Hemos de reflexionar y trabajar para que no nos confundamos con los conceptos de “iglesia santa”, “familia santa”, “ambiente santo” u otros, no sea que estemos rozando los conceptos de pureza que tenían los religiosos del tiempo de Jesús.
A veces, desgraciadamente, nos podemos equivocar con la consideración e idea que tenemos de mantener una iglesia “pura” un poco al estilo de aquellos religiosos de la época de Jesús que no dejaban entrar en sus círculos a los pobres, marginados, tullidos o aquellos que, de alguna manera eran estigmatizados. No. Sé que no llegamos, gracias a Dios, a ese extremo. Sin embargo, es posible que sí pensemos en una iglesia, de alguna manera “pura”, en donde los mejor considerados, favorecidos e integrados en ella, no sean aquellos que son pobres, proscritos, desclasados o tildados de pecadores. Si algo de esto se da en nuestras congregaciones, estamos a punto de perder la categoría de “iglesia acogedora”.
Sería una pena que, en nuestro concepto de iglesia “pura”, la desventaja la llevaran muchos de esos proscritos según el mundo y se diera prioridad a que nuestras congregaciones se llenaran solamente de personas con buena reputación, más o menos integradas social y económicamente, mientras que “pasamos” un poco de los desgraciados y pobres de este mundo.
Esto nos podría llevar a la consideración de que no sólo es que no seamos iglesia “acogedora”, sino que podríamos perder también el título de “iglesia del Reino”, que mantiene los valores de ese Reino que irrumpe en nuestra historia con la figura de Jesús, y uno de cuyos valores, de los de mayor relevancia, es ese de que “muchos últimos serán los primeros”.
Por eso, hemos de reflexionar y trabajar para que no nos confundamos con los conceptos de “iglesia santa”, “familia santa”, “ambiente santo” u otros, no sea que estemos rozando los conceptos de pureza que tenían los religiosos del tiempo de Jesús. Acoger a los pobres, a los proscritos, a los desclasados y sufrientes de este mundo, no contamina a la iglesia, ni la hace más imperfecta, ni impura… Más bien la aproxima al auténtico concepto de santidad bíblica.
Al menos, así se ve si nos aproximamos a los valores del Reino y a las prioridades y estilos de vida de Jesús que, en el fondo, estaban sustentados por su propia doctrina evangélica. Su forma de vida está alumbrándonos sobre el hecho de cómo debería ser la iglesia en donde están los llamados sus seguidores. Por tanto, miembros de las iglesias evangélicas, no os sintáis incómodos si algún día tenéis el privilegio de que algunos de los proscritos, según la apreciación de los integrados en el sistema mundo, algunos estigmatizados o, por alguna causa, privados de dignidad, se acercan a vuestros templos y se sientan a vuestro lado.
Dedicad un momento a reflexionar y analizar el texto del evangelista Mateo: “Y aconteció que estando sentado Jesús a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos”. Mesa compartida, símbolo también de la mesa o del banquete del reino. Compartir pan, palabra y vida con los proscritos y pecadores, debe ser también un símbolo de la configuración de la “iglesia del Reino”. Más que buscar una “iglesia pura” basada en una “pureza” falsa, marginante y despectiva, se refuerza la idea de “iglesia acogedora”. Se adapta mucho mejor al concepto de “iglesia del Reino”.
Reto importante: plantearse si, realmente, es mejor una iglesia “santa y pura” según muchos de los parámetros teológicos que, a veces, usamos alejándonos un poco o un mucho del concepto de “iglesia santa” en el concepto y vivencias del Maestro, o es mejor una iglesia cuya santidad se basa en el amor al prójimo, especialmente al prójimo débil, pobre, proscrito, abandonado y privado de dignidad. Creo que, en la doctrina bíblica, el concepto de santidad, de “iglesia santa”, va más en línea con estos valores del Reino, que con los valores teológicos o eclesiales que, muchas veces, usamos separándonos de la idea de santidad bíblica.
Cuando la iglesia es acogedora, lo es por una razón: Lo es porque ha comprendido que los valores de amor, misericordia y justicia por los que clama la Biblia, deben estar ocupando una prioridad fundamental en el seno de la iglesia si es que ésta quiere seguir los parámetros y valores del Reino. Es la iglesia que está practicando y poniendo en marcha para con el prójimo las obras de la fe, esa fe que, según el apóstol Pablo “obra por el amor”, actúa por imperativos de amor cristiano, dando frutos de solidaridad y hermandad, de projimidad y de compasión de cara al más necesitado, al tirado al lado del camino.
Es verdad que, muchas veces, pensamos que no estamos preparados para seguir estos valores y para buscar a los perdidos, también a esos que, apaleados por la historia, han quedado tirados al lado del camino. Pero yo creo que la reflexión es muy importante, si es que, realmente, creemos en la importancia y transcendencia de los valores del Reino en nuestro aquí y nuestro ahora en el que nos ha tocado vivir y ser miembros de la iglesia santa, perfecta y sin mancha de Dios.
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