Los cristianos deberíamos estar al frente, hablando en nombre de aquellos a quienes se les ha negado el derecho.
“No…”, le dijo ella a él. “¡No me obligues! No hagas tal vileza. ¿Qué será de mí?”… Él se negó a escucharla, y como era más fuerte que ella, la violó… Luego le dijo a su criado: “Echa a esta mujer de mi vista y cierra la puerta con llave”… Y Tamar vivió en la casa de su hermano Absalón siendo una mujer desolada.” (2ª de Samuel 13: 12-19)
El año pasado fue sin duda significativo a la hora de tratar el tema de los abusos sexuales. A raíz de las acusaciones contra Harvey Weinstein en octubre de 2017, la alfombra de Hollywood le abrió camino al gran movimiento llamado #MeToo (“yo también”). Las redes sociales se llenaron de testimonios de acoso y abuso, hasta el punto que se alcanzaron 1,7 millones de tweets en una semana. Dieciocho meses después, #MeToo sigue estando al frente de la concienciación pública. El Día Internacional de la Mujer ha sido sin duda un motor que ha generado una nueva ola de interés en el movimiento.
Me pregunto cómo has respondido tú. No hace mucho he ido escuchando a gente comentar el movimiento #MeToo con algo de desconfianza, incluso hastío: “¿Otra vez este tema?”
Definitivamente, los cristianos debemos responder con un rotundo “sí”. Dios nos llama a pasar a la acción mucho antes que Twitter lo haga, y después también.
El abuso sexual es una explotación perversa del diseño de Dios. Génesis afirma el valor inherente tanto del hombre como de la mujer, los cuales son creados a imagen de Dios. Adán cuida y aprecia a Eva como “hueso de mis huesos y carne de mi carne”. En este contexto, el sexo es un regalo muy valioso. Vaya contraste con 2ª de Samuel, donde Amnón viola y echa a Tamar, a quien deja agonizando en “deshonra” y le cierra la puerta con llave. Sus súplicas desesperadas han ido resonando a lo largo de la historia y en los labios de muchas personas: “No hagas tal vileza. ¿Qué será de mí?”
El movimiento #MeToo llama con razón a que se haga justicia, pero también nos recuerda que el esfuerzo humano tampoco será suficiente para que se alcance de forma completa. La ropa interior de encaje sigue contando como prueba en los tribunales; un juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos está involucrado en un escándalo. Si bien es cierto que se puede encontrar esperanza al hablar de ello en la red, no es algo que le funcione a todo el mundo o que garantice un apoyo duradero. Es loable que haya personas valientes que rompan el silencio, pero tenemos que reflexionar sobre lo siguiente: la justicia y la esperanza no las proporciona un hashtag, sino una cruz.
La cruz promete que el juez justo del mundo no ignora las malas conductas, sino que ha demostrado el castigo adecuado para todo pecado, violencia y abuso.
La cruz promete una esperanza duradera. A pesar de que todos hemos pecado, nuestro Dios misericordioso nos invita a tener relaciones restauradas por la eternidad y que además “enjugará toda lágrima de los ojos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor”. (Apocalipsis 21:4)
Vivir en la luz de justicia y esperanza definitivas; esos valores son los que deberíamos tener los cristianos para este mundo caído. Por nuestra cuenta, de forma individual, debemos desafiar al acoso y abuso sexual en todos los ámbitos que de alguna manera ejerzan influencia. Quizás eso conlleva hacer preguntas a tus amigos y ser sensibles a la hora de escucharles. O señalar la forma con la que tus compañeros hablan a otras mujeres. O confrontar comportamientos que veas en público. O animar a alguien a que busque un refugio y además comprometerse a caminar junto a esa persona en ese tramo tan difícil.
Y de forma colectiva no debemos dejar de dirigirnos a nuestras iglesias. Recientemente fue tendencia el hashtag #ChurchToo (“la iglesia también”). ¿Cuándo fue la última vez que escuchaste hablar de acoso sexual desde el púlpito de tu iglesia? ¿O cuándo fue la última vez que se oró por ese tema? Todos nosotros tenemos el poder de iniciar conversaciones abiertas y de transmitir confianza y responsabilidad, así como de asegurar que haya carteles con señales de auxilio a la vista. El Día Internacional de la Mujer es un recordatorio crucial para que los cristianos nos involucremos en temas de justicia a nivel local, nacional y global. En esos lugares los cristianos deberíamos estar al frente, hablando en nombre de aquellos a quienes se les ha negado el derecho.
“¿Qué será de mí?”, pregunta Tamar.
¿Cómo responderá la iglesia? ¿Cómo lo harás tú?
Katherine Ladd trabaja como investigadora parlamentaria en Westminster.
Este artículo se publicó por primera vez en la página web de Jubilee Centre y se ha concedido el permiso para su traducción al castellano.
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