Aprobaron con nota alta y recibieron el correspondiente diploma que acreditaba que ya estaban preparados para ejercer el liderazgo.
Una mañana de marzo, cuando la primavera llegó para instalarse de lleno en la atmósfera eclesial de un modo tan espectacular que los nervios y las ganas de hacer cosas se hicieron sumamente presentes y con tanta fuerza que no se podían aguantar, a alguien se le ocurrió proponer la ejecución de un taller de liderazgo. El estallido de la noticia hizo que todos le miraran y se miraran sonriendo, con tal agrado que enseguida se pusieron manos a la obra en la preparación de los temas. La euforia entre los miembros de la congregación era patente. Cuando se abrió el plazo de inscripción los susodichos se amotinaron en la puerta del despacho donde se encontraban las solicitudes. Entre los que se inscribieron, unos eran jóvenes con ansias de poder y otros de edades más avanzadas en cuya juventud y deseos de liderar algo debió pasar que acabó truncándoles los planes y no estaban dispuestos a perder esta oportunidad.
A las clases acudieron en tropel. El taller se inauguró, se dio y concluyó con éxito, recordando la famosa frase de Julio César vine, vi, conquisté. Algunos se miraban de reojo, como diciendo "ya te enterarás tú de lo que vale un peine si consigo tenerte a mi disposición".
Así transcurrió la semana que duró la enseñanza, faltando sitio a veces, por lo que los alumnos se turnaban a ratos descansando en los asientos, a ratos apoyados contra las paredes de la sala. Aprobaron con nota alta y recibieron el correspondiente diploma que acreditaba que ya estaban preparados para ejercer el liderazgo, cuya función unos entendían mejor que otros. A partir de ahí tocaba que cada cual buscase sus pertinentes cobayas para cumplir con el periodo de prácticas.
En vista del éxito de esta propuesta, a las dos limpiadoras de la iglesia que ejercían su servicio sin haber obtenido diplomas y que, además, resultaban ser madre e hija y que, por supuesto, no se les había pasado por la cabeza hacerse líderes, pues durante esa semana se dedicaron a preparar cafés y tentempiés para los que sí, se les ocurrió imitarles y, durante sus horas nocturnas, prepararon otro taller para ser impartido en las diurnas. Se trataba de distribuir las tareas domesticas de la congregación ya que ellas no sólo limpiaban el templo sino que, además, se hacían cargo del mantenimiento general, ya fuera eléctrico o no; pintura a brocha y a rodillo; retoques variados con excelentes resultados; aire acondicionado y calefacción; cocina y baño; lavado y planchado de cualquier prenda; custodiar el orden; hacer de ujieres durante los cultos y celebraciones especiales.
Se hallaban muy ilusionadas. Sin embargo, a la propuesta no acudió nadie, sólo ellas dos que, al ver el panorama, decidieron tomarse unas largas vacaciones. Omito dar explicaciones sobre el desconcierto y las críticas de los líderes recién graduados ya que no entendieron cómo estas dos tuvieron la desfachatez de haberse ido dejándolos sin una oveja que echarse a la boca.
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