El gran problema de muchos cristianos y la distorsión de su vivencia de la espiritualidad cristiana, consiste en querer pedir a Dios cosas en las líneas que nos demarcan las relaciones consumistas y productivas sociales. Así, nos equivocamos y nos convertimos en cristianos mercantilistas, cuando nuestras oraciones, nuestras peticiones a Dios y nuestros deseos van en la línea del poseer, del éxito, de las apariencias, de las bendiciones económicas y simples peticiones de salud física.
Porque
el cristiano, en la línea de las prioridades y estilos de vida de Jesús, se conforma con aquello que es simplemente necesario para vivir. No ve la vida solamente desde las perspectivas del éxito y del disfrute, piensa más en el servicio que en otro tipo de bendiciones que reclama de Dios. Y en los problemas de salud o de trabajo, en las preocupaciones de la vida cuando no nos lanza al éxito rápido, más que pedir al Señor por bendiciones económicas, salud física y éxito en las gestiones, se limita a decir como Jesús al Padre: “Hágase tu voluntad”.
El Apóstol Pablo tuvo que aprender una dura lección, cuando insistentemente pedía a Dios que le quitara su aguijón de la carne, probablemente sus problemas con los ojos. La respuesta de Dios a Pablo fue ésta: Ten paciencia Pablo, “porque mi potencia se perfecciona en la debilidad”. Pero hoy es difícil pasar por ahí en medio de la sociedad consumista y que da culto al cuerpo. Por eso, el cristiano que tiene éxito en los negocios, que se regocija en el tener, que tiene buena presencia y que es capaz de competir en la sociedad que encumbra a los más fuertes, puede tender a pensar que todo ello es una simple bendición del Señor, y los menos encumbrados tienden a pedir al Señor bendiciones económicas para estar en la línea de los escogidos.
Y es que las vivencias culturales en el seno de una sociedad orientada hacia los que tienen éxito, hacia el consumo y al disfrute de los sentidos, puede crear graves distorsiones en la vivencia del cristianismo, en la vivencia de la espiritualidad cristiana. Puede distorsionar el concepto de Dios y el concepto de bendición. Puede distorsionar y eliminar el concepto del servicio cristiano, puede renegar de cualquier cosa que cause displacer o sufrimiento. Sólo vamos a apelar a las relaciones con Dios que nos hagan más ricos, más importantes, más admirados, más sanos y más preparados para ocupar los primeros lugares. Son las relaciones mercantilistas con Dios. Las relaciones con el Dios que nosotros podemos manipular para que nos dé aquello que nos va a hacer más importantes. Todos vamos a querer estar sentados a la derecha del Jesús glorificado y nuestra familia a la izquierda. No nos importa que los otros tengan que estar un poco más lejos. Lo importante es que nosotros estemos más cómodos. Y si ellos no tienen sitio, no nos apretaremos un poco para que, aunque estemos un poco más incómodos, quepa alguien más en el lugar de privilegio.
Y, lógicamente, cuando predominan las relaciones mercantilistas con Dios, la consecuencia inmediata es pasar a la insolidaridad y al desamor para con el hombre. Si yo estoy lleno de bendiciones es que son mías, me las ha dado Dios. Al que Dios no se las da, es su problema. Algo habrá entre Dios y él para que no reciba las mismas bendiciones. Caemos en la insolidaridad y no consideramos hermanos a los que están en la exclusión social, a los débiles, a los ínfimos, a los más pequeños, como diría Jesús. Y hacemos del cristianismo algo privado, fuente de bendición para nosotros, pero un cristianismo que ya no nos pude convertir a nosotros en fuentes de bendición para los demás. El cristianismo mercantilista es un cristianismo insolidario que ni nos puede salvar ni puede convertirnos en agentes de salvación o liberación de los demás. El cristianismo mercantilista es lo antitético al cristianismo que pone el amor a Dios como semejante al amor al hombre. Es el cristianismo de “sepulcros blanqueados por fuera”, reducido a la apariencia, el tener y la privacidad que olvida a los que han quedado tirados al lado del camino.
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