La idea de un Jesús queer gustará a la sociedad y recibirá su particular escaparate, pero no deja de ser un disparate intelectual, un Jesús acomodado a las conveniencias de su autor.
Si hay algo que nuestra sociedad occidental se afana en destacar como uno de sus grandes logros es la visión de una sexualidad supuestamente libre de ataduras. En los medios se suele reforzar este mensaje:
Que estos principios lleven a una verdadera libertad es más que cuestionable, aunque ese no es el tema principal de este artículo. En todo caso esta tendencia no debería resultarnos extraña o nueva. Solo hace falta asomarse a las cartas paulinas y a los evangelios para percibir cómo la sociedad del siglo I tenía muchos problemas para aceptar la perspectiva que Dios ordena en cuanto a sexualidad y relaciones. Por ejemplo:
No hay nada nuevo debajo del sol, pero en el aspecto sexual la aceptación mayoritaria del estándar descrito al principio de este texto no procede de una cultura pagana, sino del occidente poscristiano.
Pero si examinamos la historia, veremos cómo Jesús y sus apóstoles enfrentaron en el siglo I presiones de la sociedad que les rodeaba en cuanto a la enseñanza sobre sexualidad. Es en medio de esa sociedad donde la comunidad cristiana tiene que ejercer una práctica vital distinta. Las iglesias en Corinto y Tesalónica deben dejar las costumbres sexuales que se seguían a su alrededor para consagrar sus vidas a Dios. No se dice que fuera fácil, pero era un requisito fundamental: la voluntad de Dios es la santificación, y eso implica el área sexual (1ª Tes. 4.1-9).
Así como los tesalonicenses fueron perseguidos por sus compatriotas, no podremos evitar que a nuestro alrededor surja oposición cuando mantenemos una visión bíblica tradicional de la sexualidad. El precio social a pagar es grande, pero además las leyes que se están desarrollando en España implican una merma de la libertad de expresión ante las consideraciones de delito de odio, que busca limitar las opiniones divergentes del nuevo paradigma. En el ámbito religioso cristiano también se pueden percibir estas disputas en todo el mundo.
Tampoco resulta extraño que surjan, en este contexto, quienes procuren reconciliar la opinión mayoritaria en la sociedad con lo que la Biblia enseña. Para ello, retuercen los textos bíblicos y llaman a la iglesia a evolucionar de acuerdo a los supuestos avances científicos o sociales. En ese camino está una parte de la Iglesia Evangélica Española (IEE) (aunque no toda) y algunos de sus voceros, entre ellos Juan Sánchez Núñez y Carlos Osma. Este último acaba de publicar un libro con el título “Solo un Jesús marica puede salvarnos”.
En una entrevista publicada hoy en El Periódico, Osma admite que buscaba la provocación desde un título que resulta ofensivo para una gran mayoría de creyentes. En la entrevista, Osma añade a la provocación: “Solo alguien que pueda ponerse el último en la escala de la masculinidad puede ser compasivo. Y Jesús es muy ‘queer’”.
El Jesús de Osma estaría, dice, “alejado de la institución y de intentar ejercer una influencia mediática o política para obligar a creer”.
En mi opinión el Jesús de Osma es el que más le gustará a las instituciones a nuestro alrededor. Este Jesús pro-LGBTI encuentra escaparates y entrevistas en medios de gran tirada y no lo tiene difícil para recibir aplausos. Pero el Jesús de Osma no solo encajará en la España del siglo XXI, sino que hubiera encajado muy bien en la cultura pagana del siglo I.
Sin embargo, ese Jesús se parece bien poco al del evangelio. Si así fuera, ¿por qué Pablo no abrazaría esta línea teológica en el siglo I? ¿Por qué se le ocurriría al apóstol decirle a los tesalonicenses que se alejaran de la impureza, cuando estaban siendo perseguidos por sus compatriotas? ¿Por qué diría que los homosexuales no heredan el reino de Dios, qué ganaba con inventarse algo así? ¿Por qué a Jesús se le ocurriría defender el pacto matrimonial y condenar la tendencia al adulterio, sabiendo que tanto nos cuesta sobre todo a los hombres?
El caso es que el evangelio nunca ha sido un llamado a una vida cómoda ni de aplausos. El evangelio transforma nuestro interior pero seguimos luchando con el pecado, incluso en un área tan delicada e íntima como la sexual. No todos están dispuestos a pagar ese precio. Pero podemos decir que vale la pena seguir al Jesús de verdad -no a la autoproyección de Osma- y en el poder del Espíritu Santo confiar y creer que hay victoria sobre el pecado.
Así que las ideas de Osma de un Jesús pro-LGTBI pueden gustar a parte de la sociedad y recibir su particular escaparate, pero no deja de ser un disparate intelectual, un Jesús acomodado a las conveniencias de su autor. El Jesús queer, el Jesús marica, es tan fiable como el Jesús de J.J. Benítez o Dan Brown.
En contraste a las ideas de Osma, las iglesias evangélicas en España están trabajando en una línea constructiva, pastoral, de unidad, de respeto a las Escrituras y a su enseñanza en el área de sexualidad, respetando la dignidad de la persona. El Foro de identidad evangélica celebrado en enero de 2019, donde estaban representadas la gran mayoría de iglesias y denominaciones, acaba de publicar sus conclusiones, entre ellas, que “la sexualidad ha sido creada por Dios con propósitos muy definidos, de plenitud, identidad, complementación, procreación, felicidad y unidad integral (espíritu y cuerpo). Estos propósitos no se pueden ver cumplidos en el marco de las parejas del mismo sexo. La homosexualidad es una práctica fuera del diseño original de Dios”. Aunque Juan Sánchez diga que esta perspectiva no nos va a servir para cruzar los Pirineos, la realidad le desmiente: la inmensa mayoría de la iglesias evangélicas, también en Europa, sigue prefiriendo creerle a Pablo antes que a ellos y a sus particulares reinterpretaciones.
Que Dios nos ayude a comunicar con gracia y verdad, sin diluir el mensaje liberador del evangelio.
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