Su actuación en un momento de la historia determinó el futuro del pueblo hebreo.
Eva, pobrecita, nunca fue niña. Esta María sí. Sus padres fueron Amram y Jocabed, ambos de la tribu de Leví, que ostentaba el sacerdocio del Antiguo Testamento. La niña María era la mayor de tres hermanos, además de ella Aarón nacido después de María y tres años antes que Moisés.
María, niña aún, recibió de la madre un mandato que por su final feliz cambió la historia del pueblo judío. Al saber que los judíos se estaban multiplicando en su reino el Faraón de turno decretó una ley cruel. Dispuso que las mujeres que asistían los partos dejaran vivas a las niñas que nacían y mataran a los varones judíos. Creo que la intervención divina, ablandando el corazón de una partera, evitó la muerte de Moisés y lo entregó a la madre. Jocabed lo tuvo escondido tres meses. De ser descubierto, tanto ella como la partera de turno se exponían a ser ejecutadas. Cuando era imposible tenerlo más tiempo escondido, ideó un plan. Investigó a qué hora la hija del Faraón bajaba al río con sus doncellas. Tomó una arquilla de juncos, la calafateó con asfalto y brea, colocó en ella al niño y lo puso a la orilla del río. Ocurrió lo que tenía que ocurrir. La hija del Faraón, cuyo nombre se desconoce, vio la arquilla flotando sobre las aguas, no lejos de la orilla, mandó a una de las criadas que la sacara del río, vio al niño, de una belleza infantil que impresionaba, supo de inmediato que era un niño judío, lo tomó en sus brazos, lo estrechó contra su pecho y de antemano lo hizo suyo. No hay madres biológicas y madres adoptivas. Ser madre tiene que ver con la capacidad de amar y proteger incondicionalmente al hijo. Desde el momento en que una madre adoptiva recibe al hijo, más aún si sólo tiene tres meses de edad, como era el caso de Moisesillo, descubre que ese bebé, niño o niña es de ella, lo que estaba esperando su corazón. Cuando la cantante y actriz mexicana Yuri adoptó a una niña de siete meses, declaró en una entrevista en Televisión: “La niña no ha nacido de mi vientre. Ha nacido de mi corazón. Ha nacido de mis entrañas. No creo que una madre biológica quiera a su hija con más amor del que yo quiero a la mía”.
La hija del Faraón, con el niño en brazos, se planteó un dilema: ¿Cómo criarlo? Ella era una mujer soltera. Necesitaba una madre de crianza.
Es aquí donde interviene la niña María. No era casualidad, sino obediencia al mandato de la madre. Cuando la arquilla donde iba su hermanito flotaba en las aguas del río, ella lo vigilaba todo, estaba pendiente de los acontecimientos. Esto explica que en cuanto vio al niño en brazos de la princesa acudiera de inmediato, ofreciéndole una mujer que podía cuidarlo. María sabía quién era aquella salvadora de su hermano. Pero no creo que ésta supiera quién era María. La historia acabó en rosa. María tomó al niño de los brazos de la princesa y lo llevó a su propia madre biológica, Jocabed, quien lo crio hasta que cumplidos los tres años lo devolvió a la real hija de Faraón.
Me he extendido en este episodio en la vida de María porque fue lo más importante que le ocurrió en vida y, al mismo tiempo, determinó el futuro del pueblo hebreo. Los judíos salieron de Egipto gracias a Moisés. Moisés tuvo vida gracias a la intervención de la princesa egipcia. Y la princesa pudo tener a Moisés gracias a María.
Los años, que nos van barriendo como escobas hacia la eternidad, no perdonan. Hay cuatro accidentes que dejan huellas en nuestra vida: el nacimiento, el matrimonio, los años que van transcurriendo y la muerte.
Moisés ha triunfado en su empresa. Ha vencido al Faraón, ha logrado sacar al pueblo judío de Egipto, van todos caminando por el desierto. La niña María ya es mujer mayor. Para celebrar la liberación del pueblo lo hace con panderos y danzas (Éxodo 15:20). Por entonces ocupa una posición de responsabilidad junto a sus dos hermanos. Los tres constituyen una jerarquía cuyo jefe indiscutible era Moisés.
María, ambiciosa de poder, quiere más. Se propone anular a Moisés y ocupar su puesto. Aarón, hombre débil, se deja convencer por la hermana mayor y la sigue en sus maquinaciones. El primer ataque a Moisés, hombre noble, tiene como pretexto el haber contraído matrimonio con una mujer que no era judía (Números 12:1). Todo indica que se trataba de Séfora, quien abandonó a su esposo cuando salieron de Madián y había decidido regresar a su lado.
La maquinación no prospera y María vuelve a la carga. Poco importaba a ella la nacionalidad de la extranjera. Su deseo oculto era dirigir al pueblo judío en lugar del hermano. La ambiciosa María y el hermano débil claman ante el pueblo contra el líder. Dicen: “¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros? (Números 12:2). María, María, tus ansias de mando político te pierden.
Así fue. Jehová se pronunció a favor de Moisés y castigó a María convirtiéndola en mujer leprosa (Números 12:10). Además de llagas en la piel, la lepra, muy extendida en aquellos pueblos, dejaba manchas en los vestidos. Alocado, Aarón se llega a Moisés y le pide que ruegue a Jehová a favor de su hermana, reconociendo su culpa: “locamente hemos actuado y hemos pecado” (Números 12:11). Hombre bueno, noble, que no conocía el rencor, pide a Jehová que sane a su hermana. Jehová accede, pero María fue castigada a estar fuera del campamento durante siete días, tiempo fijado por la ley para asegurarse de que la lepra había desaparecido (Números 12:15).
Aquella niña que contribuyó a salvar a su hermano bebé de las aguas y que fuera educado por una hija de Faraón, alcanzó la categoría de profetisa (Éxodo 15:20). Su ambición de poder en un momento determinado no la desmerece. Fue solo una mujer, el ser más bello de la creación, la última y mejor obra de Dios, según la imaginó el célebre poeta británico John Milton.
La historia bíblica cuenta que María murió antes que sus dos hermanos, hacia el 1452 antes de Cristo.
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