El tiempo cronológico, pues, nos obliga a posicionarnos sobre el sentido que le damos a nuestra existencia.
La palabra tiempo tiene diversas acepciones en el lenguaje corriente, siendo la más normal la que indica el transcurso de la existencia, la secuencia cronológica que se mide en el paso de los días y años. Todos somos conscientes de esta acepción del tiempo, especialmente al ir avanzando en edad y darnos cuenta de que el tiempo vuela. Hay dos actitudes hacia la fugacidad del tiempo, con dos conclusiones dispares. Una es la que propone el viejo dicho: “A vivir, que son dos días.” Como no hay más horizonte en la vida que la existencia aquí abajo, la conclusión es que hay que sacarle provecho al máximo, porque después no habrá nada. Y ese provecho tiene que ver con el disfrute de las cosas temporales y terrenales. En eso consiste todo. Pero la otra actitud es la que la Biblia nos enseña de la siguiente manera: ‘Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría.’ (Salmo 90:12). Se trata de una petición a Dios para que nos muestre la forma por la que esa conciencia de la velocidad del tiempo nos lleve a conclusiones sabias, teniendo presente que estamos de paso por esta vida, que es el portal de otra que no acaba. El tiempo cronológico, pues, nos obliga a posicionarnos sobre el sentido que le damos a nuestra existencia.
Otra acepción corriente de la palabra tiempo tiene que ver con el clima y en ese sentido todos somos conscientes también de sus efectos. Es gracias al clima que existen las estaciones y que el ciclo de siembra y cosecha, de florecimiento y decaimiento, tiene lugar en la naturaleza. Hasta no hace mucho todo lo que tenía que ver con el clima era un trámite consabido, en el sentido de que en el invierno hacía frío, en el verano calor, en el otoño llovía y en la primavera brotaban las hojas. Con el ‘hombre del tiempo’, que a principios de los años sesenta nos mostraba por televisión aquel mapa con sus líneas curvas que lo atravesaban, aprendimos lo que era una borrasca y un anticiclón. Esa era toda la noticia que el clima daba de sí. Pero ahora se ha convertido en el protagonista inesperado y en una amenaza que puede llevárselo todo por delante. Y de este modo estamos muy conscientes de su importancia y peligro, estando los mandatarios mundiales obligados a tomar medidas al respecto.
Pero hay otra acepción de la palabra tiempo que no es tan corriente como las dos anteriores y es la que se refiere a la ocasión oportuna, al momento apropiado. Es decir, dentro del tiempo cronológico hay plazos prefijados en los cuales suceden acontecimientos que son irrepetibles y que si se deja escapar la oportunidad ésta no volverá más. Es el tiempo señalado.
En cierta ocasión Jesús hizo una distinción entre el tiempo atmosférico y el tiempo señalado, reprochando a su generación que teniendo mucho conocimiento del primero, estaba en total ignorancia del segundo. ‘Mas él respondiendo dijo: Cuando anochece decís: Buen tiempo, porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! Que sabéis distinguir el aspecto del cielo, mas las señales de los tiempos no podéis.’ (Mateo 16:2-3). El clima era objeto de pronóstico y preparación para lo que deparaba el día; sin embargo, lo que estaba pasando delante de ellos, la presencia del Hijo de Dios en su medio, les producía rechazo e incredulidad, no dándose cuenta de la preciosa oportunidad que tal presencia suponía, al ser ocasión para el arrepentimiento y la salvación. Los que eran muy doctos en las señales del clima, eran totalmente indoctos en las señales de los tiempos. Jesús llamó a aquella generación, la generación mala y adúltera.
Creo que está pasando lo mismo hoy, cuando muchos hablan de las señales del clima, de lo que puede suceder y de las medidas urgentes que hay que tomar, pero son totalmente indiferentes y ciegos a las señales de los tiempos, que indican que un juicio se acerca a marchas forzadas, juicio que procede de Dios, porque el aumento de la maldad está sobrepasando todos los límites. Si nos parecemos cada vez más a la generación del diluvio y nos parecemos cada vez más a la de Sodoma, ¿cómo esperamos escapar nosotros, si ellos no escaparon? Las medidas que hay que tomar no tienen que ver tanto con el plástico y la emisión de humos, porque ¿de qué vale emplearse en lo externo, si lo interno está podrido? ¿Podrá un cáncer ser curado sin ir a la raíz del mal?
Este mundo sumido en sus disquisiciones sobre el tiempo climático, no quiere reconocer que el verdadero quid de la cuestión es el tiempo señalado por Dios para el arrepentimiento, sin el cual el juicio de condenación será inevitable. El tiempo climático no es más que un síntoma, entre otros, del tiempo señalado. ‘En los pecados hemos perseverado por largo tiempo; ¿podremos acaso ser salvos?’ (Isaías 64:5), es la pregunta que hay que hacerse en esta grave coyuntura. Tal vez todavía estemos a tiempo cronológico de aprovechar el tiempo señalado, que es más importante que el tiempo climático.
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