Texto publicado en la revista Restauración, en junio de 1981.
Es usted uno de los cantautores que con más agrado escucho. Me sé de memoria las letras de sus canciones: Aleluya, Rosas en el mar y otras. Ahora, a sus 37 años, tras haber recorrido un largo camino musical con Los Tigres, Los Pekenikes y posteriormente en solitario, le noto a usted inseguro, poco estable en su vida artística. Por sus amplias declaraciones hechas a Inmaculada de la Fuente en el suplemento semanal de El País, me parece que sus vacilaciones e inconstancias tienen algo que ver son su estado interior. Macbeth no vivía en paz consigo mismo debido a la falta de seguridad en sus propias creencias. ¿Será esta su situación?
“Mis dudas religiosas permanecen y cada vez son más acuciantes”, dice usted a la periodista. Dudar no es trágico, porque la duda suele desembocar a menudo en la creencia. Pero la permanencia en la duda hace al hombre, según dice la Biblia, inconstante en sus caminos interiores, en los surcos del alma. ¿Recuerda usted a Amparo, el personaje de La duda, en la obra de Echegaray? No vivió en paz consigo misma hasta que se decidió a estrangular la duda, representada en la persona de Leocadia. Petrarca dice que el fin de la duda es el principio del reposo.
Creo que su duda actual es un paso ascendente hacia la creencia. Según usted, “del ateísmo feroz en el que me veía sumergido hace unos años, y que ahora se resquebraja por completo, he pasado a plantearme de nuevo estas cuestiones”. ¡Es claro! No resulta fácil vivir anclado en el ateísmo. Además, el ateísmo conduce a situaciones y actitudes contradictorias. Cuando el Tío Moro, en Los Aparecidos, de Arniches, dice: “Gracias a Dios soy ateo”, está manifestando una profunda verdad filosófica: la imposibilidad de mantener el ateísmo.
Como tampoco satisface el materialismo. Ni el materialismo dialéctico, llamado científico, ni ese otro materialismo popular del “comamos y bebamos, que mañana moriremos”. Usted mismo lo admite: “Después de una etapa materialista y de un racionalismo bastante exacerbado, en donde no hay una voluntad por encima de todo esto, me he encontrado con que eso no me resuelve nada, y ahora me sitúo en el plano contrario, soy un antimaterialista furibundo y en cierto sentido teísta, pero lleno de dudas”.
Son apreciables sus esfuerzos en busca del camino más elevado. Reniega usted del materialismo y reconoce en el teísmo a un Dios autor de la naturaleza, pero sin llegar a admitir la revelación ni el culto externo. Tiene, como tantos pensadores, la barrera de la razón, que debe traspasar de un salto definitivo hacia el Cristo del Nuevo Testamento. “Creo –confiesa usted- que la razón es un enigma, pero que es real y existe, lo que pasa que hay una serie de conceptos religiosos que el materialismo científico marginó olímpicamente y que todavía no están resueltos”.
Desde luego, Luis Eduardo. La razón será toda la vida un enigma. Y una contradicción. En un arranque de sinceridad, Unamuno dijo: “Al rezar, reconocía con el corazón a mi Dios que con mi razón negaba”. Por esto, precisamente por esto, el materialismo científico ha sido incapaz de resolver los grandes enigmas del Universo. Porque ha querido explicarlos a base de fríos razonamientos.
Pero Dios lo explica todo. Y Dios está ahí, está aquí, al alcance de la razón, a la puerta de la fe. Tal como usted dice, el problema de Dios se ha sentido en unas épocas con más intensidad que en otras. Copio sus palabras a Inmaculada de la Fuente: “Yo creo que el tema religioso es cíclico, que a lo largo de la historia hay unas etapas en las que se mata a Dios y otras en las que se le resucita, y a mí me parece bien, porque eso, por lo menos, remueve las conciencias estabilizadas y conformes”.
Verdad. Absoluta y total verdad. La Edad Media vivió a Dios con intensidad. Después, a raíz del liberalismo de Locke y del enciclopedismo francés, hubo un apartamiento de Dios. Nietzsche quiso matarlo. En los días que vivimos hay un renacer espiritual; la gente vuelve a buscar a Dios. Aunque con las mismas dudas y luchas que usted, según dice: “Yo, lo que estoy haciendo ahora es reflexionar sobre ese concepto teológico universal, esa voluntad creadora primera que para unos es Dios y para otros un enorme misterio, más que entregarme a una fe determinada”.
No es preciso, Luis Eduardo Aute, que se entregue usted a una fe determinada. Lo que usted llama “concepto teológico”, en la Biblia se presenta como Dios único, revelado y absolutamente personal. Este Dios aclara el “enorme misterio”, vago e indefinido en la conciencia de la persona que duda y le lleva de la mano de la Biblia a la única fe posible, auténtica y salvadora: La fe en el Cristo del Nuevo Testamento.
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