Hemos de cambiar cosas en nuestras vidas y no dejarnos deslumbrar por la riqueza como prestigio y otros valores antibíblicos.
Cadenas de lujo, esclavitudes engañosas que nos hacen creer que vivimos en libertad, en una falsa libertad que nos abraza con cadenas de hierro que nos pesan, nos humillan, nos abaten, mientras ante el mundo parecemos hombres y mujeres libres que realizan sus opciones sin otras presiones que sus propias decisiones asumidas desde la libertad individual.
Eso, ese sistema de vida inducido por el poseer, el lujo y el integrarse en las estructuras de pecado, puede ser vivir en una mentira que nos liga al sistema mundo y nos atrapa en las redes de las estructuras económicas injustas y en los escondrijos de unas ideologías en donde los valores bíblicos, los valores del Reino brillan por su ausencia. Así, en alguna manera, somos esclavos, estamos sometidos, las cadenas nos impiden el caminar en la libertad con la que el Creador nos hizo libres. Yo creo que, en el fondo, el hombre lo sabe y sufre.
¿Podemos decir que, en nuestra vida cristiana, estamos siguiendo siempre a Dios, pero que, en cierta medida, lo que estamos haciendo, en el fondo, es seguir las presiones de un sistema injusto que nos engaña, y desde el que admiramos a los “triunfadores” enriquecidos a costa de otros? La tragedia es que acabamos queriendo seguir el ejemplo de esos falsos ídolos que crea el concepto de la riqueza como prestigio, en la medida de nuestras posibilidades, trasmutando lo que debería ser la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana, por la experiencia de unas cadenas que pensamos ser de oro, pero que nos esclavizan y someten apartándonos de la auténtica meta, el verdadero objetivo del cristiano.
Cadenas que muchos ven de lujo, de oro y piedras preciosas, pero que son un lastre para el seguimiento de Jesús, para la práctica en el mundo del auténtico cristianismo con sus compromisos y retos. A veces, en el mundo en el que vivimos, también es más fácil para los cristianos dejarse guiar por las tendencias económicas neoliberales y por el pensamiento único que se nos impone con una gran fuerza, que por los valores que todos los cristianos deberíamos vivir y practicar: Los valores del Reino.
Si hiciéramos una reflexión personal sobre si estamos esclavizados, encadenados o sometidos al sistema mundo, si nos sentásemos para averiguar a qué valores servimos o qué valores moldean nuestras vidas, qué valores proclamamos con nuestros estilos de vida consumistas, nuestras prioridades y nuestras formas de comportamiento, quizás caeríamos en la conclusión de que para liberarnos de la esclavitud, y poder practicar las vías de seguimiento a Jesús, hemos de cambiar cosas en nuestras vidas y no dejarnos deslumbrar por la riqueza como prestigio y otros valores antibíblicos, exentos de amor al prójimo que, a veces, entran en nuestras congregaciones cristianas con gran fuerza.
Es posible que, en el fondo, pensemos que nos gustan nuestras cadenas doradas, que lleguemos a la necedad de pensar que son ligeras, bellas, atractivas y que nos hacen pasar por el mundo como triunfadores. Yo creo que la gran tragedia es que, en el fondo, en nuestra vida cristiana y en nuestras iglesias, también estamos defendiendo el sálvese quien pueda, la competitividad inmisericorde con los más débiles, el individualismo que nos lleva a olvidarnos del prójimo, la ganancia económica sin importar a costa de quién, apartando nuestra mirada del rostro de los pobres, y nuestros oídos de su grito de dolor y de auxilio.
Todo esto son cadenas y esclavitudes de nuestro tiempo que, en muchos casos, las aceptamos con gusto debido al egoísmo humano y a la falta de misericordia. Esas cadenas tiran de nosotros, nos arrastran para separarnos del seguimiento al Maestro, para apartarnos de los auténticos valores bíblicos que son contracultura con los valores económicos y sociales que imperan en nuestras sociedades, en vez de acercarnos a las líneas bíblicas de amor y de búsqueda de misericordia y justicia para los excluidos del sistema, a hacer justicia a los huérfanos, las viudas y los extranjeros errantes de los que nos habla la Biblia.
Así, caminamos por un mundo en el que, engañosamente, muchos hablan de acumulaciones de riquezas honradas, amplían sus graneros para ellos y para sus hijos, sin pensar en los desequilibrios del mundo. Muchos caen en la esclavitud de las cadenas “honradas”, las riquezas insolidarias con los otros, las esclavitudes que hacen girar nuestras cabezas para no ver a los desheredados de la tierra y que ensordecen nuestros oídos ante sus gritos por justicia. Nadie se para, nadie quiere oír, quizás porque las cadenas tiran demasiado, y la esclavitud en la que, a veces, caemos, nos arrastran allí a donde quizás no nos gustaría ir. Nos separamos del Maestro. Esa es la tragedia, la esclavitud, las cadenas que nos atrapan, los valores antibíblicos que nos ciegan.
No obstante, siempre hay esperanza. La auténtica justicia rompe cadenas, libera esclavos y salva a los sometidos por los valores diabólicos. La Biblia tiene las auténticas líneas para salvar y liberar también a los oprimidos del mundo por estas redes que atrapan de una forma falsamente iluminada y embellecida. ¡Señor, libera! ¡Señor salva! ¡Señor, rompe nuestras cadenas!
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