Creo en Jesucristo, ejemplo de estilo de vida, de prioridades y de acciones de servicio al prójimo necesitado. Él nos dejó con su vida, un ejemplo para el servicio.
Digo Mi Credo, y no “El Credo”, porque el auténtico y verdadero Credo solamente Dios puede redactarlo. Por otra parte, para nada se intenta la ampliación ni corrección del Credo de los Apóstoles, tal y como se conoce. Es solamente un esfuerzo por mi parte de cómo podría yo exponer, de forma personal, mi Credo, mientras deambulo por este mundo a la espera del encuentro final con mi Dios. A ello vamos. Ya publiqué una versión en el año 2002 en este mismo medio. Ahora lo corrijo y amplío.
Creo en Dios Padre, Todopoderoso, creador del Cielo, de la Tierra y de la Vida. Creador de los hombres y de las mujeres, a su imagen y semejanza y, por tanto, iguales en dignidad y en derechos. Así mismo creó a los animales, seres sintientes, a los que el hombre debe respetar, evitando todo tipo de maltrato.
Creo que este nuestro Dios, justicia divina, es un Dios que ama a los hombres y condena a aquellos que oprimen, despojan o marginan a sus semejantes. También ama a su creación, a la tierra, con sus animales y plantas, y no desea un mal uso o desmedido saqueo o despojo de ella.
Creo en Dios Padre que creó un mundo con recursos suficientes para todos, y que sufre con la acumulación desmedida de bienes por parte de unos pocos que empobrecen y despojan a las dos terceras partes de la humanidad. Uno de los gritos de este Dios es: “¡Ay de los que acumulan casa a casa y heredad hasta ocuparlo todo! ¿Habitaréis vosotros solos en medio de la tierra?”.
Creo en un Dios de paz que nos dejó claras las bases para que podamos tener en el mundo una “cultura de paz”. Por eso los cristianos no deben practicar ningún tipo de violencia, ni estar de acuerdo con otras violencias que haya en el mundo, sea cual sea la causa.
Creo en su Hijo Jesucristo, uno con el Padre, que nació de María Virgen y que, antes de padecer bajo el poder de Poncio Pilatos, se mostró como un Dios en busca de la justicia y la liberación de los débiles. Creo también, que con Él irrumpe el Reino de Dios en la Tierra con un “ya” establecido que no sólo busca la salvación del hombre para el más allá, sino en nuestro aquí y nuestro ahora, en forma de liberación de la indignidad y de la opresión.
Creo en Jesucristo, quien dedicó tanto tiempo, en un equilibrio total, a la búsqueda de la justicia social, de la solidaridad, de la sanidad, de dar de comer, de dignificar la vida de los niños, de la mujer, de los marginados, de la condena de la riqueza insolidaria y de la búsqueda de la justicia social, como a predicar las Buenas Nuevas de salvación escatológica, para el más allá, para la eternidad. Todo formaba parte de un único y mismo proyecto: la instauración del Reino de Dios.
Creo en un Jesucristo evangelizador, Evangelio de Dios para el mundo, quien no sólo predicó con la palabra, sino con la ación solidaria que la convierte en acción social evangelizadora. Creo en Jesucristo Palabra-Acción de Dios para el mundo, y ejemplo para los cristianos y la Iglesia. Creo en la evangelización integral, siguiendo el modelo de Jesús.
Creo en Jesucristo, ejemplo de estilo de vida, de prioridades y de acciones de servicio al prójimo necesitado. Él nos dejó con su vida, un ejemplo para el servicio.
Creo en la labor profética de Jesucristo, con una denuncia que ataca la insolidaridad, la acumulación desmedida de bienes, la injusticia y condena a los que se apegan a las riquezas y no comparten. Un Jesús que entronca con la denuncia profética.
Creo en Jesús quien condenó a los religiosos que se autojustificaban, se autoconsideraban puros, y tachaban de pecadores a los que estaban fuera de su círculo de falsa pureza. Creo en el Jesús que comía con los proscritos, marginados y pecadores, dándonos ejemplo y anticipando el banquete final del Reino.
Creo en Jesús que vino a salvarnos de manera integral, para el más allá y para nuestra estancia terrena; a salvarnos en cuerpo y alma.
Creo en el Espíritu Santo, fuente de poder y de inspiración que nos capacita no sólo para la verbalización de la Palabra, sino para su realización concreta y activa. Creo en el Espíritu Santo como poder de Dios que nos puede ayudar en nuestra lucha con Principados y Potestades de las tinieblas, que no son sólo fuerzas etéreas, sino que también se concretan en las estructuras sociales injustas, a las que hemos de denunciar con su poder.
Creo en una Iglesia que siga los valores del Reino y que no se convierta en valedora de aquello que pertenece al antirreino, al poder terrenal. Creo en una Iglesia abierta a la problemática del mundo e itinerante, no encerrada entre las cuatro paredes del templo, ni formando un círculo de falsa pureza para su autoconsumo.
Creo en un Dios perdonador de pecados, que nos hace nuevas criaturas y nos capacita para abrirnos a Él y al otro, al prójimo, fundamentalmente el débil y al que sufre.
Creo en la vida eterna que, de alguna manera, la empezamos a disfrutar en el “ya” del Reino, en medio del dolor de los hombres, lo cual me hace vivir en una esperanza activa y buscadora de la justicia y de la paz.
Creo en Jesús como modelo de amor. Creo en ese amor, que nos hace participar de la naturaleza de Dios mismo.
Creo en la resurrección de Jesús y en la resurrección final del cuerpo, objeto también del amor y del plan de redención de Dios, lo que me lleva a amarlo, dignificarlo y cuidarlo, y no sólo a mi propio cuerpo, sino a los de aquellos que sufren deterioro por la opresión, por el no-ser de la marginación, del hambre y de la tortura.
Creo en la comunión entre los hombres, la común unión que debemos guardar como hijos y criaturas del mismo Padre o Hacedor, y como inquilinos de la misma casa común que es la tierra, a la que no hemos de depredar, contaminar ni agotar, para no caminar a nuestra propia destrucción.
Creo en el Reino de Dios, ya implantado en nuestro mundo, y en sus valores, y me uno a la oración modelo de Jesús para los hombres: “Venga tu Reino”. Amén.
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José era alguien de una gran lealtad, la cual demostró con su actitud y acciones.
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