Pero a su vez, Jesús irrumpe en nuestra historia velando el rostro de un Dios Padre y ocultándolo a la sabiduría de los sabios y al poder de los enriquecidos. Así, el Dios que nos revela Jesús se configura como el Dios que se anuncia como Buena Nueva para los pobres y Jesús mismo se nos presenta como el Evangelio de este Dios Padre a los pobres. Así Dios corre el velo y queda al descubierto, como una mano tendida a los pobres y a los proscritos... Pero esto la Iglesia lo olvida muchas veces y, al no ser ya Iglesia del Reino, no puede ser tampoco Buenas Noticias para los pobres.
Así, mientras que Jesús se funde en el destino de la historia, en el aquí y el ahora de cada hombre, en su lucha existencial y en su liberación, además de la salvación para la eternidad, muchas veces la iglesia y los cristianos han hecho teología sin raigambre en los problemas existenciales del hombre, sin lucha por la liberación de los que están siendo explotados y oprimidos... de espaldas al dolor de los hombres. Así, muchas veces los cristianos nos enzarzamos en controversias y en luchas teológicas y olvidamos al hombre. ¡Terrible error!, pues el hombre era el objetivo directo del Reino de Dios que irrumpe en nuestra historia con Jesús mismo. Una implantación del Reino que supone toda una lucha contra el antirreino, con las fuerzas del mal, contra aquello que se opone a la vida... ¡Y hay tantas cosas que se oponen a la vida de los hombres, tantas opresiones y tantas marginaciones, que es un escándalo que no nos lancemos en lucha abierta contra las fuerzas del antirreino y en liberación de los hombres, fundamentalmente de los más débiles, de los pobres, de los oprimidos! Muchas veces vemos el Reino de Dios como algo apocalíptico, metahistórico y del más allá, y nos olvidamos del hombre real de carne y hueso que no necesita solamente salvación para la eternidad, sino también salvación para su aquí y su ahora en forma de liberación.
En Jesús se ve claramente cómo se lanza a desvelarnos al Dios de la vida en contraposición y en lucha abierta contra los dioses de la muerte, acaudillados por el peor de los dioses: Mammón: el dios del dinero, el dios de las riquezas, pues muchos de los avasallamientos de los hombres por parte de las fuerzas del mal, tienen su raíz en Mammón. Así, practicar el Evangelio de Dios a los pobres se configura como una lucha que comienza con el deseo de romper y hacer pedazos las estructuras de pecado sostenidas por el poder del dios Mammón. Porque entre Dios Padre, el Dios de Jesucristo y el dios Mammón, hay toda una antítesis irreconciliable, una antinomia maligna, una lucha de valores. Los valores del Dios Padre de Jesús, son contracultura con los valores
mammonistas, los valores encarnados en las potencias del mal del dios Mammón. De ahí que se pueda hablar con propiedad de la alianza de Dios con los pobres de la historia, con los oprimidos, con los injustamente tratados... aliado por necesidad con los débiles del mundo, con los pequeños, con los mínimos.
Es por eso que también la Iglesia, en su misión diacónica y en la asunción que debe hacer de la denuncia profética, debería asumir la lucha a favor de los pobres, de su dignificación, del acercamiento del Reino a los oprimidos y excluidos, asumir la lucha de los pobres como propia, hacerse eco de su voz, ser el megáfono que amplifique la voz de los pobres. Porque no sólo debemos ser “
la voz de los sin voz”, reemplazándolos, sino convertirlos en agentes de su propia liberación, haciendo nosotros de megáfono de su propia voz y de sus propias inquietudes y sufrimientos. Asumir, así, la lucha de los pobres como propia, pero también asumir la lucha por los pobres, a su favor, convirtiéndonos en soldados o agentes del Reino. Sólo así la Iglesia de Dios en la tierra pasará a ser también la Iglesia del Reino, no sea que, por negligencias, por comodidades o por aliarnos con ciertos poderes que corresponden al dios Mammón, solamente teologicemos a la vez que, en vez de ser aliados de los pobres, nos convirtamos en aliados del
mammonismo.
Si quieres comentar o