Los cristianos tenemos que trabajar para traer un cambio pausado, invertido y que vaya desde la base hasta la parte superior, además de ser a su vez sostenible durante un periodo extendido y que pueda alcanzar a todas las generaciones.
A los cristianos en Occidente parece que nos cuesta mucho intentar articular, encomiar y defender la perspectiva bíblica sobre temas de gran importancia que afectan a la sociedad. Desafortunadamente, o bien privatizamos nuestra fe y la reservamos para los domingos por la mañana —separados de la cruda realidad de la economía y política— o bien, o al menos así lo intentan algunos, politizamos nuestra fe al buscar dominar la totalidad de la vida pública.
Incluso si rechazamos estas dos posiciones extremas, como cristianos sigue costándonos saber cómo hablar con autoridad y claridad en la esfera pública. Puede que el motivo sea que sentimos que nuestro fundamento intelectual no es tan fuerte como antes, y que lo que sí comunicamos se obvia o se ahoga en medio de una cacofonía de ruidos en la esfera pública.
Básicamente, no se espera que los cristianos proporcionen un liderazgo de pensamiento para determinar la dirección hacia la que se dirige la sociedad. Actualmente, el punto de vista que se impone es el secular, ya que puede aportar argumentos y hacer afirmaciones sin hacer referencia a puntos de vista transcendentes o teológicos. Y aunque la “razón secular” es autoreferencial y circular, es el que domina el discurso público, mientras que cualquiera que defienda una revelación divina o un dogma religioso se le ignora por falta de un fondo científico e intelectual.
Los cristianos sentimos que estamos luchando una batalla imposible de ganar, pues las mentes y los corazones de la gente de nuestra sociedad se moldean y se guían por cualquier cosa que no aparezca en la Biblia —a pesar de que no podemos entender completamente la historia de Occidente sin los textos bíblicos—. Esta es la situación actual, y tenemos que afrontarla directamente sin dejarnos llevar por la desesperación y sin intentar tomar atajos para lograr una victoria fácil. ¿Cómo, pues, vamos hacia adelante?
Permitidme que sugiera cuatro puntos de sabiduría. No tratan directamente el tema de cómo deberían pensar los cristianos sobre asuntos concretos de ética o política. Más bien, permiten a los cristianos vivir adecuadamente en medio de la crisis actual y al mismo tiempo comunicar la verdad de Dios en la esfera pública, incluso aunque haya oposición e intimidación.
1. Temor a Dios
Lo primero y lo más importante para el cristiano, sea donde sea que se encuentre en la historia y sea lo que sea que esté sucediendo en la sociedad, es el temor a Dios. La Biblia dice: “El temor de Jehová es el principio de la sabiduría” (Proverbios 9:10). Sin temor de Dios no puede haber sabiduría. Y sin sabiduría, perecemos. Un hombre o una mujer que realmente teme a Dios no tiene nada que temer. Se nos libera de cualquier miedo, incluido al futuro. El temor a Dios significa que en el santuario interior de nuestra alma tenemos un profundo sentido de reverencia a Dios, un anhelo de hacer lo que es correcto a sus ojos y una disposición de confiar en él pase lo que pase. Es solo entonces cuando podemos canalizar la sabiduría de Dios para los temas controvertidos de ética y política de nuestros tiempos. No se trata de edad o experiencia, sino de la condición y orientación en nuestros corazones.
2. Testimonio personificado
Nada sustituye la realidad social vivida del Evangelio en un lugar concreto. Las palabras importan, pero solo tienen credibilidad si se demuestra que son ciertas a través de las vidas de personas reales. Hablar sin caminar es como sal que ha perdido su capacidad de salar, merece que sea pisoteada (Mateo 5:13). Se habla de Dios como trinidad a quien le importan las relaciones, pero las comunidades de creyentes se convierten en mero estruendo si fracasan y no viven una relación adecuada, la cual es amorosa y hay perdón para con todos a pesar de los desafíos a los que se enfrentan. Los cristianos solo podemos comunicar lo que vivimos en nuestra propia experiencia. Si no, se forma una brecha a causa de falta de credibilidad, la cual mina nuestra confianza y testimonio. Las palabras despersonificadas hacen mucho daño, y la gente ve a los hipócritas religiosos a kilómetros.
3. Escuchar a ambas partes
El arte de escuchar con atención lo que otros están diciendo es un acto de amor. Hacer una interpretación errónea de lo que dicen los demás o manipular de forma deliberada el punto de vista de otra persona está mal. Los cristianos tenemos que estar comprometidos a escuchar las voces de los que están en el otro lado, incluidos los que se oponen a nosotros. De esta manera evitamos los peligros de solo estar del lado de una parte y, como consecuencia, ser partidistas. Proverbios 18:17 dice: “Justo parece el primero que aboga por su causa; Pero viene su adversario, y le descubre”. Una persona sabia actuará de manera imparcial y no llegará a conclusiones precipitadas, sino que más bien estará dispuesta a escuchar perspectivas diferentes sobre un tema antes de juzgar. Esto es importante en tiempos de crisis donde existe una tentación real de ser estridente y confrontacional. Al escuchar a los demás podemos construir puentes donde hay división, lo cual es una señal poderosa de Dios obrando en medio de toda circunstancia.
4. Tomar decisiones pensando en el futuro
Tenemos que tener estrategias y hacer cálculos no solo para una victoria a corto plazo, sino para alcanzar metas a largo plazo. El peligro al que nos enfrentamos los cristianos en la actualidad es a quedar completamente atrapados en la lógica del inmediatismo. Juzgamos y decidimos todo basándonos en lo que vemos aquí y ahora, sin ningún sentido de perspectiva histórica. Nos damos prisa para pasar a la acción de forma inmediata y resolver “este o ese” problema social lo antes posible. No obstante, cambiar por el simple hecho de cambiar (y especialmente si es un cambio revolucionario) deja un rastro lleno de destrozos. Si bien rechazamos la complacencia y la pasividad, también tenemos que ser críticos con el inmediatismo, porque suele desembocar en acciones imprudentes. Los cristianos tenemos que trabajar para traer un cambio pausado, invertido y que vaya desde la base hasta la parte superior, además de ser a su vez sostenible durante un periodo extendido y que pueda alcanzar a todas las generaciones. Esto significa que tenemos que entender el éxito de forma muy diferente. Como Jesús, que se negó a alabar al diablo para conseguir la riqueza del mundo, nosotros rechazamos utilizar métodos del mundo para alcanzar el éxito del Reino. Planeamos a largo plazo, porque la historia de la iglesia nos dice que la verdad de Dios permanecerá y eclipsará la ignorancia e insensatez del hombre.
Esto requiere que tengamos paciencia y perseverancia, y luego dejamos que el resultado final lo dicte la providencia de Dios.
Philip S. Powell gestiona la comunidad de aprendizaje del Jubilee Centre.
Este artículo se publicó por primera vez en la página web del Jubilee Centre y se le ha concedido permiso para volverse a publicar.
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