Eso puede ocurrir cuando la Biblia nos habla de un sinfín de temas con los que convivimos y, en realidad, parece que no nos interpelan para nada.
Muchas veces, si no hiciéramos callar a nuestra conciencia para que no nos sintamos interpelados por estos temas, la Biblia nos puede quemar nuestras manos, nuestros ojos y posarse sobre nosotros como si fuera un peso insoportable. Eso puede ocurrir cuando la Biblia nos habla del despojo al que son sometidos personas y pueblos, de las críticas a los religiosos, de las condenas a los santones que se autojustificaban a sí mismos, de los pobres, de los ricos, de los acumuladores de la tierra, y un sinfín de temas con los que convivimos y, en realidad, parece que no nos interpelan para nada. Quizás porque nosotros ya hemos hecho un cristianismo a nuestra medida.
Así, habría que preguntarles a los acumuladores del mundo, a los que no pagan lo justo a sus trabajadores, a los religiosos confiados en sus cumplimientos del ritual, a los ricos que dicen ser convertidos, pero no comparten o, en su caso, sólo dejan comer a los pobres de las migajas de sus banquetes, habría que preguntarles si, cuando leen estos temas bíblicos de total relevancia y prioridad en la Biblia, ésta no les quema las manos, o los ojos, o el corazón.
Ser cristiano y acumulador, guardando en sus cuentas corrientes sin compartir hasta que les duela, hasta vender y usar lo que tienen para eliminar pobreza en el mundo, no es una situación envidiable para el seguimiento. Quizás, la frase radical de Jesús: “Anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y ven y sígueme”, seguro que algo tiene que decir hoy a los que ostentan y guardan sus riquezas en sus almacenes como el rico necio. ¿Son todos estos valores exculturados de nuestra vivencia cristiana, del evangelio que, quizás hemos hecho a nuestra medida?
La Biblia puede quemar no sólo las manos de aquellos que la manejan siendo insolidarios con el prójimo, con los pobres de la tierra. Más que las manos, puede quemar las entrañas. Pero, ¿es así o, en su caso, acallamos tantos nuestras conciencias que nos convertimos en unos “sin conciencia” y, de esta manera, esa conciencia cristiana, que nos debería llevar a sentir ese fuego en nuestras manos, ya no nos interpela? Conciencia muerta por la vivencia de una espiritualidad cristiana mutilada.
Cuando la Biblia nos dice que el despojo de los pobres está en las mesas de los integrados, de los que acumulan casa a casa y heredad a heredad, ¿lo aceptamos como un valor bíblico, o también lo exculturamos de nuestra vivencia cristiana? ¿Está justificada esta dureza bíblica? Por supuesto que sí, fundamentalmente si miramos estos textos desde el prisma del concepto de amor al prójimo que nos dejó Jesús.
Los asertos bíblicos son aterradores: “El despojo del pobre está en vuestras mesas”. ¿Está justificada esta dureza? Mirad el mundo, un espacio de ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres. ¿Están estas afirmaciones en línea con la realidad social y económica del mundo? Yo diría: Por supuesto que sí. La solución sería que hubiera cristianos que viven la auténtica línea de la espiritualidad que brota de las palabras de Jesús, desde el principio de su ministerio hasta su muerte.
Hay causas, pero también causantes de la pobreza. A éstos habría que decirles si, en algún momento, leen la Biblia sin pasar por alto los textos que nos inquietan o interpelan. También preguntarles si, en su ser acumuladores de bienes y guardarlos en sitios seguros sin pensar en el dolor ajeno, no les lleva a que, cuando leen los textos bíblicos, sientan fuego en sus manos. Quizás, también en su corazón y en sus entrañas.
En el mundo podría haber alimentos suficientes para todos, sólo con que se hicieran renuncias y se modificaran estilos de vida de aquellos que, quizás, sienten que algo les quema en sus manos cuando leen la Biblia. Se necesita aprender un valor bíblico importantísimo y necesario: el compartir. “Es más feliz dar que recibir”, nos dice la Biblia, pero no buscamos esta felicidad en el mundo. Muchos son los que, aun siendo cristianos, buscan su felicidad en el poseer. Pero la Biblia intenta volver a quemarnos las manos cuando nos dice: “La vida no consiste en la abundancia de los bienes que se poseen”.
No permitamos que la Biblia nos queme las manos, ni que acallemos nuestras conciencias insolidariamente para que no nos interpele. Busquemos esa la felicidad del dar y del compartir que nos enseña la Biblia, pero, quizás, acercándonos un poco a la radicalidad de Jesús. No sólo dar y compartir de lo que nos sobra. Es entonces cuando la Biblia será frescura en nuestras manos y en nuestros corazones.
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