Neceitamos dejar de ser el país de la Inquisición, aquel en el que solo caben dos posibilidades: o ganar o ser eliminado.
Después de dos votaciones fallidas para investir a un candidato, Pedro Sánchez, como nuevo Presidente del Gobierno, el país comienza a tener la sensación de un “dejà vu”. Tenemos la sensación de que ya hemos pasado por aquí en situaciones anteriores y que podría volver a suceder que fuéramos llamados a las urnas por segunda vez por la incapacidad de consensuar un gobierno con la actual aritmética parlamentaria.
En las elecciones que dieron la mayoría al Partido Popular en 2015, Mariano Rajoy no fue capaz de conseguir la investidura y nos vimos forzados a unas nuevas elecciones en junio de 2016. Después de esas elecciones, en las que el Partido Popular fue el único que sumó apoyos y ante el miedo de que en unas hipotéticas terceras elecciones consecutivas el Partido Socialista aún tuviera menos apoyos, una abstención del Partido Socialista facilitó la investidura de Mariano Rajoy como Presidente del Gobierno.
Ante el escenario actual quiero dejar algunas reflexiones:
1. Los españoles ya nos hemos pronunciado. Hemos votado y la voluntad popular ha dejado una composición de Congreso y Senado que nuestros representantes políticos deben aceptar. Aceptar la voluntad de los ciudadanos significa que ellos deben hacer los movimientos necesarios para dotar a España de un Gobierno lo más estable posible para que el país puede avanzar y afrontar los retos de un futuro complejo como es el que tenemos en estos días. No quiero prejuzgar cuál debe ser el Gobierno que debe salir de esta composición parlamentaria, hay varias posibilidades matemáticas y cualquiera de ellas será el fruto de la voluntad de los ciudadanos. En democracia la suma de los escaños, sea cual fuere, es la expresión de la voluntad de los ciudadanos, tanto si gobierna el partido más votado, como si gobierna cualquier otra fórmula que obtenga una mayoría.
2. Es la responsabilidad de los partidos políticos el formar un gobierno sin volver a unas nuevas elecciones. Unas segundas elecciones o terceras o cuartas, es una excepción que debe considerarse como el mal mayor, no el mal menor. Que los representantes de la voluntad popular nos devuelvan la pelota a los ciudadanos implica que ellos están diciendo que lo que votamos en abril era un error y que con esta aritmética es imposible formar un gobierno. Creo sinceramente que los que se equivocan no son los millones de ciudadanos en las urnas, sino que el error está en el lado de los partidos políticos. Ellos deben hacerse responsables de sus errores en lugar de afirmar que el error estuvo en lo que votamos los españoles.
3. Es la responsabilidad de los partidos políticos el fomentar un clima de relaciones entre ellos que posibilite los pactos después de las elecciones. Los pactos post-electorales se construyen antes de las elecciones. Los líderes políticos y los portavoces de los distintos partidos políticos han construido una realidad con su lenguaje que dificulta la formación de consensos que facilite la gobernabilidad del país.
El lenguaje crea realidad y cuando se han ofendido personalmente de una forma tan grave como lo han hecho, han minado el terreno para un posible entendimiento tras las elecciones. Necesitamos un lenguaje que construya una sociedad más noble, más cordial, más generosa, etc. Si nos creemos a nuestros parlamentarios cuando hablan de sus rivales políticos todos ellos son un grupo de peligrosos incapaces, que cuanto menos son un riesgo gravísimo para nuestro país. No solo descalifican al rival político, sino que descalifican a los votantes que fueron tan imprudentes de elegir a alguien que representa un riesgo tan grande para la democracia en España. Nuestros representantes políticos no solo hacen difícil el acuerdo entre ellos sino que generan tensiones en la propia ciudadanía mostrando un grado de responsabilidad bajo para alguien que tiene una responsabilidad tan alta y para quien debe ser un ejemplo para la ciudadanía.
