El contexto secular es la emancipación de un esclavo, o la liberación de un cautivo. La pregunta es ahora: ¿esclavos y cautivos de qué?
Nos hacemos la ilusión de ser libres, pero en realidad nunca hemos sido tan esclavos. Detrás de nuestra supuesta independencia, no sólo hay grandes limitaciones, sino la mayor tiranía: somos esclavos de nosotros mismos. Cristo es el único que puede librarnos de la culpa y el poder del pecado. En eso se diferencia el cristianismo de cualquier otra religión y moralidad. Es un anuncio de rescate, no un estímulo para la superación personal.
Nuestro problema es que preferimos engañarnos a nosotros mismos, creyendo que somos mejores de lo que somos. Nos escondemos ante los demás, ocultándonos bajo una supuesta apariencia de respetabilidad, pero en realidad estamos dominados por ese lado oscuro de nosotros mismos, que nos lleva a hacer lo que no queremos. Es el mal que hay en nosotros (Romanos 7:21-25), del cual Cristo quiere hacernos libres.
Jesús dice que sólo la verdad nos hará libres (Juan 8:32), pero ¿cuál es esa verdad? Cristo es “el camino, la verdad y la vida” (14:6). Jesús no nos da verdades. ¡El es la verdad! Por eso tenemos que dejar de hacernos ilusiones acerca de nosotros mismos y enfrentar la realidad.
Todos queremos ser positivos, pero la realidad es que no somos cómo deberíamos ser. “Por cuanto todos hemos pecado y estamos privados de la gloria de Dios” (3:23). Ahora bien, la buena noticia es que “por su gracia somos justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectúo” (v. 24).
¿CULPABLES DE QUÉ?
Podemos ser así, libres de la culpa y el poder del pecado, pero qué culpa, se preguntan muchos. Es curioso lo que pasa con los sentimientos de culpa. Algunos sufren mucho por ello, pero otros ni siquiera saben lo que es eso. Nunca se sienten culpables.
“– Culpabilidad, ¿qué diablos es eso? – dice el personaje de Mia Farrow en la película Broadway Danny Rose – No existe la culpa.
– El sentido de culpabilidad es importante. De no tenerlo, uno sería capaz de cosas terribles. ¿Sabes es importante sentirse culpable? –contesta el personaje de Woody Allen– Yo me siento siempre culpable y nunca hecho nada. Mi rabino decía que todos somos culpables a los ojos de Dios.
– ¿Tú crees en Dios?
– No, no… ¡por eso me siento culpable! –responde Allen–.
–Yo sólo creo que uno hace lo que tiene que hacer. La vida es corta –concluye Mia Farrow–”
A muchos cuando se les habla de la cruz de Cristo, se preguntan: “¿y qué?”. Como Patti Smith, pueden cantar: “Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos”. Se confunde así, el sentimiento de culpa –que es algo personal y subjetivo– con nuestra culpa objetiva –que es de carácter moral, como solía decir Francis Schaeffer–, no psicológica.
NUESTRA RESPONSABILIDAD
¿Qué culpabilidad es esa de la que necesitamos ser libres? Es una realidad objetiva, que corresponde a una norma. “El pecado es transgresión de la ley” (1 Juan 3:4). Entendemos cómo funciona el sistema de justicia. Si una persona quebranta una ley, al ser detenida, puede decir que no es culpable, pero tiene que comparecer ante un tribunal. En el juicio se presentarán evidencias y se escucharán testimonios, pero al final el juez tendrá que dar un veredicto que dictamine si el acusado es culpable, o no.
Aunque tenemos una aversión natural a las normas, no podemos escapar de ellas. Desde pequeños nos imponen reglas, tanto en casa, como en la escuela, así como después en el trabajo. Todos estamos sujetos a leyes. Podemos no estar de acuerdo con ellas, pero no podemos ignorarlas.
La perspectiva bíblica es que el Legislador supremo será finalmente, nuestro Juez. Todos tenemos que dar cuentas un día ante Él. Ante la advertencia del juicio, muchos dirán: ¿no es el cristianismo un mensaje de amor, que no tiene que ver con reglas y normas? Sí, pero el amor también es una norma. Dios nos manda que le amemos y nos amemos los unos a los otros (Lucas 10:27). Es más, “el amor es el cumplimiento de la ley” (Romanos 13:10).
¿ESCLAVOS DE QUIEN?
