Muchas veces, estamos alienados por todo tipo de “negocios” humanos que nos impiden la visión de Dios y nos hacen sordos a sus múltiples invitaciones.
Negocios que nos alienan, nos estresan, nos hacen perder las prioridades. ¿Se puede considerar actual hoy esa parábola que nos narra Lucas, la de la Gran Cena, en donde los ricos e integrados sociales no pueden acceder por estar alienados por sus negocios? ¿Nos alienan a nosotros también los negocios de la vida en torno al dinero, la situación social y el poder hasta el punto de no aceptar la invitación de Dios de una forma comprometida y sincera?
Hoy hay esclavos, cansados, agobiados que caminan por el mundo cargados por el trabajo de sus negocios. Algunos caminan por la vida bajo el yugo y el peso de las riquezas a cuya consecución dedican los mejores esfuerzos de su vida, si no todos. Otros, andan en situaciones no boyantes económicamente, pero igualmente preocupados por el negocio, el tener, el poseer. Quizás, los únicos resignados sean los pobres de la tierra, los que han sido tirados al lado del camino despojados de bienes y, en muchos casos, de dignidad.
Otros están desorientados en sus prioridades por ruidos, fiestas y jolgorios. Sí. Nos pesan las celebraciones humanas, las diversiones y compromisos que, a veces, da igual que sean bodas o entierros. El caso es que, muchas veces, estamos alienados por todo tipo de “negocios” humanos que nos impiden la visión de Dios y nos hacen sordos a sus múltiples invitaciones. En la parábola, “todos comenzaron a una a excusarse” ante la invitación de ese amo todopoderoso que anunciaba que “todo estaba ya preparado”.
Nos volvemos sordos, presentamos excusas, nos escondemos u ocultamos bajo nuestras ganancias. Cuando estamos muy inmersos en el sistema mundo de injusto reparto, nos ensordecemos ante la voz de Dios. El amor al negocio, al dinero, las fiestas o el poder, consiguen que podamos tirar todo por la borda. Así, las palabras de Dios tienen que sonar como un megáfono fuerte a nuestros oídos: “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que se poseen”.
Hay muchos tipos de esclavitud. Hoy se habla de nuevas esclavitudes en torno a la prostitución, los abusados en los trabajos injustamente pagados, mal considerados, humillantes. Pero poco se habla de la esclavitud a la que están sometidos tantos y tantos conciudadanos nuestros, esclavos del poseer, del tener, de la búsqueda cegadora de lo material. Estos esclavos de las posesiones jamás entrarán al ámbito de la Gran Cena, al espacio del Reino de Dios.
Hay pocos que buscan y siguen las verdaderas líneas de liberación de todos estas problemáticas. Para poder disfrutar de la cena del Reino es necesaria una premisa previa: Convertirse, compartir los bienes para que el mundo sea más justo, dejar a un lado la esclavitud de la riqueza, y entrar en líneas de liberación. Es lo único que abrirá nuestros oídos para escuchar y responder a la invitación de Dios.
Muchos se arrastran entre las basuras que les llevan a la perdición. Entre los esclavos de las posesiones, están demasiados acumuladores necios que nos recuerda la Parábola de Jesús “El rico necio”. Almacenaba y almacenaba tontamente sin saber que pronto le iban a pedir su alma. La pregunta era que, lo almacenado, eso que había causado escasez y opresión de muchos, eso que había ensordecido el oído del acumulador para ser sordo a la voz de Dios, esos bienes y riquezas injustamente acumulados, ¿para quién serán? Esclavos necios que sólo conocen la senda de la perdición por la cual se arrastran como por una cuesta abajo que lleva a los infiernos de la perdición.
Muchos, alienados por negocios mundanos, desconocen los auténticos valores. Hoy, en el mundo, se rechaza la frase de Jesús “Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y ven y sígueme”. Nos parece locura incluso para aquellos que proclaman fuertemente ser seguidores del Maestro. La verdad es que, a veces, es difícil entender la radicalidad de Jesús. Quizás sea porque necesitaba ser ese megáfono abierto que atruena los oídos humanos.
Son ciegos ante la visión de los ceros de sus cuentas corrientes. A veces parece que al hombre de hoy le importan y le aportan muy poco las invitaciones del Maestro. Prefieren sus propios banquetes y fiestas mientras que miran o piensan en sus abultados almacenes, sus cuentas corrientes que sólo son para ellos y, como mucho, para sus hijos y descendientes. No se piensa en tanto prójimo necesitado como hay hoy. Ni piensan, ni ven, ni oyen. Se permanece ajeno a las orientaciones divinas. La gran tragedia de los esclavizados por el sistema mundo gobernado por el dios Mamón.
Han vendido su tiempo. Hombres grises que tienen todo su tiempo consumido, gastado, desaprovechado. Pendientes del capital invertido, del negocio abierto, de la fiesta pendiente. Es como si pudiéramos falsamente decir: Señor, no les invites ahora mientras que se regodean con lo ganado o invertido. Espera. Busca otro momento. Lo que pasa es que la oportunidad de la invitación que Dios nos hace hoy, quizás no se repita nunca más. Ha pasado la hora, “el día aceptable, el día de salvación”.
Se quedan en soledad, aislados y, en su necedad, sonríen porque creen que han dejado a Dios en la estacada. Quizás pensemos que estamos dejando sólo a Dios, pero no es verdad. En estos, casos los que nos quedamos solos somos nosotros. Dios tiene pueblo que, si es necesario, los buscará entre los excluidos de la historia, los sufrientes, los despojados y olvidados de los sistemas y estructuras económicos del mundo: “Ve por los caminos y vallados y fuérzales a entrar, para que se llene mi casa”.
No seamos necios, no caigamos en esclavitudes que, de inicio, se nos presentan como buenas y atractivas. Seamos de los sencillos del mundo, pero herederos e invitados del Reino de los Cielos.
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