4. El diálogo y el acuerdo deben comenzar a ser una virtud en lugar de un defecto. Los ciudadanos debemos aprender a castigar electoralmente a aquellos partidos que pretendan sacar réditos de no haber conversado ni siquiera haberse reunido con el rival político. Somos el único de los grandes países europeos en el que nunca ha habido un gobierno de coalición (algo que, por cierto, ocurre ya en ciertas autonomías), por lo menos desde la proclamación de la democracia. Hay países como Dinamarca en el que ha habido gobiernos de coalición durante más de 125 años. Esa es la práctica habitual en la mayoría de las democracias europeas consolidadas y maduras. Hemos idealizado los pactos de la Moncloa, de los primeros años de nuestra democracia, pero no somos capaces de repetirlos y los hemos convertido en una excepción. Tenemos demasiadas líneas rojas. Mientras por un lado nuestros partidos hacen aguas por todas partes, se consideran a sí mismos tan puros como para no pactar con un contrario tan corrupto. Nos falta una cultura nacional del diálogo. Debemos pasar página de ser el país de la Inquisición, aquel país en el que solo caben dos posibilidades, o ganar o ser eliminado.
La realidad actual ha sobrepasado nuestra capacidad de llegar a acuerdos. Mientras teníamos solo dos partidos que pudieran gobernar todo era más claro. Uno iba al cielo del gobierno y el otro al infierno de la oposición. Pero hoy en día, que la realidad nos ha dado 4 partidos que podrían tener opciones de gobernar, les tenemos a todos en un permanente purgatorio de negociaciones fallidas. Es necesario reconocer la realidad que han votado los ciudadanos y es necesario reconocer al otro como legítimo representante de la voluntad de esos ciudadanos, incluso al partido que ha sacado un único diputado.
5. Quizás estamos delante de una generación de políticos de un nivel humano demasiado pobre. El hablar tiene estas cosas, que pones de manifiesto aquello que cuando callabas estaba oculto. La Biblia dice que hasta el necio cuando calla parece sabio. Hace tiempo que nuestros políticos dejaron de parecer sabios. Hemos formulado un axioma que produce unos resultados muy pobres. El axioma es que da igual cómo sea la vida privada de los candidatos. No nos damos cuenta que al afirmar esto promocionamos una doble vida. Uno puede ser una persona inconsistente en la vida privada, pero nosotros hemos llegado a creer que será consistente, prudente, fiel, amante de la verdad, etc. en su vida pública.
Las personas no tenemos muros de separación en nuestro interior, podemos tener dos caras, pero no dos temperamentos distintos que conectamos o desconectamos con un interruptor. Puedes engañar a algunas personas por algún tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo. Aquí nos sucede que el que se engaña es porque quiere, porque le pueden más las siglas que la capacidad de ver la realidad. Como españoles tenemos que comportarnos de una manera que se haga mentira aquello de que tenemos los líderes políticos que nos merecemos y aquellos líderes políticos que representan lo que de verdad somos y valoramos.
6. Como evangélicos, y muy conscientes de nuestras debilidades e inconsistencias, queremos ofrecer un ejemplo de que es posible tener opiniones distintas, aspectos teológicos secundarios en los que no concordamos plenamente, estrategias y modelos denominacionales con diferentes eclesiologías y, sin embargo, formamos un solo pueblo con una unidad de propósito.
Muchas veces se ha puesto el foco sobre las divisiones entre evangélicos frente a la, aparentemente, monolítica iglesia de Roma. Sin embargo, nosotros que tenemos libertad de criterio para analizar las Escrituras, lo que produce que en temas secundarios tengamos posturas distintas, hemos aprendido a poner por delante una cosa más importante, que somos uno en Cristo. Esta unidad es algo que ni siquiera nosotros producimos, sino que es producto de que compartimos la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas.
Hay una realidad más grande y superior, el Reino de Dios, que todos estamos vinculados en edificar. Esta fraternidad familiar por tener un mismo Espíritu y esta unidad en la Misión de Dios hace que lo secundario quede sometido a lo principal. Queremos proponer a nuestros líderes políticos ese tipo de unidad, que reconoce las diferencias y no las niega, pero que antepone cosas de un valor mucho mayor como motor de una unidad que el país necesita para enfrentar tremendos retos en este nuevo milenio.
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