujer desde “el principio de la creación”, antes incluso de que ella fuera formada. Esto lo infieren –entre otras referencias- del hecho de que el hombre estuvo ejerciendo dicho liderazgo al poner nombre a los animales (Gén.2.19). Pero por nuestra parte, tal liderazgo ejercido en el cumplimiento de la encomienda divina estaba relacionado con la creación puesta bajo el gobierno y cuidado del ser humano, hombre/mujer. Fue a ambos que se le dio la encomienda y no al hombre solamente. Por tanto, el argumento propuesto carece de base y peso teológico.
Así, lo que parece ser una irrefutable argumentación en el sentido expuesto no es sino, por una parte, la forma en la cual Adán como individuo experimentó su terrible soledad y la necesidad de compañerismo. Pero por otra, una evidencia de que Adán, por sí mismo, tampoco podía cumplir con la gran comisión tal y cómo Dios la había dado a ambos, hombre y mujer (Gé.1.27).
Una vez experimentada la soledad, con todo lo que eso supondría para Adán, quedaría mucho más sorprendido (¡felizmente asombrado!) ante la creación de Eva, por parte de Dios.
“Entonces Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán (…) y de la costilla que Dios tomó del hombre, hizo una mujer y la trajo al hombre. Entonces dijo Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada varona, porque del varón fue tomada” (Gé. 2.21-22)
Cuando Adán llegó a ser profundamente consciente de su propia necesidad, el Creador intervino de acuerdo a su anterior declaración. El hecho de que Dios hiciera caer en un sueño profundo al hombre, nos muestra que éste no tuvo nada que ver en la formación de la mujer. Fue Dios el que la hizo a partir del hombre (v.21.22).
Por otra parte, que Dios no hiciera a la mujer aparte del hombre sino tomada de sí mismo, nos muestra varias cosas: primero, la importancia que cada uno tendrá de ser profunda y esencialmente iguales y luego, la interdependencia de ambos, de tal manera que el apóstol Pablo haciendo alusión al texto de Gén 1.26-27. escribirá:
“Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios” (1ªCo.11.11-12)
Al respecto, Esteban Voth escribe:
“De todas maneras, Dios forma a la mujer de la misma esencia del hombre. Sin duda, el énfasis de todo el relato es sobre la igualdad de condiciones de ambas criaturas. No hay ningún indicio de que exista superioridad de parte de una de ellas. El mensaje claro es que ninguna es completa sin la otra (…) El relato bíblico aparece como un tratado radical sobre la posición de la mujer, desafiando cualquier sugerencia acerca de la superioridad del varón.”[i]
Una vez fue creada la mujer, Dios se la presentó al hombre. (v.22). Será entonces la respuesta del mismo hombre la que confirme que, efectivamente, estuvo buscando el tú correspondiente a su yo, sin hallarlo. Pero cuando tuvo delante a la mujer, supo que lo había encontrado y de forma poética exclamó:
“¡Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne! Ésta será llamada ‘varona’ porque del varón fue tomada” (Gén.2.23).
Pero es aquí donde tenemos nuevamente otra parte del texto bíblico en el cual se cargan las tintas sobre la autoridad del varón sobre la mujer. Esa conclusión se saca del hecho de que Adán, cuando vio a Eva “le puso nombre”: “Esta será llamada varona, porque del varón fue tomada”. Es decir, al igual que Adán puso nombre a los animales y de lo cual se deducía su autoridad sobre ellos, ahora al poner nombre a Eva, concluyen ciertos teólogos, que el hombre también tiene autoridad sobre la mujer:
Dado que un nombre hebreo designaba el carácter o función de alguien, Adán estaba especificando las características de los animales que él nombraba. Por tanto, cuando Adán le llamó Eva a la mujer, diciendo: “se llamará ‘mujer’ porque del hombre fue sacada” -Gé.2.23- indicaba también la función de liderazgo que él tenía. Esto es cierto antes de la Caída, donde Adán le pone a su esposa el nombre de ‘mujer’, y es cierto después de la Caída, cuando ‘el hombre llamó Eva a su mujer, porque ella sería la madre de todo ser viviente’ -Gén.3.20-[ii]
Pero toda esa argumentación deja sin valor el verdadero sentido de las declaraciones de Adán. Desde este lado de la caída parece tener mucha importancia el hecho de “la autoridad del varón sobre la mujer” y el hacerla valer de forma continua y machacona. Sin embargo una vez más hemos de hacer un esfuerzo por entender que ese interés por el “liderazgo” estaba fuera del corazón del hombre en esa edad de la inocencia. Podemos estar tranquilos al respecto de que ese asunto no le preocupaba lo más mínimo. Cuando Adán ve a la mujer y se produce el encuentro total (evidentemente, aquí está involucrado el matrimonio) él llega a “conocer” y “sabe” que la mujer es lo que había estado buscando y necesitando, y sin la cual era un ser incompleto. Por eso exclama de forma poética: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”.
