La Navidad nos anima a fortalecernos. Sí, a nosotros los débiles de la tierra. A eso también nos reta el tiempo navideño.
La Navidad se acera. Voy a hacer lo que otros años he hecho. Dedicarme hasta final de año a hablar de temas relacionados con la irrupción de Jesús en el mundo, con el tiempo prenavideño, con el Adviento y la Navidad. Sí. Voy a dejar un poco esas temáticas sociales que, quizás, a algunos les parecen duras… aunque, en lo que escribe Juan Simarro, siempre brotará la preocupación por los débiles de la tierra, por el prójimo oprimido y empobrecido. Pero la Navidad se acerca. Olvidemos temporalmente algunas cosas. Le vamos a dar prioridad, en estas próximas semanas, a lo relacionado con la venida de Jesús al mundo.
Una de las perlas navideñas que tengo en mi mente y que no he olvidado, son unos versos de un himno que aprendí a cantar siendo adolescente en el Colegio El Porvenir de Madrid, cuando éste era no sólo Colegio, sino un Hogar Evangélico, a donde fuimos a parar muchos chicos de diferentes iglesias evangélicas en el ámbito interdenominacional, para estudiar allí y, luego, como fue mi caso, pasar a estudiar en la Universidad de Madrid.
Aquellos versos se referían al fin del Adviento y a la llegada de la Navidad, la culminación del tiempo de expectación en torno a la venida del Mesías. Decían así: ¡“Venid a ver, venid, la flor del soberano, linaje de David”! Hacía referencia a que el Adviento había terminado, que la flor esperada ya había florecido, que ya podíamos ver la Flor del Soberano. ¡Gran perla navideña! ¡Vive la Flor del Soberano en esta Navidad!
Otra de las perlas proféticas, chispazos o benditos truenos prenavideños, es la que nos anima a fortalecernos. Sí, a nosotros los débiles de la tierra. A eso también nos reta el tiempo navideño. Es una perla de júbilo, porque nuestras debilidades pueden ser superadas con la irrupción del Reino de Dios en la tierra. Una perla de ánimo, de gozo, un grito exultante: “Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles. Decid a los de corazón apocado: esforzaos, no temáis; he aquí que Dios viene con retribución y pago; el mismo Dios vendrá y os salvará”.
¡Qué perla de gran precio prenavideña, Dios mío! Este grito es todo un aliento de vida. Acaba nada menos que con la salvación de los que en Él confían. Salvación para la eternidad y para nuestro aquí y ahora. Quizás esta joya, este chispazo, este alarido de Adviento, lo deberíamos gritar todos en estas fechas tan especiales. Nosotros lo lanzamos desde este artículo como palabras dadoras de esperanza, porque hay perspectivas de salvación integral que nos puede liberar incluso de todas nuestras debilidades.
Así, pobres de la tierra, sufrientes del mundo, oprimidos y apaleados de la historia. Escuchad y observad estas perlas, este chispazo-anuncio de salvación y liberación. No seáis sordos a los tiempos prenavideños. Algo se mueve, algo se anuncia, algo nos va a llegar muy en breve.
Mirad otra Perla. Aquí tenéis otra joya, otro de los enormes chispazos que se dan como un relámpago de luz prenavideño, otra de las ofertas que se gritan como dadoras de esperanza, es ésta: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios”. ¿Qué es lo que pasa? ¿Es que, acaso, el tiempo prenavideños nos anima a dejar de lado las penas, los sufrimientos, los miedos? Pues sí. Eso es lo que producen estas perlas preciosas proféticas. Por tanto, agarrad estas perlas, guardadlas en vuestros corazones, comenzad echando fuera temores, consolándoos en el Señor o, en su caso, los unos a los otros. Veréis como es algo imparable, algo que nos atrapa, un sentimiento que ya es imposible de dejar ante la llegada próxima del Redentor que nos ofrece su consuelo.
Hay todavía otras joyas, otras perlas, que nos quieren sacar de nuestro triste desierto, quieren eliminar penas, sinsabores, terrores de todo tipo ante la sequedad de nuestros eriales. Siempre tiene que predominar la Flor del Soberano de la que hablábamos al principio. Ya no habrá más soledad desértica para nosotros, ya no habrá espacios yermos, secos y feos hasta para la vista. Esta perla, brillante como un relámpago, nos alumbra y nos dice: “Se alegrarán el desierto y la soledad, el yermo se gozará y florecerá como la rosa”. ¿Qué os parece esta gran perla profética prenavideña? Ya no hay lugar para la tristeza. El Señor viene.
Hay muchísimas otras joyas proféticas, otras perlas de gran precio prenavideñas. Sin embargo, nosotros vamos ya a dar un salto hacia el clímax, hacia la gran perla que ilumina de alegría a todo el mundo, un brinco hacia ese momento en el que, ante tanta luz, tenemos que saltar gritando. No hay otro remedio. Esta espera prenavideña lo favorece. ¡Salta, grita, canta! ¡Explota de alegría! Lo prometido se acerca. Dios va a cumplir su promesa. Así, pues, os dejamos con el último alarido de gozo, el último chispazo de alegría prenavideña, al último grito como de trompeta celeste, la última perla, joya de altísimo valor, de precio incalculable: “Regocíjate y canta, oh moradora de Sion; porque grande es en medio de ti el Santo de Israel”. Es ya la apoteosis, cuando ya no podemos hacer otra cosa que llenar nuestros corazones de júbilo, de alegría, de gozo en lugar de ceniza. Ya estamos esperando que se cumplan estas palabras: “Ved aquí al Dios vuestro”.
No te cortes, no te quedes apocado, salta, baila de júbilo, lánzate a la alegría, al canto y al grito. El Señor viene.
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