No podemos responder sobre las decisiones vitales que tomen nuestros hijos, pero sí deberemos responder ante Dios sobre nuestro papel como padres.
¿Qué harías si supieras con certeza cuánto te queda de vida?
Se trata de una de esas preguntas que en teoría debería dar para las más altas y trascendentales reflexiones. Para la mayoría, esta cuestión no es más que mera especulación e incluso un juego, pero para alguien fue un asunto tan real como que el sol se pone en el Mediterráneo. Así, en la Biblia encontramos a un rey que tuvo el privilegio, si se le puede llamar así, de conocer esta información de una fuente con todas las garantías. A estas alturas ya lo habrás adivinado, se trata del rey Ezequías de Judá que, según relata el escrito del libro de los Reyes, se le concedieron quince años más de vida cuándo se encontraba ya en su lecho de muerte.
Qué decir de este portentoso regente judío. Un faro de luz en medio de la oscuridad, un hombre de Dios que llevó a su pueblo a rendir culto al único y auténtico liberador de la nación, dejando atrás el extremo paganismo de su padre. El soberano que, en dependencia de su Señor, pudo resistir la fuerza expansionista del imperio asirio, que ya había anexionado muchas naciones antes de llegar a las puertas de Jerusalén. Sin embargo, llegó la hora de morir y presentarse ante su Dios, y el profeta Isaías le indicó que debía poner sus asuntos en orden porque su tiempo había expirado. Ezequías imploró con sus últimas fuerzas una prórroga a este final, un poco de tiempo extra… y Dios se lo concedió restaurando su salud. Quince años más para ser exactos.
La vitalidad volvió a sus venas, estaba exultante, feliz, con ganas de comerse el mundo. De esta manera, como ya le había advertido el profeta, y ahora con más razón, debería aprovechar el tiempo añadido para poner en orden sus asuntos. Tanto es así, que decidió que su hijo, a la edad de doce años, asumiera el trono estableciendo una corregencia entre padre e hijo. Se trataba del rey Manasés. Este nuevo y joven rey sostuvo el cetro de la casa de David durante 55 años, el reinado más largo de Judá y, para más señas, uno de los peores reyes de la historia judía según el único criterio válido, el de Dios.
¿Dónde estaba Ezequías?
Con Manasés volvió el paganismo, volvieron los infanticidios, volvieron las prácticas detestables, la violación del Templo y también volvió el juicio de Dios. ¿Dónde quedaba el legado de su padre Ezequías? ¿Qué ocurrió durante aquellos años que compartieron gobierno? ¿Quién moldeó la vida de Manasés? ¿Quién le enseñó? ¿Quién le transmitió valores? ¿Quién le instruyó en la Ley? ¿Acaso se fue Ezequías de turismo aprovechando el tiempo extra? ¿Cómo pudo suceder a un padre de tal integridad este hijo? El texto nos da alguna luz sobre esta cuestión: nos explica el cronista que Ezequías cayó en la soberbia tras su milagrosa sanación.
Tras su recuperación, el corazón del rey se llenó de orgullo. Vio todo lo que había acumulado, riquezas y grandeza; cómo había resistido al poderoso invasor y cómo había vencido a la enfermedad. Ante tales circunstancias, muchos reyes se considerarían más divinos que humanos, y quizá pensó Ezequías que él no iba a ser menos. En los años cruciales de la vida de Manasés, en plena adolescencia y asumiendo tales y pesadas responsabilidades, es cuando su padre debería haber sido ejemplo de integridad y humildad para dejar “en orden sus asuntos”, especialmente la formación del nuevo rey. Ezequías podría haber sido durante aquellos quince años el mejor maestro para su hijo en la difícil tarea de gobernar, pero todo apunta a que las cosas no sucedieron de esa manera.
Es evidente que no tenemos respuestas para estas preguntas, sólo podemos suponer y tratar de sacar conclusiones. No tenemos una webcam enfocada al pasado para ver qué entresijos hubieron en palacio, qué pasó entre padre e hijo, pero sí sabemos que al mejor rey de Judá desde tiempos de David, lo sucedió el peor rey posible. Y esta realidad que nos narra la Biblia resulta perturbadora porque como padres no podemos responder sobre las decisiones vitales que tomen nuestros hijos a lo largo de su vida, pero sí deberemos responder ante Dios sobre nuestro papel, si nos hemos conducido con temor del Señor o si, por el contrario, hemos hecho dejadez de funciones en cuánto a nuestras privilegiadas atribuciones que tenemos como padres.
Y tú ¿qué le hubieras enseñado a tu hijo?
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