Es por esa razón que la relación de Adán y Eva en ese estado de inocencia, no se basará sobre el principio de “la autoridad” sino del amor, reflejo de la imagen de Dios en ellos y tipo de la relación de Cristo con su Iglesia, como reconocerá el Apóstol Pablo en Ef.5.23-33.
Ese amor que de forma inmaculada ve al otro/a como alguien igual a él mismo a quien reconocer, respetar, ayudar, animar, mimar, fortalecer, edificar, sustentar, enseñar, contar con él/ella en todo, disfrutando de una comunión, amistad y un compañerismo como nunca se ha dado después de la caída entre el hombre y la mujer. Todo esto a fin de que los propósitos del Creador se cumplieran en cada uno y por medio de ellos.
Dentro de sus corazones no había ningún tipo de egoísmo, egocentrismo, celos, envidias, competencia, malos pensamientos, sospechas, etc., por lo que ninguno de los dos se viera amenazado.
Nuevamente, Esteban Voth hace el siguiente comentario sobre este texto:
«Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne.» Dios le presenta la mujer al hombre, y éste responde con entusiasmo. Su tremenda alegría se debe a que reconoce un ser correspondiente a él, una contraparte frente a él que el animal no podía ser. Su reacción es la primera poesía de toda la Biblia: un poema de amor. Al nombrarla 'ishshah (Varona), utilizando un juego de palabras con 'ish (varón), está reconociendo la relación que existe entre ambos. Ya los términos aquí anticipan que son «una sola carne». Una vez más la exclamación poética del hombre (varón) afirma la igualdad de ambos, especialmente en cuanto a su humanidad, y de hecho los distingue de los animales. [iii]
Por tanto, hemos de insistir en que la relación de Adán con la mujer y viceversa, no era una cuestión de “gobierno” y “autoridad”, como en el caso de los animales cuando les puso nombre; era una cuestión tan entrañable como para exclamar: “¡Esto sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”. Y sobre la base de ese conocimiento íntimo es que Adán hace esta declaración: “Ésta, será llamada varona, porque del varón fue tomada”.
No era pues, el poner nombre a la mujer “al igual que hizo con los animales”, sino la experiencia de “conocerla” profunda e íntimamente; y a partir de ahí reconocer y declarar la realidad de quién era ella:
“Así, pues, la mujer se presenta como su compañera y contra parte; nada se dice aún de ella como madre. Se la valora por sí misma solamente”. [iv]
Pero “se la valora por sí misma solamente”, dice Grudem; y de tal manera que el Apóstol Pablo, citando las palabras de Adán dijo: “Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la Iglesia” (Ef.5.32).
Y nosotros añadimos que no hay ningún misterio en una relación de gobierno y ejercicio de la autoridad; pero sí lo hay en una relación que supera cualquier otro tipo de relación entre los seres humanos. Esa relación es la que surge del amor por y para la cual, ambos fueron creados y llamados.
Algo que trasciende cualquier estructura y deja amplio margen al ejercicio de la responsabilidad, en el cumplimiento de la gran comisión cultural que el ser humano, como hombre y mujer recibieron del Creador. Una relación a la cual, hombre y mujer renunciaron cuando pecaron, para vivir otra de distinta naturaleza y muy inferior.
(Continuará en la próxima y última entrega)
[iii] VOTH Esteban. GÉNESIS. Mundo Hispano 1992 Edit. Caribe. P.81. (Las cursivas y negritas son mías)
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