Nadie habló más del tema que Jesús, el autor del Sermón del Monte.
El 27 de enero de 1953 fue retransmitido un culto en la radio estatal noruega, la NRK. El sermón corrió a cargo del catedrático de teología, el doctor Ole Kristian Hallesby. El tema de su charla era la realidad del infierno.1En un momento, dirigiéndose a aquellos que no se consideraban cristianos dijo: “Si cayeses muerto al suelo en este momento te caerás al mismo instante al infierno. ¿Cómo puedes tú, siendo inconverso, acostarte tranquilamente por la noche, tú que no sabes si te despertarás en tu cama o en el infierno?2”.
El día siguiente, el mayor periódico del país, Dagbladet, condenó en su portada el sermón. Dentro de su propia iglesia se levantó un debate entre los racionalistas y los conservadores. Aunque la mayoría de los pastores y miembros de la iglesia luterana apoyaron a Hallesby, el obispo Kristian Schjelderup argumentó que era incompatible la condenación en el infierno con una religión de amor.
Que yo sepa, fue la última vez que una predicación sobre este tema causo un debate público a nivel nacional en un país europeo. Han pasado 66 años. Las iglesias en su inmensa mayoría simplemente ya no hablan del tema y aún menos en público. Vende poco. Y puede herir sensibilidades. Sobre todo de parte de aquellos que se han inventado un Dios de amor que es tan bonachón que parece Papa Noel.
La cruda realidad es: el infierno es real. Y es peor. Mucho peor de lo que nos podemos imaginar. Si antes hablamos de la realidad del cielo, de este mundo maravilloso que está por venir y que será hogar eterno de aquellos que amamos a nuestro Señor Jesucristo, también tenemos que hablar del infierno, ese lugar terrible. Por cierto, no cae en la categoría de eso del “dios vengativo” del Antiguo Testamento. Sale en el Nuevo Testamento. Y nadie habló más del tema que el autor del Sermón del Monte. De hecho, menciona el infierno en el mismo sermón del monte. Solo una exégesis parcial, subjetiva e inspirada por el buenismo humanista, puede llegar a la conclusión de que el infierno no es infierno y el diablo no es diablo. De hecho, nada es lo que parece para algunos teólogos.
Pero antes de que el infierno fuese abolido por voto mayoritario entre los ilustres teólogos, ya se ha inventado antes el infierno 2.0, al estilo de los cuadros de Durero donde un ser que parece una cabra con tricornio y rabo se dedica a torturar gente, como jefe de aquel lugar. Por supuesto no existe nada por el estilo, por la sencilla razón de que el diablo y sus secuaces serán uno más en este lugar terrible y desde luego no los que mandan allí. Según Apocalipsis 20:12-15 es un lugar real. Tan real como el cielo, por cierto (Marcos 9:43.44). Un sitio creado por Dios para Satanás y sus ángeles caídos. Y todos aquellos que no reciben la redención de Cristo.
No se trata simplemente de un simbolismo. Y esto convierte el asunto en algo que realmente debería preocupar a todo el mundo: es un sitio de terrible sufrimiento (Mateo 13:41.42). Y las personas que finalmente pararán allí, son plenamente conscientes de su situación (Lucas 16:22-31). Puede que la doctrina de la destrucción del alma encaje mejor en un mundo antropocentrista, pero desde luego en la Biblia no encontrará apoyo. Lo cual no ha impedido a un buen número de teólogos de retorcer los versículos correspondientes para que finalmente digan lo que no dicen. Muchos lo han intentado y más aún lo intentarán (por supuesto también entre los evangélicos) - y todos han fracasado y fracasarán simplemente porque su exégesis es alimentada por sus propios conceptos.
