Se encontrarán muchas excusas que justifican la desvinculación del proceso político. No obstante, cuando nos tomamos las elecciones como un mero acto consumidor, la desilusión y la desvinculación llegan de forma inevitable.
Después de semanas de drama impredecible y caótico en relación al Brexit (incluida la macabra posibilidad de hallar muerto al primer ministro), la fecha límite del 31 de octubre fue una especie de anticlímax. La Unión Europea acordó ampliar la fecha límite hasta el 31 de enero de 2020 sin causar mucho revuelo. En vistas de que no hay ningún acuerdo del Brexit, el parlamento del Reino Unido ha acordado convocar unas elecciones generales el 12 de diciembre. Boris Johnson, en su cuarto intento, por fin ha conseguido las elecciones anticipadas que tanto ansiaba.
Estas elecciones serán un acontecimiento sin precedentes, algo nunca visto antes de producirse las elecciones porque el tema central permanece y sigue sin tener solución: el Brexit. Como consecuencia, otros temas como la seguridad, la inmigración, la asistencia social y el desarrollo internacional pasarán a ser asuntos secundarios. En las próximas semanas las cosas podrían ponerse muy feas. Como país, el Reino Unido está profundamente dividido y habrá que ir a votar el 12 de diciembre.
Las elecciones son importantes, pero no creo que esto solucione todo lo que fundamenta la separación de nuestro país. Sean cuales sean los partidos que formen el próximo gobierno, aun así tendrán que tratar el tema caótico del Brexit y negociar un acuerdo de mercado nuevo con la UE después de abandonarla. Hay mucho desconocimiento y todo es impredecible.
Apartarse del voto democrático
Teniendo en cuenta la apatía y desánimo general que siente la mayoría respecto a las elecciones de diciembre, ¿cómo deberíamos pensar los cristianos sobre esto? ¿De qué manera nuestra fe hace patente nuestro voto democrático?
En las elecciones generales del 2017, la participación en el Reino Unido fue de un 68,7%. Esto supone un aumento respecto a las cifras del 2001 (59,4%), pero sigue sin acercarse a la cifra que se alcanzó a finales del siglo XX. ¿Por qué más de un cuarto de la población no se molesta en ejercer su derecho a voto? Si se tienen presentes todas las luchas que se llevaron a cabo para conseguir el sufragio universal, podemos concluir que se trata de algo trágico. Después de todo, no fue hasta el 1928 que tuvo lugar el acto parlamentario en el que las mujeres obtuvieron una igualdad electoral (Representation of the People o Equal Franchise Act), lo cual conllevó que se añadieran cinco millones de personas más en el electorado.
Sin duda, la democracia va más allá de las elecciones; eso incluye defender el estado de derecho, la separación de poderes, una prensa libre e independiente, una cultura de protección para las minorías, entre otros temas. Unas elecciones libres y justas constituyen la parte central de una democracia sana. Mucha gente no vota porque se cree que su voto no tendrá importancia. También existe una creencia extendida de que los políticos están corruptos y que la mayoría de los partidos tienen acuerdos ocultos movidos por una serie de intereses y grandes sumas de dinero. Si se buscan, se encontrarán muchas excusas que justifican la desvinculación del proceso político. No obstante, cuando nos tomamos las elecciones como un mero acto consumidor (en el que nos sentamos y decimos “nosotros hemos hecho nuestra parte, ahora les toca a los políticos cumplir”), la desilusión y la desvinculación llegan de forma inevitable.
Las elecciones pueden ser buenas (en contexto)
Las elecciones van más allá de marcar un cuadrito en una papeleta y dejar que el resto del trabajo político lo hagan otros, ya sean electos o funcionarios públicos. Una mentalidad así es inaceptable, especialmente si se hace desde una perspectiva cristiana. En una democracia tenemos la responsabilidad de implicarnos en la esfera política antes, durante y después de las elecciones. Nuestro voto no es una elección de un segundo. Más bien, se entiende mejor si se ve como una “participación responsable”.
Los cristianos creemos que el gobierno es legítimo y mandado por Dios (Romanos 13:1-7). Pero el ejercicio legítimo de autoridad política requiere que haya un consentimiento respecto a los gobernados. El consentimiento popular confirma quién debería ocupar cargos públicos y ejercer poder. De la misma manera, también determina quién no debería hacerlo. En unas elecciones, participamos dando a nuestros políticos el consentimiento de gobernarnos para el bien común. Al votar en unas elecciones, nosotros, los ciudadanos, afirmamos el hecho de que tenemos una responsabilidad, no solo los políticos, pues buscamos que se haga justicia y que se avance para el bien de nuestra sociedad. Los parlamentarios van al Parlamento para trabajar en nuestro nombre porque les hemos confiado esa responsabilidad. Nuestro consentimiento es una parte vital del proceso.
Es más, las elecciones también son una defensa contra la corrupción y el abuso de poder. Nosotros, el pueblo, tenemos el poder de negarle a alguien el privilegio de ser nuestro representante electo. Si un político, después de ser elegido, simplemente sigue sus propios ideales y desecha la voluntad de su circunscripción, debe rechazarse en las próximas elecciones. Esto ocurre una y otra vez.
Soy consciente de que hay más cosas que hacen que la política actual se aleje de lo que es ideal. El dinero puede comprar votos, es más difícil destituir a alguien (aunque no imposible) y la política del partido conlleva que nuestros parlamentarios voten de acuerdo a ella. Aun así, a pesar de todas estas limitaciones que afectan a nuestro cuerpo político, las elecciones siguen siendo de vital importancia.
En definitiva, no deberíamos quitarle importancia al hecho de tener elecciones generales. Deberíamos valorar el privilegio de vivir en una democracia funcional, por muy alejada de la perfección que esté. Poder ejercer el derecho a voto es algo sagrado, así que ejerzámoslo con sabiduría.
Philip S. Powell gestiona la comunidad de aprendizaje del Jubilee Centre.
Este artículo se publicó por primera vez en la web del Jubilee Centre y se ha reproducido con permiso.
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