Nuestra tragedia es que no sabemos buscar, como esencial a la vida, aquello que es invisible a los ojos.
Dice la Biblia: “No mirando las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”.
Guardando las distancias, pues la Biblia no se puede comparar a ningún otro libro humano, hay un pequeño libro muy leído en todo el mundo que tiene esta frase: “Lo esencial es invisible para los ojos”, es lo que escribe Antoine de Saint-Exupéry en su libro El Principito. Pero no, no voy a hacer un análisis literario sobre esta frase que, en realidad merecería mucho la pena, sino que quiero decir que, en la Biblia, encontramos frases que nos quieren apartar de aquello material y burdo que, entorpeciendo nuestros sentidos y nuestra sensibilidad, nos quieren mostrar como esencial lo que, en realidad, no lo es. A veces, tanto nuestros sentidos, como nuestras percepciones y nuestras prioridades en la vida nos engañan.
En la Biblia tenemos una enormidad de textos en los que también podemos encontrar el verdadero valor de las cosas, su auténtico sentido. Muchas veces, para contemplar lo esencial de la vida, tenemos que ir mucho más allá de lo que nos muestran nuestros ojos. Existe otra realidad, otra mirada en busca de la esencia de la vida.
Nuestros ojos de la carne, pueden engañarnos y ver como esencial lo que, para Dios, es basura. El oro, como símbolo de las riquezas de este mundo, nos llena el ojo, las riquezas nos inundan los ojos de la carne. Brillo engañoso. Muchas veces podemos confundirlo con lo esencial. La frase: “Lo esencial es invisible a los ojos”, es una frase literaria, pero coincidente en decir que lo que no se ve es esencial. Lo vemos también como una línea bíblica importantísima.
A veces la Biblia, por ejemplo, nos dice: “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. Es una invitación a mirar mucho más allá, a prolongar nuestra mirada y, cuando ésta ya no alcance, usar otros ojos que no sean los carnales. Podríamos hablar de los ojos de la fe, y, quizás, siendo un poco más carnales, pero intentando prolongar a tope nuestra mirada, podríamos también hablar de los ojos del corazón.
La mirada de fe, la mirada del corazón, puede ser una forma de eliminar nuestra miopía, para liberarnos del engaño al que, muchas veces, nos lanza la visión terrena en cuanto a buscar lo esencial de la vida. Así, si uniéramos la frase literaria: “Lo esencial es invisible a los ojos” y la frase bíblica, “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”, podríamos estar atacando la falsa visión que el hombre de nuestros días tiene sobre la sociedad, las riquezas materiales y la vida en general.
No. El hombre, a lo largo de la historia, no ha sabido, o le ha costado enorme trabajo, encontrar lo esencial de la vida, el auténtico valor de las cosas, la verdadera esencia de ser un ser abierto a la trascendencia. Ha sido y es hoy en día la tragedia del hombre de nuestros días, la tragedia de la andadura del hombre a través de su historia. Al dar rienda suelta a su avaricia, a su ambición y al cegarse por la ganancia, fundamentalmente hoy en nuestras sociedades de consumo, ha perdido lo esencial de la vida que va mucho más allá de lo que podemos ver y palpar con los sentidos de nuestro cuerpo humano.
Yo os invito a ir más allá, salir de esa trampa en la que hemos caído, intentar alargar nuestra mirada hasta extremos tal que, ya en esa lontananza, tengamos que echar mano de aquello que es invisible para los ojos de nuestro cuerpo. Recuerda que existen los ojos de la fe y, de alguna manera, los del corazón. Quizás, así, puedas entender mejor los valores bíblicos, sus sentencias, sus frases que, en tantas ocasiones, salieron de los labios del mismo Jesús.
Nuestra tragedia es que no sabemos buscar, como esencial a la vida, aquello que es invisible a los ojos. Perdemos el valor auténtico de las cosas, acabamos con el valor de lo esencial en la vida. La felicidad existe, pero no está basada en las ganancias, en el brillo del oro. Hay otros valores, quizás aparentemente menos palpables, que van construyendo en nosotros lo esencial.
Mira en la Biblia los valores del Reino, medita en las parábolas del Reino. Escudriña en las líneas de la entrega al otro, en el dar, en el darte. En el amor a Dios y, necesariamente, al prójimo que te necesita. Quizás así, comiences ya a experimentar algo de esa realidad invisible a los ojos de la carne. Merece la pena. No te rindas solamente a lo que ven tus ojos aunque no tengan miopía u otra enfermedad. Existe otra visión, otra mirada. Existen “otros ojos”. No todo se restringe a lo palpable y visible.
Cierra, de vez en cuando, tus ojos físicos, y busca otra mirada. Quizás, guiado por esa otra mirada, por esa otra visión, tu vida va a comenzar a cambiar encontrando otras facetas de la felicidad, para el aquí y el ahora, y para el más allá, que nunca antes habías experimentando, conformándote a vivir solamente con aquellas cosas que ves con los ojos de la carne de forma materialista y egoísta. Hay otra mirada, sí, hay otra mirada. “Lo esencial es invisible a los ojos” y, además, “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. Aprende a mirar lo invisible, lo eterno.
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