Son personas dentro de familias desestructuradas y que son vistos, a pesar de su nacionalidad francesa, por ser ya de la segunda generación de inmigrantes, como diferentes. Quizás pertenezcan a bandas urbanas, bandas latinas o marroquíes. En los países ricos de acogida todo va muy bien mientras estas bandas son rivales y se pelean entre ellas mismas por el control de los territorios o los barrios, por cuestiones de robos, ventas de drogas u otras delincuencias propias de sectores marginales, pero la situación se complica, cuando el odio y la violencia ya no se dirige a la rivalidad entre ellos, sino que la pasan como protesta ante la sociedad civil. Es también el gran peligro de las bandas latinas u otras en el resto de Europa. O sea, el gran peligro, que también puede llegar a España, está cuando se cambia la dirección de la violencia y, lo que es una violencia entre bandas rivales, pasa a unirse y asociarse entre ellos, y se dirige en contra de la sociedad civil en general.
Otra cuestión importante, es que cada vez hay un número mayor de franceses entre ellos. Los jóvenes en marginalidad y desventaja social de los países de acogida, muchas veces se sienten atraídos por las formas de vestir de estas bandas, por algún tipo de música a la que estén vinculados y, otras, porque la pertenencia a un grupo determinado les da una identidad de la que carecen en la sociedad. Hoy nadie quiere permanecer en un anonimato fuerte. Eso les da una conciencia de vacío existencial que tienen que llenar con algo. Y ese algo, en muchos casos, es la participación en bandas organizadas. Incluso se ve que cada día hay más chicas de estos países de acogida que pasan a formar parte de estas bandas, fundamentalmente en las latinas.
Quizás lo que no quieren es sentirse solos e, incluso, buscar unos ciertos niveles de protección que no encuentran dentro de sus familias desestructuradas, agobiadas por el afán de encontrar un trabajo y, en muchos casos, explotadas por las sociedades capitalistas de acogida. En cierta manera se puede entender la situación de estos jóvenes en medio de una ciudad tan grande como París o, en su caso para nosotros, Madrid. Muchos problemas de delincuencia juvenil, tienen su origen en muchas soledades y abandonos, en familias rotas y desestructuradas. Así, para no sentirse en soledad, muchas veces la salida es identificarse con algo, que puede ser una de las bandas juveniles.
El problema de estos jóvenes no es solamente una cuestión policial o judicial, sino que entran en juego otras carencias pedagógicas y de dar sentido al ocio juvenil. Es necesario invertir más fondos en políticas sociales y culturales. Todo esto supera las fronteras y competencias policiales. Esto requiere mucha inversión y potenciación de nuevas políticas. Deben potenciarse políticas asistenciales más fuertes y, algo muy importante, es el control de los institutos y centros de enseñanza para adolescentes.
Sus reacciones no son muy difíciles de comprender. Desde el momento en que estos jóvenes son maltratados por una sociedad que sólo ve al que viene de fuera como el extraño, el otro, el inmigrante, la mano de obra barata, el ser inferior, el que viene a trabajar más barato o a quitar el trabajo a los ciudadanos de las sociedades de acogida, no es nada anormal que sucedan estas cosas. Si a esto unes el fuerte choque cultural que reciben al llegar a Europa, el desarraigo y la falta de expectativas, no es difícil ver que la psicología de estos jóvenes se pueda desestructurar. Además, hay muchos que no ven a estos jóvenes como seres humanos. Y eso les afecta y les transforma en seres que, quizás por un deseo de aumentar su autoestima y seguridad propia, se vuelven violentos y, lo peor del caso, es que orientan esta violencia sobre ellos mismos en el caso de las rivalidades entre bandas que pueden ser ambas latinas. Esta es la dura realidad de la tragedia que viven muchos jóvenes inmigrantes.
Por eso no podemos estar de acuerdo con su expulsión, como se pretende en Francia, pues su violencia es, en el fondo, un grito desesperado de atención y ayuda a sus problemáticas, aunque nadie puede estar de acuerdo con la violencia. Pensamos que, desde un punto de vista social, y no simplemente policial, los coches ardiendo en Francia son como el amplificador de los gritos de los marginados y excluidos, un grito de los jóvenes que, por su origen, están discriminados social y laboralmente. Si se produjera la expulsión de estos jóvenes, sería una forma efectiva desde el punto de vista policial, pero desde el punto de vista social sería como una patada a la diversidad y a la interculturalidad a la que están llamadas las grandes ciudades de Europa. Un golpe bajo que culminaría la opresión de los débiles del mundo.
Desde el punto de vista de la violencia entre bandas rivales que se pelean entre ellas, se entendería mejor esta violencia inmigrante, si el enemigo se plasmara en las tribus o bandas racistas de corte fascista, pero la cruda realidad es que, muchas de las bandas rivales y prototipos de enemigo, son hermanos en situaciones similares y con las mismas problemáticas de falta de identidad y de familias desestructuradas... y se pelean entre ellos. Pero sólo hasta que, por algún chispazo de la historia, como ha ocurrido en Francia, se invierte la corriente de la violencia y pasa de ser algo interno entre bandas, a lanzarse contra la sociedad civil, que es lo que puede ocurrir también en otras ciudades de Europa y que algún día podría ocurrir en España, o en cualquier otro país de acogida del mundo rico.
Se deben crear con urgencia, nuevos parámetros sociales con los que estos jóvenes se puedan identificar. Y aquí también tiene una gran responsabilidad los movimientos cristianos... La Iglesia. Tú y yo... Si en realidad somos seguidores del Maestro.
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