Y yo, como cristiano que quiere vivir una vida comprometida con los más débiles del mundo,
me siento muy limitado y un poco avergonzado de mi inactividad. Pero al menos, no quiero guardar silencio. Quiero sacar el tema desde una sensibilidad cristiana y ponerlo de relieve. Quiero hacer una llamada a la projimidad, tema central en el Evangelio, y debería ser también tema central entre los que nos llamamos seguidores de Jesús. Se puede decir que la salvación y la vida eterna, también se ponen en juego ante las temáticas de la projimidad o, de otra manera, quizás es que, quien no practica la projimidad, no ha experimentado o no sabe nada de salvación ni de vida eterna, aunque huela a cirio y practique todo tipo de rituales, alabanzas y oraciones. Porque de la autenticidad del Nuevo Nacimiento, debe nacer una idea genuina de projimidad que no debe pasar de largo ante el prójimo apaleado, robado, oprimido y dejado al lado del camino.
Y aquí no se trata de que queramos que las fronteras de España se abran para que entre todo el África dentro de nuestras puertas. No se trata de pedir a los gobiernos que dejen los controles policiales que garantizan las no violaciones de las fronteras. No se trata solamente de temas policiales, ni del ejército, ni de ninguna otra de las fuerzas de seguridad del Estado. Se trata de que existe un mundo desesperado y empobrecido. Se trata de una amplia cuestión de justicia social. Se trata de que, las riquezas del mundo que son de todos los humanos, tienen un injusto y desigualo reparto y muchos no pueden acceder a ellas. Se trata de que el veinte por ciento de la humanidad consume lo que le corresponde al mundo entero.
Por tanto,
el problema de los subsaharianos intentando cruzar las vallas, las alambradas y las dificultades de las fronteras, es la punta de un iceberg que amenaza también al mundo rico. La presión de las migraciones internacionales puede llegar a ser de tal magnitud, que se convierta en una amenaza para el todopoderoso Norte rico. Y estos pobres del mundo, estos chicos de color que se juegan la vida muy cerca de nosotros, se conforman, a través de la televisión y otros medios de comunicación, en nuestro prójimo cercano que está llamando a nuestras puertas, y que se halla tirado al lado del camino, robado, despojado y dejado medio muerto.
Ese colectivo humano echo tan cercano a través de las imágenes que nos llegan cada día, es el prójimo de la Parábola del Buen Samaritano de quien se nos dice que “cayó en manos de unos ladrones”. Y
no sé hasta qué punto el mundo rico hoy puede ser el prototipo de ladrón. No sé hasta qué punto el mundo está en manos de ladrones. No sé hasta qué punto nuestro bienestar de las sociedades del veinte por ciento del mundo rico, está montada sobre el despojo y la rapiña. No sé hasta donde se puede aplicar al mundo rico que “el despojo del pobre está en vuestras mesas”, como dice el aserto bíblico. Y si lo supiera, preferiría que vosotros mismos reflexionarais e investigarais las causas de la pobreza.
Pero lo que está claro es que, a través de la pantalla televisiva, se nos configura la imagen de un prójimo en necesidad, un prójimo colectivo, un prójimo humano que, en este caso concreto es negro y pobre. Un prójimo que se conforma como un gran reto a los cristianos, a parte de ser un reto a todas las instituciones democráticas. E insisto que es un reto para los cristianos, porque veo muy difícil que, los seguidores de Jesús, puedan seguir dando alabanzas, oraciones y ritos a un Dios solidario con el pobre, sin acordarse hoy del prójimo que más próximo se nos está haciendo en estos días. Si la Iglesia calla y pasa de largo ante la situación de estos negros subsaharianos, estará representando a ese mal prójimo, representado por un sacerdote que, en la Parábola del Buen Samaritano, optó por el ritual, por no mancharse las manos de sangre considerada impura... por pasar de largo. Y fue rechazado por Dios como mal prójimo.
La Iglesia ante estas situaciones no debe quedarse pasiva, no debe dar la espalda al dolor de estos hombres desamparados. Debe levantar su voz profética y clamar por justicia con esta parte de la humanidad. Debe clamar por planes que redistribuyan las riquezas del mundo para que, estas personas, no se vean lanzados a la muerte y al desgarro de las alambradas, por hambre, miseria y violencia. Sus desgarros, su dolor y su sufrimiento, debe ser parte del desgarro y dolor de la Iglesia. Su grito nuestro grito. Su clamor por justicia, el nuestro.
La Iglesia debería estar pidiendo medidas para sacar adelante a estos pueblos de la miseria y el hambre. Las medidas policiales, aun amparadas en la legalidad de los Estados, no bastan. Se conforman solamente en un brazo represor y defensor de la legalidad que favorece a los que tienen sus almacenes llenos y protegidos. La Iglesia debe también gritar contra el levita, el legislador o leguleyo que legisla insolidariamente. Los levitas eran conocedores de la Ley, pero también pasaron de largo. Pero la Iglesia no debería poder pasar de largo. Algo en su interior se debería conmover hasta llegar a ser el Buen Samaritano, el buen prójimo que fue movido a misericordia. Y, si su acción no basta para acercarse a las fronteras y curar las heridas, debe usar su voz. La voz es el instrumento que se debe usar allí donde las medidas asistenciales resultan insuficientes. La Iglesia debe pararse ante estos apaleados y gritar compadecida. Llorar con este prójimo que se nos ofrece como colectivo. Yo estoy seguro que la voz de los cristianos y su clamor por la justicia podría cambiar situaciones de despojo en el mundo.
Y una vez ejercido el clamor, todos los que podamos, intentemos curar heridas, hablando desde el punto de vista asistencial.
Usemos nuestro aceite y nuestro vino. O sea, además de las asistencias, usemos la fuerza del Espíritu Santo, que se puede representar en ese aceite, para que nos dé palabras de denuncia y de destrucción de las estructuras que, injustamente, empobrecen a tantas personas. La Iglesia tiene que ser este buen prójimo que se compadeció de su hermano apaleado y tirado al lado del camino. Y si la Iglesia sigue entre sus ritos y no clama por justicia a estos débiles del mundo, habrá perdido la meta. Y, cuando piense que ha llegado al final, lo que pasará es que simplemente ha perdido el camino.
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