La tarea que el cristiano tiene ante sí es emplearse a fondo, para despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo. En la medida en que lo haga, la preponderancia del nuevo sobre el viejo será manifiesta y el avance y crecimiento en la buena dirección será sólido.
En la obra El progreso del peregrino de John Bunyan hay un momento en el que Fiel le cuenta a Cristiano su experiencia al encontrarse con un hombre muy viejo al pie de la colina de la Dificultad, quien le ofrece a Fiel que se quede con él para siempre, prometiéndole que en su casa tendrá el mejor trabajo, consistente en muchas delicias, y la mejor paga, consistente en ser su heredero; además podrá casarse con sus tres hijas, cuyos nombres son Concupiscencia de la carne, Concupiscencia de los ojos y Vanagloria de la vida. El nombre de ese viejo que así le hablaba a Fiel era primer Adán. Al principio Fiel estuvo a punto de ceder a su oferta, pero inmediatamente se dio cuenta del verdadero fin que le aguardaba si se quedaba con él, por lo que le dio la espalda y siguió su camino.
Como todo lo que hay en el libro de Bunyan el personaje del primer Adán es alegórico, pero muy real. Unos mil seiscientos años antes de que Bunyan escribiera su libro, el apóstol Pablo ya se había referido a ese primer Adán, que además de ser el personaje histórico resulta ser también alguien que todos llevamos dentro, empleando, de hecho, la expresión viejo hombre para definirlo. El viejo hombre es una réplica de Adán, quien transmite por vía de generación su estado de caída a todos sus descendientes, de modo que moralmente somos clones de Adán. El calificativo de viejo es bien expresivo, porque significa que se trata de algo caduco y decadente y al ir acompañando al término hombre indica que es nuestra naturaleza toda la que ha quedado fatalmente trastocada.
El viejo hombre no tiene remedio ni solución. No es transformable ni cambiable en alguien diferente, pues está definitivamente torcido y corrompido. Puede ser religioso o no creer más que en lo que ve, puede ser un buen ciudadano o ser un peligro social, pero en cuanto a Dios y medido por la vara de la rectitud moral, sale siempre suspenso, no dando la talla ni pudiendo darla, pues en realidad el viejo hombre está en permanente estado de rebelión contra Dios. Los sistemas éticos, educativos y religiosos que tratan con el viejo hombre son simples rudimentos de este mundo, pobres parches y remiendos que nunca pueden proporcionar la solución. Del mismo modo que los maquilladores de cadáveres pueden mejorar el aspecto del muerto y darle una apariencia más agradable, pero no cambian la realidad de la muerte, así ocurre con tales sistemas.
Pero lo que es imposible para nosotros es posible para Dios y la buena noticia del evangelio consiste en que además de que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo, porque para nada era provechoso, Dios crea un nuevo hombre, conforme a su imagen, dotado de facultades nuevas, que son el principio rector de una vida nueva. La diferencia entre el evangelio y cualquier método de mejora o reforma, sea del tipo que sea, radica en que el primero va a la raíz del problema, mientras que los otros van a los síntomas, aunque crean que van a la raíz.
El viejo hombre se expresa en un cúmulo de viejas disposiciones, como son los viejos comportamientos, las viejas pasiones, las viejas conversaciones y los viejos estímulos. No importa cuán justificadas y hasta enaltecidas pretendan ser todas estas viejas disposiciones, lo cierto es que no dejan de ser viejas. La aprobación de lo viejo es precisamente una señal del viejo hombre, cuyo sello primordial es estar centrado en sí mismo.
Pero en contraste, el nuevo hombre se mueve de acuerdo a nuevas disposiciones, como son los nuevos comportamientos, los nuevos afectos, las nuevas conversaciones y los nuevos estímulos, traduciéndose todo ello en una vida nueva que repercute en un enfoque nuevo. Las relaciones horizontales, tanto en el ámbito familiar como en el laboral y social, quedan encauzadas y dirigidas por este principio rector nuevo, de modo que no hay compartimento de la vida que no esté gobernado por el mismo.
La tarea que el cristiano tiene ante sí es emplearse a fondo, para despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo. En la medida en que lo haga, la preponderancia del nuevo sobre el viejo será manifiesta y el avance y crecimiento en la buena dirección será sólido. En la medida en que no lo haga, la prevalencia del viejo sobre el nuevo será patente y el retroceso en la mala dirección se constituirá en una realidad que desmentirá lo que confiesa con sus labios, convirtiéndose en una desgarradora e insoportable contradicción.
Hay dos clases de personas en este mundo: Las que tienen una sola naturaleza, que es calco del viejo Adán, y las que tienen dos, el calco del viejo Adán y la imagen del nuevo Adán, que es Cristo. Si perteneces a esta segunda categoría procura poner todos los medios para que lo nuevo tenga predominio y lo viejo no tome ventaja.
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