La misericordia nos ancla al prójimo, a ser las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor.
Muchas veces, en nuestros cultos y en los rituales religiosos de las diferentes confesiones cristianas, se dedica más tiempo al ritual y lo sacrificial, que al hecho de tener cuidado y compromiso con la ética cristiana que emana del mensaje bíblico, de los evangelios y del ejemplo de Jesús, con todas sus implicaciones para con el prójimo y para con la vida en medio de las problemáticas de nuestro aquí y nuestro ahora. En muchos casos, en los profetas y otros textos bíblicos, se pone como condicionante del culto toda esa ética para con el prójimo, así como la búsqueda de la justicia unida a la práctica de la misericordia y a la acción de ayuda al prójimo. Bastaría con leer Isaías 1 o Isaías 58, para darnos cuenta de esta realidad, aunque los textos podrían ser muchísimos.
Se ha de tener cuidado de no ir construyendo un cristianismo de cumplimientos religiosos, de ritual, sacrificial o, simplemente, que mira demasiado hacia el más allá y menos a nuestros entornos humanos. Eso suele ser común a todas las confesiones cristianas. Podríamos olvidar la gran vertiente ética que tiene el cristianismo, y hacer un esfuerzo para equilibrar los aspectos éticos y los cúlticos o rituales. Yo no dudo que los cristianos acepten esta vertiente ética del cristianismo, pero lo que sí creo que está claro es que, la vertiente ritual o, en su sentido más positivo, cúltica alejada de la vertiente ética, ha sido muchísimo más potenciada, y podríamos caer en un gran desequilibrio en la vivencia de nuestra espiritualidad cristiana.
Sin embargo, si nos paramos a estudiar y reflexionar sobre la venida de Jesús al mundo, comenzando ya desde su anuncio por los profetas, y culminando con su declaración programática, según la encontramos en el Evangelio de San Lucas en su capítulo 4, donde hace suyas las palabras: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón: a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor”, no tenemos por más que darnos cuenta de la gran dimensión ética del cristianismo que no quita nada a su dimensión ritual, sacrificial o de deseos de estar en contacto con las realidades trascendentales, pero que no se pone como algo subordinado.
El problema es cuando todo se desequilibra para dar más tiempo, importancia y magnitud a esas facetas del ritual, que a la dimensión ética del cristianismo. Por eso, la pregunta sobre cómo es nuestro culto a Dios es relevante, porque el auténtico y verdadero culto a Dios incluye, de forma necesaria, toda la vertiente ética del cristianismo en relación con el prójimo y la práctica de la justicia.
¿Sabéis una cosa? ¿Lo habéis leído en la Biblia, en los profetas? Dios rechaza nuestro culto, nuestro ritual, cuando no va precedido o asume explícitamente, el compromiso ético con el prójimo, con los pobres, las viudas y los extranjeros, cuando nos olvidamos de hacer justicia. Es entonces cuando el Altísimo cierra sus oídos a nuestro culto, y le son molestia nuestras oraciones y alabanzas,
Yo creo que sí que merece la pena que, tanto las iglesias como instituciones, como los creyentes en el ámbito familiar e individual, se planteen de nuevo y a la luz de las escrituras, cómo debe ser nuestro culto a Dios, como debemos vivir nuestra espiritualidad cristiana para que no mutilemos esa vivencia o, simplemente, la desequilibremos.
Por tanto, yo no diría que debemos priorizar lo ético a lo ritual o sacrificial, sino para que el culto sea integral y válido a los ojos de Dios y para que no cierre sus oídos ante nuestras plegarias, debemos de buscar un equilibrio lo más perfecto posible. Y para ello, en el momento actual, en nuestro aquí y ahora que nos ha tocado vivir, hemos de potenciar los aspectos éticos, la relación de projimidad entre los hombres, la búsqueda de la justicia, el amor, la solidaridad con los más apaleados de la historia, con los pobres, oprimidos e injustamente tratados.
Aquí, en el ajuste que quizás necesitarían nuestros actos rituales, podría entrar la frase de Jesús: “Misericordia quiero y no sacrificios”. La misericordia nos ancla en nuestra historia en ayuda al hombre apaleado, empobrecido, sufriente. La misericordia nos ancla al prójimo, a ser las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor. Nos ancla en el auténtico culto a Dios.
Si no, de lo contrario, si nos olvidamos de toda la vertiente ética del cristianismo, si nos olvidamos del prójimo y pasamos de largo, quizás estaríamos haciendo rituales bonitos, alabanzas bellas, oraciones largas y prolijas que, a su vez, intentamos que también sean bellas, pero puede ser que, sin asumir la vertiente ética del cristianismo, esos rituales cúlticos no sobrepasen nunca los techos de nuestras iglesias. No llegarán al cielo. Dios tendrá sus oídos cerrados. No cumplimos con los requisitos previos al auténtico culto al Altísimo.
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