Se necesita una reflexión sobre el proceso evangelizador, sobre los compromisos para evangelizar y las líneas de acción evangelística comprometida con el mundo.
Resulta curioso que, para los evangélicos, sean los veranos las temporadas en donde más se piensa en la evangelización, cuando, en realidad, la evangelización debería ser algo transversal y continuo en la vida de la iglesia. Quizás sea porque el buen tiempo anima a la campaña de evangelización como la solemos llamar. Sin embargo, yo creo que nuestra tarea evangelizadora, nuestro proceso evangelizador en nuestras ciudades, nuestros países y en el mundo entero, deja mucho que desear. Se necesita una reflexión sobre el proceso evangelizador, sobre los compromisos para evangelizar y las líneas de acción evangelística comprometida con el mundo.
La iglesia evangélica debe dedicar tiempo, energías y trabajo en torno a la evangelización, y no pensar que ese trabajo lo pueden hacer las agencias evangelizadoras o, en su caso, los evangelistas “de prestigio”. Algunos distinguen entre “La gran Comisión”, concepto que no se entiende mucho en España, en donde deberíamos decir, quizás, “La gran Tarea”, “El gran Encargo”: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio”. A su vez, lo distinguen del “Gran Mandamiento” que estaría en la línea del amor al prójimo y, fundamentalmente, al prójimo caído en desgracia, sufriente y apaleado de nuestra historia. Tarea vana, pues ambas facetas, Gran Tarea y Gran Mandamiento, en el proceso evangelizador y en la vivencia de la espiritualidad cristiana, deben marchar unidos siempre y en cada momento. Si los distinguimos o separamos alguna vez, debe ser solamente a efectos didácticos y para entendernos.
Los evangélicos debemos saber también, y, además, acostumbrarnos a que la evangelización está destinada a la liberación de los hombres, tanto para el más allá, la conversión y la vida eterna, como para la promoción social de las personas que sufren en nuestro aquí y nuestro ahora, convirtiéndose el creyente que evangeliza en un agente de liberación del Reino de Dios, siguiendo los valores del Reino que no son solamente para el más allá, ni solo de palabra, sino para la restauración del prójimo sufriente con acciones y compromisos con la justicia y la misericordia para con ese prójimo que nos necesita. Es verdad que hay que valorar la Palabra, pero ésta nos anima a encarnarla en medio de la vida de los hombres y a darle coherencia con nuestros compromisos, acciones, amor, solidaridad y misericordia para con el prójimo que nos necesita.
Hay que enseñar e insistir al pueblo evangélico que el proceso evangelizador debe basarse no solamente en la verbalización desarraigada de los procesos sociales que se dan en el mundo en donde hay tantos prójimos nuestros que sufren, ni en las campañas evangelizadoras puntuales cuyos evangelistas desaparecen nada más terminar la campaña. Si ello ayuda, pues fenomenal, pero no debe restringirse a eso. Quizás, la mejor campaña de evangelización, debería comenzar con que las iglesias pasen a ser comunidades abiertas a los barrios en donde están situadas, cuestión que, a veces falla y nos convertimos en iglesias un tanto cerradas que abren para el culto dominical u otra actividad puntual. Necesitamos que los evangélicos no solo se dediquen a verbalizar el Evangelio, sino que pasan a ser, siguiendo los pasos del Maestro, comunidades de servicio, manos tendidas de ayuda, integradas en la vida de los barrios y dispuestas a orientar, aconsejar y servir. Pasos fundamentales para una evangelización coherente y creíble.
Toda iglesia evangélica, iglesia del Reino, debe saber que tiene que reflejar un compromiso en la promoción espiritual, social y cultural desde su ámbito de influencia. Nuestros pastores evangélicos deberían ser, también, auténticos ministros para el barrio en el que está ubicada su iglesia. Pastores que sean más de calle y de barrio, pues la iglesia debe ser un punto de referencia en el lugar en el que el Señor la ha ubicado.
Sí. Las iglesias evangélicas deben comprometerse y acostumbrarse a irradiar ante los vecinos ideas y preocupación por la justicia, la paz y la libertad, preocupándose por los diferentes colectivos sociales, los trabajadores, los enfermos, así como por los más pobres, desclasados y proscritos, a los que debe llevar una palabra arraigada en ese momento histórico en el que viven sus vecinos, a la vez que comparte la vida, el pan y la Palabra, mancándose las manos, si es necesario, como buenos samaritanos. Parte esencial del proceso evangelizador.
Una auténtica iglesia evangelizadora, tiene que ser más de puertas afuera y debe potenciar la presencia de los evangélicos en la vida social, lo cual nos va a animar a ampliar y crear el tejido social evangélico necesario para ser sal y luz en medio de las sociedades en donde el Señor nos ha puesto. Tejido social que sea una muestra de solidaridad y amor para con el prójimo necesitado y sufriente. La iglesia que no se preocupe de esta área, tendrá graves carencias evangelizadoras por mucho que alce su voz invitando a lo trascendente, a lo ultramundano y al más allá.
Hay conceptos que las iglesias evangélicas no entendemos porque no usamos. Existe un concepto que, a pesar de que lo ignoramos, es muy importante en el proceso evangelizador. Es la evangelización de los entornos culturales, de las costumbres y de los estereotipos, analizando los valores culturales vigentes que, en muchas ocasiones, son valores antibíblicos y en contracultura con los valores del Reino que nos trajo Jesús.
Las iglesias evangélicas también deben entender que esto es una línea evangelizadora fundamental para ir acercándose a la auténtica conversión de los hombres, para que se produzcan cambios en los estilos de vida y en las prioridades de aquellos que nos rodean, en la transformación social y en el acercamiento del Reino de Dios a los hombres. Esos valores culturales antibíblicos no se cambian solamente con la transmisión de la palabra, sino con los hechos, los compromisos, las realizaciones concretas, los estilos de vida de los evangélicos y sus prioridades.
Por último, y como más importante, prioritario y que fundamenta todo lo anterior, las iglesias evangélicas deben buscar el arrepentimiento de las personas, la transformación, la conversión. Pero, lógicamente, esta conversión, transformación y arrepentimiento, pasando a vivir con seriedad los valores del Reino y la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana, debe comenzar por los propios miembros de nuestras iglesias evangélicas que deben pasar a ser personas totalmente comprometidas con Dios, con el Evangelio y con el prójimo, de una forma activa y comprometida en el servicio y en la práctica de la misericordia, así como de la búsqueda de la justicia. Es entonces, cuando se podrá llegar a una auténtica proclamación que no será solamente de palabra, sino de palabra, obra, acción y compromiso con Dios y con los hombres. Sólo así, las iglesias evangélicas podrán comenzar a entender lo que es la Gran Tarea de llevar el Evangelio a toda criatura, a la que debemos unir el Gran Mandamiento de amor y servicio al prójimo.
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