Los fariseos eligen romper lazos en lugar de arrimarse a construir el Reino.
Llegaron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús. Para tenderle una trampa, le pidieron alguna señal milagrosa que probara que él venía de parte de Dios. Jesús suspiró profundamente y dijo:
–¿Por qué pide esta gente una señal milagrosa? Os aseguro que no se les dará ninguna señal.
Entonces los dejó, y volviendo a entrar en la barca se fue a la otra orilla del lago.
Marcos 8:11-13.
El tema principal tratará del texto que encabeza este escrito, aunque añadiré otros para completar la reflexión.
Los fariseos vienen en grupo con el fin de intimidar a Jesús que se encuentra en minoría. Es cierto que mucha gente le acompaña, pero es posible que no estén a la altura del rango o el conocimiento de un fariseo. Estos que se acercan vienen bravucones. Son provocadores. Sus miras no son buenas. Solos no se atreven así que, como si se tratase de una manada de animales salvajes, se han armado de valor para encararse con el Maestro.
Aunque conocen sus hechos y milagros pretenden que caiga en la trampa que le han preparado. Le subestiman. Piensan que es estúpido. Les cae mal porque les quita protagonismo y autoridad. Les roba seguidores y les trastoca los planes. Quieren jactarse de tener una razón que no poseen, por tanto, buscan coger a Jesús en una debilidad en público y humillarle a ser posible.
Su intención es hacerse valer. Para ellos, lo que conocen de su obra no es suficiente. Jesús debe darles gusto, ser más explicito, hacer un milagro aún más llamativo que todos los anteriores. No basta que hasta ahora haya liberado al hombre infeliz que tenía un espíritu inmundo; que haya sanado la fiebre de la suegra de Pedro aquel día que habían quedado en almorzar (pulsar aquí). Tampoco es suficiente que un leproso haya quedado limpio de su enfermedad y pueda vivir entre el cariño de los suyos; que un paralítico sea liberado de su atadura y pueda caminar; o que a uno que se le había secado la mano haya recobrado su fuerza para trabajar y sustentarse. Insignificante les parece que Jesús calme tempestades; que la hija de un tal Jairo esté curada y la familia, aliviada de esa pena, pueda ser feliz; que la mujer que vivía apartada, proscrita de la ley a causa de sus hemorragias, se haya curado por completo con sólo tocar su manto (pulsar aquí); que Jesús haya alimentado a cinco mil personas, luego a cuatro mil y lo ha hecho porque él no viene a llevarse nada de nadie sino a dar. También ha llegado a su conocimiento que no sólo calma tempestades sino que se da el capricho de caminar sobre el agua; que sana a los enfermos en Genesaret y a la hija de la mujer sirofenicia (pulsar aquí).
Jesús se mueve constantemente y predica su doctrina a través de parábolas y lo que predica no es vana palabrería sino que lo demuestra con hechos. Quizá lo que más les escuece a los fariseos es que la multitud siga a Jesús a todas partes.
Como nada de esto es de su agrado, buscan un hueco como protagonistas y traen su propia petición: que les dedique una exhibición exclusiva. Sin embargo, con el conocimiento de estos prodigios antes mencionados ya tienen la confirmación de sus dudas, si no, no estarían preguntando: Jesús viene de parte de Dios, ¿de parte de quién más puede venir alguien que actúa de esa manera?
Si dejamos un momento a Marcos y damos un repaso por el evangelio de Mateo, justo al comienzo de su ministerio vemos como Jesús fue puesto a prueba por Satanás, el gran provocador que, conociendo su parte humana, quiso ofrecerle los poderes de la tierra. Después del bautismo y ser impulsado por el Espíritu al desierto, pasados los días tuvo hambre y el diablo le dijo Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. A continuación le llevó a la ciudad santa para decirle: Si eres Hijo de Dios, échate abajo. Y por tercera vez le acompañó a un monte alto para mostrarle los reinos del mundo: Todo esto te daré si postrado me adoras. (Mt 4, 1-11). Pero Jesús tiene una respuesta negativa a estos tres ofrecimientos. No entra en el juego del espectáculo provocativo por el que se verá acompañado hasta la hartura a lo largo de su vida.
Dejamos ahora a Mateo y nos vamos al evangelio de Juan donde encontramos otra táctica de los fariseos y es la de indagar enviando a otros en su nombre con un guión de preguntas prefijadas. Aunque sienten curiosidad, se esconden, no dan la cara, se quedan al margen esperando las respuestas. En el caso siguiente mandan emisarios a Juan el Bautista:
Los judíos de Jerusalén enviaron sacerdotes y levitas a Juan, a preguntarle quién era. Y él confesó claramente:
–Yo no soy el Mesías.
Le volvieron a preguntar:
–¿Quién eres, pues? ¿El profeta Elías?
Juan dijo:
–No lo soy.
Ellos insistieron:
–Entonces, ¿eres el profeta que había de venir?
Contestó:
–No.
Le dijeron:
–¿Quién eres, pues? Tenemos que llevar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué puedes decirnos acerca de ti mismo?
Juan les contestó:
–Yo soy, como dijo el profeta Isaías,
‘Una voz que grita en el desierto:
¡Abrid un camino recto para el Señor!’
Los que habían sido enviados por los fariseos a hablar con Juan, le preguntaron:
–Pues si no eres el Mesías ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas?
