La solución para la pervivencia del símbolo y la nación no pasaba por remedios engañosos, sino por una dolorosa, pero saludable, cirugía que suponía extirpar del corazón.
La definición de patriotismo es muy sencilla: Amor a la patria. Pero como ocurre en tantos otros aspectos de la vida, el amor puede estar bien o mal encauzado y dependiendo de esa dirección, el objeto de ese amor estará rectamente centrado o fatalmente desviado.
Hay dos hombres en la Biblia que representan las dos caras del patriotismo. Ambos amaban a su patria, que era la misma para los dos; ambos tenían un papel importante en su nación; los dos compartían la misma ocupación, que era el sacerdocio; y los dos tenían una idea sobre cómo servir mejor a su patria. Pero ahí terminan las similitudes, porque mientras uno representa el patriotismo en su peor versión, el otro representa el patriotismo en su aspecto más noble.
El hombre que tuvo en sus manos el fallo judicial más importante no sólo de su carrera sino de toda la historia de su nación, se guio para tomarlo por la directriz de su patriotismo. Pero en realidad no estuvo solo en esa motivación para su decisión, porque sus compañeros del tribunal también estaban impulsados por el mismo sentir patriótico, de ahí que razonaran de la siguiente manera: ‘¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación.’ El símbolo que representaba a la nación y la nación misma, eran los valores supremos para estos hombres. Nada podía ser más importante que símbolo y nación, siendo ellos los custodios y veladores de ambas instituciones. ¿Hay algo más sagrado, para un patriota, que la nación y los símbolos que la encarnan? Y lo que estaba en peligro era, nada más y nada menos, que la pervivencia de una y otra cosa. Por tanto, era urgente tomar medidas drásticas al respecto.
Quien ponía en peligro al símbolo y a la nación era, a los ojos de ellos, un agitador, aunque en realidad, a su pesar, ellos mismos tenían que reconocer que las señales que hacía no eran supercherías fraudulentas sino verdaderos milagros, que obligaban a admitir que aquel hombre era extraordinario, hasta el punto de tener que plantearse si no era el anunciado y esperado desde hacía siglos, que venía para salvar a su nación. Si así fuera, y todo indicaba que así era, significaría que ese hombre era incomparablemente más importante que el símbolo y la nación, al ser, de hecho, quien daba sentido a ambas entidades. Pero su argumento fue que si se le dejaba hacer, el resultado sería la pérdida de lo más importante.
Entonces intervino el presidente del tribunal para confirmar que eran más trascendentales el símbolo y la nación que todo lo demás, siendo la solución quitar de en medio a aquel hombre. Poniendo en un platillo de la balanza al símbolo y la nación y en el otro platillo a aquel hombre, para ese juez no había duda sobre lo que pesaba más.
Pero cuarenta años después de esa decisión, las legiones romanas destruyeron al símbolo y subyugaron a la nación, tal como aquel hombre había profetizado. Al final, el falso patriotismo hundió a la patria.
El otro patriota, que vivió seiscientos años antes, tenía un mensaje para su nación y sus dirigentes, siendo en esencia el siguiente: ‘Si no me oyereis… yo pondré esta casa como Silo y esta ciudad la pondré por maldición a todas las naciones de la tierra.’ El ‘yo’ que aparece en el texto no se refería al mensajero sino a Dios mismo, del que el mensajero era un mero instrumento. Así pues, lo más precioso que ellos tenían, el símbolo sagrado, sería destruido y la ciudad, capital de la nación, se convertiría en epítome de condenación y vergüenza, si persistían en la desobediencia.
¿Qué patriota, que se precie, puede pronunciar unas palabras tan duras sobre las dos entidades más amadas? Pero el verdadero proverbio que afirma que son fieles las heridas del que ama, se puede aplicar a este patriota. Porque la solución para la pervivencia de símbolo y nación no pasaba por remedios engañosos, como tantos falsos patriotas proponían, con su mensaje superficial, sino por una dolorosa, pero saludable, cirugía que suponía extirpar del corazón de la nación la maldad enquistada desde hacía mucho tiempo.
Pero pueblo y dirigentes pensaron que este verdadero patriota en realidad era un sombrío agorero y que el símbolo y la nación permanecerían, a pesar de todas las advertencias. Veinte años después de pronunciadas aquellas palabras, el símbolo fue incendiado y la nación perdió su independencia, siendo el pueblo llevado al destierro. Al final, el rechazo al verdadero patriotismo hundió a la patria.
Caifás y Jeremías representan al falso y al verdadero patriota. El tiempo y los acontecimientos pusieron a uno y a otro en su lugar.
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