El apóstol Pablo definió la nueva libertad en Cristo como un espacio comunitario donde ya “no hay esclavo ni libre, ni mujer ni hombre”.
Jesús fue perseguido por “La Iglesia oficial” de su tiempo. Es decir, por los escribas y fariseos. El concepto que estos profesionales del Templo y de la religión tenían acerca de las mujeres no era el mismo que tenía Jesús, y esto alimentaba el odio hacia él. La dignificación que Jesús muestra hacia ellas constituiría una de sus confrontaciones públicas con los religiosos más repetidas del evangelio.
Cualquier cultura de hace miles de años resulta evidentemente misógina para nuestros ojos occidentales actuales. Pero el trato favorable de Jesús hacia las mujeres rompió la norma social de las relaciones entre hombres y mujeres en aquel tiempo. De algún modo, este escandaloso trato de igualdad fue parte del proceso que lo llevaría a la cruz.
Pero ¿Cómo fue esta actitud de Jesús? Veamos algún ejemplo concreto:
La mujer encorvada
En Lucas 13, 10-17 se relatan varios desafíos simbólicos respecto a la doble moral de algunos rabinos contra las mujeres. Ellas eran relegadas a la parte posterior de la sinagoga, así que la invitación que Jesús realiza a una mujer encorvada para pasarla al frente suponía una provocación necesaria. Él la sitúa en el centro de atención. No se dirige hacia el lugar donde está ella sino que la llama (v.12) a la zona privilegiada de los hombres. Para Jesús, aquella “hija de Abraham” merecía ser libre de su aflicción incluso en sábado, un día en el que estos intérpretes religiosos también prohibían ayudar a alguien que lo necesitara. Tampoco era en absoluto habitual el uso de la expresión “hija de Abraham” para dirigirse a una mujer. Éste era un título de privilegio para los hombres[1].
Con todos estos ingredientes por medio y desafiando los códigos de impureza, Jesús toca a esta mujer para sanarla. En una cultura simbólica como la judía, todo aquello eran señales que anunciaban el escandaloso amanecer a una nueva era de igualdad entre hombres y mujeres. Y esto era intolerable, algo que enfurecía a los rabinos que más tarde pidieron crucificar a Jesús.
Estremece imaginar a aquella mujer de cabeza gacha que de repente se levanta de su encorvamiento físico y moral para, poco a poco, mirar cara a cara a aquellos hombres desde el milagro y la zona privilegiada del lugar santo. Jesús no solo estaba sanando su cuerpo sino su sentimiento de indignidad.
La genealogía de Jesús en el evangelio de Mateo (algo muy importante para la identidad de los hebreos) incluiría a mujeres en lugar de sus maridos. Y no solo se omitiría el nombre de ellos sino que se nombra a señoras y señoritas de muy dudosa reputación, lejos del estereotipo de mujer adiestrada para la casa y el silencio. Pero nada de esto es casual.
Ungiendo al rey
A los elegidos para una misión divina se le aplicaba una simbólica unción con aceite. Hasta el siglo uno, esto solo lo oficiaban hombres. El gran profeta Samuel, por ejemplo, tiene el honor de ungir a David para proclamarle rey de Israel.
Comprendida esta potente simbología de la unción los evangelios recogen a dos mujeres ungiendo a Jesús con sus lágrimas. Cuando Judas trata de impedir que María unja a Jesús, el Señor le dice “¡Déjala!” (Juan 12, 1-2). Días después es otra mujer quien derrama sobre Jesús un frasco de alabastro para ungirle. En esta ocasión Jesús le dice a esta mujer que su acto sería conocido allí donde fuera predicado el Evangelio. Una vez más, el Mesías pone a las mujeres en el centro del protagonismo religioso universal (Mateo 26, 6-13). Ninguna de estas mujeres estaría ungiendo a un rey cualquiera sino al Rey de Reyes.
¡Ha resucitado!
Tras la resurrección Cristo, él vuelve a honrar atípicamente a las mujeres al darles las primicias de anunciar el levantamiento del Hijo de Dios entre los muertos (Mateo 28, 10; Juan 20, 17). Las mujeres fueron las primeras evangelistas de las Buenas Noticias. Las apóstoles enviadas a los apóstoles.
Las demás mujeres
¿Y qué de la mujer adúltera que iba a ser apedreada?: “Quien no tenga culpa que tire la primera piedra” (Juan 8, 7) ¿Y de la mujer del flujo de sangre que no cesaba? (Lucas 8, 43-50). Jesús permitió que aquella mujer le tocara a pesar de que, de nuevo, se consideraba algo impuro. Otra vez Cristo otorga a la mujer un lugar central para sanarla.
Son solo unos ejemplos de esta maravillosa revolución comenzada por Cristo. Él nos dejó estos referentes de justicia restaurativa como semillas para ser plantadas y regadas por los cristianos siguientes. Por ti y por mí.
El apóstol Pablo definió esta nueva libertad en Cristo como un espacio comunitario en el que ya “no hay esclavo ni libre, ni mujer ni hombre” (Gálatas 3, 28) a pesar de que aún no se asumió la idea de abolir la esclavitud. Serían siglos más tarde cuando los cristianos se movilizarían para la liberación de los esclavos en países de occidente.
En muchos lugares ya no hay esclavos. Pero esto aún no ha ocurrido con la igualdad plena entre hombres y mujeres. Y quizás sean estos caminos que aún quedan por recorrer a lo que Jesús se refería cuando dijo que sus seguidores harían, en un futuro, “cosas mayores” que Él (Juan 14, 12) Pues venga ¡Vamos adelante!
[1] Juan Driver, afirma que “Hija de Abraham era una expresión inaudita en la antigua literatura judía”. La Mujer y Jesús, el testimonio de los evangelios. Congreso Anabautista del Cono Sur. Enero, 2007
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