Juan les contestó:
–Yo bautizo con agua, pero entre vosotros hay uno que no conocéis: ese es el que viene después de mí. Yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias. Juan 1:19-27.
Aquí, los fariseos que aún no conocían que Jesús era el enviado, insisten y hostigan a Juan para que confiese que es el Mesías, el profeta que había de venir. Andan desnortados. No dan en el clavo. Van de aquí para allá según les conduce el viento. Están perdidos. Buscan sin saber donde. Persiguen sus dudas sin querer encontrar respuestas. Es Juan quien les pone una nota de cordura y tiene que enseñarles, orientarles hacia Jesús. Sin embargo, esto tampoco es suficiente porque cuando conocen al Mesías no le aceptan.
Nos colocamos ahora en los momentos de la crucifixión para recordar que los que pasaban ante la cruz le incitaban también: "¡Ah! Tú que destruyes el templo y lo edificas en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz" (Mt 27, 40). "Los principales sacerdotes, los fariseos (de nuevo los fariseos) y los ancianos le ofendían diciendo: "A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse. Es el Rey de Israel, ¡pues que baje de la cruz y creeremos en él" (Mt 27, 41-42).
En Lucas 23,39 vuelve a aparecer la misma intención, esta vez de parte de uno de los malhechores colgados a su lado: "Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros".
En todas estas ocasiones Jesús sigue sin entrar a responder tales mofas. De principio a fin de su ministerio es provocado por los malintencionados.
Regresamos de nuevo al texto que encabeza esta reflexión.
Llegaron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús. Para tenderle una trampa, le pidieron alguna señal milagrosa que probara que él venía de parte de Dios. Jesús suspiró profundamente y dijo:
–¿Por qué pide esta gente una señal milagrosa? Os aseguro que no se les dará ninguna señal.
Entonces los dejó, y volviendo a entrar en la barca se fue a la otra orilla del lago.
Las obras y milagros de Jesús, esas que a muchos les da la vida, no son suficientemente grandes para otros. Lo que salva a unos de sus miserias lleva a otros a la incredulidad, la mezquindad, la envidia y la provocación. Ambicionan más, porque siempre les aparece la duda a pesar de lo que sus oídos han oído y sus ojos han visto.
Todo receloso que se acerca a un enviado es con la rabia de no haber sido él el escogido, "¿por qué este y no yo?, ¿qué tiene este que yo no tenga?" Los fariseos eligen romper lazos en lugar de arrimarse a construir el Reino.
El elegido, Jesús, los ve venir y conoce a la perfección sus fines. Suspira con hartazgo a causa de este acoso que le persigue disfrazado de buenas intenciones. Se entristece al ver que en ellos no va a producirse llenura alguna con el mensaje que sostiene, que en sus vidas no habrá cambios y decide no dirigirse a ellos personalmente. Los ignora. En lugar de responderles habla a los presentes en general y les hace una pregunta que él mismo se contesta: "¿por qué pide esta gente una señal milagrosa? Os aseguro que no se les dará ninguna señal".
Para estos que no se conforman con la evidencia, que vienen pidiendo una porción propia, que nada de lo que ya conocen les convence, Jesús ni les sigue la conversación ni se les somete. Su misión no es la de contentar a los incrédulos maliciosos concediéndoles sus interminables caprichos. Además, no quiere. No va a dejarse manipular por nadie.
Dios en persona se nos presenta ofreciéndonos sanidad, comprensión, amor, perdón, liberación, salvación. Dios en persona se entrega al ser humano y el ser humano trata de encasillarlo, dominarlo a su antojo, y él no forma parte en este juego. Jesús, cuando lo que encuentra en su camino no viene con buenas ideas, no llega con limpieza y buen corazón, no está dispuesto a dar más de lo que quiere dar. No se enfrenta a esta actitud, se retira, no se agota. No se queda sin energías ante los que no van a convencerse nunca y simplemente son unos provocadores.
¿Qué hace entonces? Se aparta. Entra en una barca y se va justo al extremo opuesto de donde se encuentra.
Con este ejemplo del comportamiento de los fariseos recordamos la confirmación de que:
Aquel que es la Palabra estaba en el mundo, y aunque Dios había hecho el mundo por medio de él, los que son del mundo no le reconocieron. Vino a su propio mundo, pero los suyos no le recibieron. Pero a quienes le recibieron y creyeron en él les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado. Juan 1:10-13.
¿Qué es lo que podemos aprender de esto?
En primer lugar nos enseña a no caer en la falta de respeto de invitar al títere-dios a subir al escenario para que muestre su poder y así aumentar nuestra fe o hacer que crean otros. Puntualizo esto de nuevo porque se da mucho entre creyentes: no caer en la falta de respeto de invitar al títere-dios a subir al escenario para que muestre su poder y así aumentar nuestra fe o hacer que crean otros.
En segundo lugar, nos enseña a caminar según su voluntad, a actuar según sus enseñanzas, según el evangelio y quien tenga necesidad de creer a través de nuestro testimonio (hemos de ser reflejo suyo), que crea y quien no quiera tiene libertad para disfrutar su falta de fe como mejor pueda.
En tercer lugar, ante los provocadores la actitud que nos enseña es la de ignorarlos, alejarnos, no agotar nuestras energías y huir en sentido opuesto. Todo un reto, ahí es nada.
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