Cada vez se usa más el término redención, para hablar de ciertas historias, pero pocos conocen su significado original. Viene del verbo “comprar” (agorazo) en griego y se refiere a un esclavo, o a un prisionero de guerra (por su relación con el término lutroo). Supone un cambio (exagorazo) de la esclavitud a la libertad, porque alguien ha pagado el precio de tu redención. El contexto secular es la emancipación de un esclavo, o la liberación de un cautivo. La pregunta es ahora: ¿esclavos y cautivos de qué?
Jesús dice que “todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (Juan 8:34). El problema es que no lo reconocemos. Como buenos adictos, siempre pensamos que no es más que algo que hacemos en ocasiones. “Nadie es perfecto”, decimos. Pero como nos recuerda la canción de Bob Dylan que anuncia su conversión en 1979: “Todos servimos a alguien”.
Como en la película The Master, puede que no seamos adictos al sexo o al alcohol, como Freddie, pero somos esclavos de nuestras ambiciones, como Dodd. Sea por nuestro interés egoísta, moralidad o religión, todos servimos a algo o a alguien, en vez de a Dios. Dedicamos a ello nuestro tiempo y dinero, nuestra vida, en definitiva.
EL VERDADERO CAMBIO
¿Libres para qué? Esa libertad no es absoluta. Somos libres del pecado, pero redimidos para Dios. Somos ahora propiedad suya (Tito 2:14), al haber sido comprados por precio (1 Corintios 6:20). La redención implica siempre un coste.
La gracia es libre, pero no barata –según la famosa expresión de Bonhoeffer–. Si somos libres, es porque Cristo ha pagado el rescate. Y lo ha hecho con su sangre (Marcos 10:45; 1 Timoteo 2:6; 1 Pedro 1:19).
La gracia de Dios que nos perdona no cuesta nada para el que la recibe, pero mucho a quien la da. Desde el principio de la Biblia entendemos que Dios no puede perdonar sin un sacrificio. Ninguna ofensa grave se perdona fácilmente. Cuando perdonas asumes la deuda y la perdida. La llevas tú mismo. Así Dios exige un precio, pero Él mismo lo paga, cargando con el coste de nuestro perdón, transformación y libertad. Nos compra con su propia sangre (Hechos 20:28).
EL PODER DEL EVANGELIO
El Evangelio es eso, dice Tim Keller: “Somos más pecadores y débiles de lo que hubiéramos imaginado, pero al mismo tiempo, somos más amados y aceptados en Cristo de lo que podíamos esperar”. Es por eso que el Evangelio no sólo nos salva, sino que también nos cambia. Como explica el predicador de Nueva York:
“Si sabes que lo que ha hecho, le ha costado un precio infinito –te ha puesto en una relación en la que ya nunca serás rechazado por Él–, entonces tu motivación cuando pecas, es ir a Él. Quieres comunión con Él. Cuando aquello que más te da seguridad, es lo que más te convence de pecado, estás en el camino del Evangelio, que te lleva a Dios. Sin el Evangelio, nos odiamos a nosotros mismos, en vez de al pecado. Fuera del Evangelio, lo que nos motiva a cambiar, es el miedo, o el orgullo, pero eso no transforma nuestros corazones, sino que los refrena”.
Es por eso que necesitamos escuchar el Evangelio una y otra vez. Ya que no es un mensaje sólo para el que no cree, sino la única esperanza de cambio que tenemos en esta vida, seamos cristianos, o no. Para eso tenemos que profundizar en la salvación de Cristo y vivir los cambios que esa comprensión produce en nuestro corazón.
El Evangelio no es algo que podamos hacer, sino lo que Él ha hecho por nosotros. Packer lo explica así en su famoso prólogo al tratado del puritano John Owen sobre La muerte de la muerte en la muerte de Cristo: Dios salva pecadores. El Evangelio es la noticia de lo que Cristo ha hecho para reconciliarnos con Dios.
El joven Dr. Martyn Lloyd-Jones solía preguntar a las personas si podían decir que eran cristianas, hasta que se dio cuenta que la gente dudaba, porque pensaba: “No siento que sea lo suficientemente bueno”. Pensaban en sí mismos, que tenían que ser mejores, para poder ser cristianos. “Sonaba muy modesto, pero es la mentira del diablo, una negación de la fe: ¡Nunca serás lo suficientemente bueno! Nadie lo ha sido. La esencia de la salvación cristiana es que Él es lo suficientemente bueno y ahora por medio de la fe, estamos unidos a Él”.
“Estar en Él” es creer que sólo la obra redentora de Cristo Jesús nos une a él. Por ella estamos delante de Dios. Hemos sido rescatados de la culpa del pecado.
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