Nos entretenemos en comentarios inútiles mientras la vida se nos escapa poco a poco. Queremos ganar discusiones pueriles y nos olvidamos de disfrutar.
Sepp Herberger fue el seleccionador del equipo alemán de fútbol que más años se mantuvo en su puesto. Campeón del mundo y de Europa, todavía hoy se habla de él como uno de los creadores del fútbol alemán, uno de los más competitivos del mundo. Una de sus frases favoritas era: «El balón es redondo y cada partido dura noventa minutos. Todo lo demás es pura teoría». Difícil decir algo más sencillo.
Lo comento, porque me sigue impresionando que se dediquen cientos de páginas en los periódicos y horas en los medios de comunicación a discutir si una determinada jugada fue penalti o no, y cómo influyó en el resultado final del encuentro. De la misma manera, muchas personas pasan horas enteras hablando y discutiendo en sus trabajos y fuera de ellos sobre la misma jugada. Cuando les escuchas, parece que hablan de lo más trascendental que ha ocurrido en los últimos meses.
Mientras tanto, puede que alguien en su propia familia esté sufriendo, algún amigo les necesite, o alguien a su lado esté clamando por ayuda de una manera desesperada. No importa, porque no se van a enterar. Dedicamos horas a discusiones inútiles, pero no tenemos unos minutos para preocuparnos de aquellos a quienes queremos.
¿Realmente sabemos lo que es importante en la vida? Déjame decirte que cuando veo el comportamiento de algunos, lo dudo muchísimo. Nos entretenemos en comentarios inútiles mientras la vida se nos escapa poco a poco. Queremos ganar discusiones pueriles y nos olvidamos de disfrutar.
Hace poco tiempo tuve que ir al hospital con Miriam, mi mujer. Mientras estábamos en la zona de urgencias esperando a que la atendieran, me fijé que la televisión de la sala estaba encendida. Miré por unos segundos el informativo que estaban emitiendo, pero al bajar la mirada me di cuenta que ni una sola persona de la sala estaba viendo el programa. Había más de treinta personas esperando a ser atendidas y nadie se había dado cuenta de que la televisión estaba encendida. Me hizo pensar. A nadie le importa lo que pueda estar ocurriendo en «la caja tonta» cuando tiene dolor o está preocupado, acompañando a alguien a quien quiere. En ese momento lo secundario no tiene valor.
No estoy queriendo decir que no le hagamos ni caso a los medios de comunicación. El punto para mí es que les hacemos demasiado caso. Nos distraen de lo que es realmente trascendente, y cuando queremos darnos cuenta hemos perdido momentos irrepetibles con nuestros hijos, mujer, marido, padres o hermanos. Hemos dejado en el camino a amigos que necesitaban nuestra ayuda, o incluso desconocidos que podríamos haber conocido y disfrutado de su presencia.
Nos liamos con teorías y discusiones cuando todo es más sencillo de lo que parece. «No me pondré como meta nada en que haya perversidad» (Salmo 101:3 NVI), dice el salmista, y no solo por hacer algo malo, sino por perder el tiempo en no hacer lo bueno. Y lo bueno es lo que merece la pena, lo que tiene trascendencia en la vida de las personas.
Y lo de «si fue o no fue», ya pasó, así que no tiene remedio. Quien tenga la razón no importa demasiado. Lo que sí importa es lo que podamos hacer en el futuro. Piénsalo.
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