Jesús enseño a sus discípulos a amar a sus enemigos y a orar por quienes los perseguían.
La participación del jefe del Estado alemán, Frank-Walter Steinmeier, en las celebraciones del Día del Armisticio el pasado noviembre, en Londres, fue un testimonio conmovedor del largo viaje de reconciliación y curación entre Alemania y el Reino Unido. Se reflejó en nuestra pequeña iglesia, donde tuve el placer de verlo en la joven familia germana que, a menudo, se reúne con nosotros para adorar, y que venía con su segundo hijo de tan solo diez días, entonces.
La guerra nos fuerza a dividir el mundo cruelmente entre aliados y enemigos, pero siempre tendremos muchas más cosas en común, especialmente como europeos, que lo que nos separa. Hay un monumento conmovedor de la guerra en la capilla del Westminster College, el centro de formación de la Iglesia Reformada Unida de Cambridge. La placa, que conmemora a los estudiantes de la institución que murieron en la Segunda Guerra Mundial, es única en Gran Bretaña puesto que incluye el nombre de dos soldados alemanes.
En 1938, estos dos estudiantes se encontraban en el Reino Unido, estudiando, sirviendo y adorando junto con sus hermanos británicos mientras recibían formación para ser pastores. Pero en unos pocos meses fueron obligados a lucir diferentes uniformes y a asumir el rol de enemigos, al menos a nivel militar, en lados opuestos del conflicto.
Las conmemoraciones de guerra de los vencedores serán inevitablemente diferentes de aquellos que han sido vencidos, pero es peligroso pasar por alto el impacto de la guerra en el bando derrotado. Por ejemplo, durante la Primera Guerra Mundial hubo 744.000 bajas británicas en combate, mientras que las alemanas alcanzaron los 1,8 millones. Y mientras las tumbas de los aliados en Francia y Bélgica son objeto de visitas frecuentes, los memoriales alemanes, donde se les permitió establecerlos, se descuidan y rara vez reciben visitas.
De hecho, fue la política defectuosa del Tratado de Versalles, que dictaba que Alemania era la gran culpable de la Primera Guerra Mundial y que debía hacer una serie de reparaciones a las potencias aliadas, lo que se convirtió en una de las principales causas del ascenso al poder de Adolf Hitler, 15 años después de que el conflicto terminase.
Puede que los aliados ganasen la guerra, pero fallaron a la hora de alcanzar la paz y establecer unas bases sostenibles para la relación entre ambas naciones. Eso fue más exitoso después de la Segunda Guerra Mundial, con la creación del Consejo de Europa (propuesto por primera vez por Winston Churchill) y la posterior Comunidad Económica Europea, con el objetivo de unir a antiguos adversarios en una interdependencia donde otra guerra fuese imposible, incluso en el futuro.
Mientras reflexiono sobre las formas en las que recordamos las guerras mundiales, se enfatiza la tendencia natural de los vencedores en cualquier conflicto, ya sea ideológico o militar, de asumir que sus políticas o argumentos son completamente correctos y justificados, mientra que los del lado derrotado están equivocados o son erróneos. Por eso es importante recordar no solo las vidas perdidas en las guerras mundiales, sino también reexaminar las razones y los argumentos que se presentaron para ir a la guerra en primer lugar.
Jesús enseño a sus discípulos a amar a sus enemigos y a orar por quienes los perseguían. Esta enseñanza se descarta, en general, como idealista, pero Jesús estaba mirando más allá de cualquier motivo que a corto plazo pudiera justificar un conflicto, hacia una base para la paz a largo plazo, arraigada en la misericordia, el perdón y el reconocimiento de nuestra humanidad más común.
Semejante amor tiene un poder más profundo para transformar enemigos en hermanos y hermanas, unidos por el amor y el perdón de Cristo. Así que, si bien tenemos derecho para recordar el sufrimiento sin sentido de las trincheras, y el coraje y el sacrificio de de esos corderos enviados a la matanza, aprendamos a desactivar las potenciales bombas de tiempo del resentimiento y la hostilidad hacia cualquier que podamos vernos tentados a catalogar de enemigo hoy, y consideremos cómo aplicar el mensaje radical de transformación de Jesús.
Jonathan Tame, directo del Jubilee Centre.
Este artículo se publicó por primera vez en la web del Jubilee Centre y se ha traducido y reproducido con permiso.
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