El infierno es absolutamente real. Ninguna persona que no tenga a Cristo puede escapar a esta terrible realidad. Sí, es cierto, no debemos predicar únicamente sobre el infierno y el juicio de Dios. Pero también. Es una de las características de nuestro tiempo que como cristianos hemos aprendido del mundo a preocuparnos de las cosas de este mundo. Nos preocupa el cambio climático, nos preocupan los problemas sociales, la extinción de algunas especies y la posibilidad de una guerra nuclear. Y no digo que todo esto -y mucho más- no tenga importancia. Pero al mismo tiempo no se oye prácticamente nada sobre una amenaza que es completamente real y además inevitable si no se toman medidas: sufrir la perdida de nuestra alma y acabar en el infierno. Se oye con frecuencia el argumento: y ¿cómo puede un Dios de amor echar al infierno a los que no creen? La pregunta - muchas veces (aunque no siempre) hecha con sinceridad - parte de varios conceptos erróneos:
1. Nadie tiene el derecho de ir al cielo. Realmente lo único que todos nosotros nos merecemos es estar lejos de Dios y sufrir las consecuencias de su ira. Romanos 3 es más claro que el agua: no hay justo. Ni uno. Nosotros no hemos creado a Dios, sino más bien al revés. Y esto significa que las “reglas del juego” las pone Él. O dicho de forma más teológica: Dios no puede actuar en contra de su propio carácter. Y una ofensa contra un Dios eterno requiere consecuencias eternas.
2. Amor no significa hacer la vista gorda. Es una forma de actuar que muy típica de nosotros. Pero Dios no actúa así. Su amor se demuestra precisamente en el hecho de haber mandado a su Hijo para pagar nuestra deuda inmensa con El. Y si nosotros en nuestro orgullo y nuestra soberbia rechazamos el único nombre en el cual podemos ser salvos, entonces no hay nada que hacer. Ni siquiera acusarle a Dios. Porque al final, el ser humano recibe exactamente lo que quería: vivir sin Dios, y sin esperanza. Y lo tendrá para siempre.
En este breve artículo solo he citado una pequeña parte de los versículos que hablan del infierno. Y como hemos visto, todos son del Nuevo Testamento. Y muchos de la boca de nuestro Señor Jesucristo. Ante este hecho solo queda una pregunta: si este lugar -que solemos llamar “el infierno”- es real, ¿no debería ser la tarea de la Iglesia avisar todos los días a más no poder de este tema, de este peligro inminente, como lo hizo Ole Hallesby? ¿No debería figurar esto en nuestras agendas como prioridad de primera magnitud? ¿Deberíamos cansarnos alguna vez de avisar al mundo del peligro en el cual cada uno está? Los que no tienen a Cristo están a un paso, un aliento de caer en manos del Dios vivo.
Y allí llegamos a otra equivocación: las características del infierno no exigen que Dios no esté allí. Como se dice comúnmente: esas personas estarán separados de Dios eternamente. No es así. Es mucho peor. Porque no existe ningún lugar donde Dios no está. Y el problema del infierno es precisamente que Dios está. Con su santidad, como fuego consumador que quema al alma que en esta vida le ha rechazado continuamente. El problema no es la ausencia de Dios. El problema es que Él está. Y que es horrenda cosa caer en manos del Dios vivo.
Espero equivocarme con lo que voy a decir. Pero me da la sensación de que muchos cristianos creen tan poco en la realidad del cielo como creen en la realidad del infierno. Y esto se les nota. Por un lado les quita gozo de sus vidas. Y por otro lado les quita la urgencia de la proclamación del evangelio.
No me importaría en absoluto que en el año 2019 hubiera un escándalo, porque alguien hablase en público de forma tan clara como lo hizo el profesor de teología Ole Hallesby en 1953. Pero me temo que las probabilidades son mínimas. Mientra tanto solo cabe decir: olé por Ole, por ser el último catedrático de teología en Europa que habló de este tema.
Notas
1#http://content.time.com/time/magazine/article/0,9171,819539,00.html?iid=chix-sphere
2#“Du vet at om du stupte død om på gulvet i dette øyeblikk, så stupte du like i helvete. Hvordan kan du som er uomvendt, legge deg rolig til å sove om kvelden, du som ikke vet om du våkner i din seng eller i helvete?”
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