El desprecio puede ser farisaicamente encubierto hasta con ropajes y semblantes religiosos.
El desprecio es un contravalor, contracultura, en relación con los valores del Reino. Hay mucha gente hay en el mundo que es despreciada. El desprecio no siempre es visiblemente activo, como escupir a alguien, insultarle públicamente, reírse abiertamente de alguien considerándole necio, ignorante o malvado Despreciar no es siempre lanzar palabras vejatorias que llamen la atención o que hagan sufrir a un semejante.
Despreciar puede ser algo pasivo, medio oculto o, en su caso, el desprecio puede ser farisaicamente encubierto hasta con ropajes y semblantes religiosos. Suele haber una correlación importante en la Biblia entre los que son prepotentes, los que confían en sí mismos como justos, aquellos que son fachadas hipócritas blanqueadas por fuera, y el hecho de practicar el desprecio de manera más o menos ostensible o abierta.
¡Curioso! Muchos muestran su desprecio al prójimo mientras están hablando con el mismo Dios, aunque sus palabras no vuelen hacia el eterno y sean interceptadas como pecaminosas e impropias. Estas pueden ser palabras de desprecio contra el prójimo y dichas con el orgullo que produce una falsa oración que no sale nunca del techo de los templos: “Gracias porque no soy como otros hombres, ladrones, injustos adúlteros, ni aún como este publicano”. Triste oración de un prepotente que se autojustificaba a sí mismo despreciando al prójimo que tenía cerca de él. La oración del desprecio.
Palabras típicas de autojustificación, de los necios que confían en sí mismos: “Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano”… y así podríamos continuar diciendo que cumplo con la iglesia, conozco los mandamientos, puedo llevar mi cabeza levantada y no como tantos otros o como este hombre que está cerca de mí en tu santo templo. Prepotencia, deseos de autojustificación, falta de humildad, desprecio del prójimo. Desprecio, desprecio, desprecio… la prepotencia y el deseo de aparentar ser justo ante los demás, nos puede llevar al más cruel desprecio.
Correlación curiosa: Confiar en uno mismo y despreciar a los otros. Lo curioso es que, en muchos casos, se puede despreciar a otros simplemente callando ante los abusos e injusticias del mundo, dando la espalda al grito de los sufrientes, de los pobres, levantando la cabeza mirando al cielo, mientras que nuestro corazón se llena de menosprecio, de puro desprecio, intentando acallar nuestras conciencias mirando para otro lado y, como el fariseo, dando gracias al Señor porque no somos como tantos miserables que hay en el mundo. Desprecio, desprecio.
¡Cuidado! La parábola del fariseo y el publicano va dirigida “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros”. Luc. 18:9. Hay que tener mucho cuidado. Recordad el final de la parábola: El que descendió justificado fue el publicano que se creía pecador, estaba lejos sin atreverse a alzar ni aún sus ojos al cielo, que se golpeaba el pecho y que decía: “Señor, sé propicio a mí, pecador”.
Qué curioso, qué llamativo, qué importante recordarlo. Del pobre publicano, en relación con el fariseo puesto en pie y “orando consigo mismo”, quizás mirando al cielo con falsa seguridad y prepotencia, se dice que el publicano “descendió a su casa justificado antes que el otro”.
El fariseo que practicaba el desprecio, el religioso hipócrita que se enaltecía, el que daba gracias a Dios por no ser como ese pobre publicano pecador, fue humillado. La conclusión sería que el que se enaltece, se llena de prepotencia, se cree religioso perfecto y el que desprecia a su prójimo aunque éste sea tildado de pecador, será humillado. Despreciar es un contravalor y está en contracultura con los valores del Reino que nos dicen que “muchos últimos serán los primeros”.
Jesús trastocó todos aquellos valores de esos religiosos en el tiempo de Jesús dando un giro de ciento ochenta grados como enseñanza a los que le quieren seguir, apreciando a los despreciados y valorando a todos los rechazados según los valores de aquellos que confiaban en sí mismos como justos. Es como un gran toque de atención de Jesús a aquellos religiosos que menospreciaban a muchos por su situación económica, social o eran considerados pecadores por esos prepotentes que se autojustificaban a sí mismos despreciando a los otros, al prójimo en dificultad.
Como última e importante conclusión ante el desprecio, se puede dar ésta: No se puede orar a Dios mientras que menospreciamos al hermano. Nuestra oración será interceptada y hará que sea una oración como la del fariseo que se nos dice, extraña y curiosamente, que oraba para consigo mismo.
La especie de moraleja o enseñanza final de la parábola, es una enseñanza universal para todo creyente y que la parábola deja como frase final a la que debemos atender y de la que debemos aprender: “El que se humilla será enaltecido”. Sólo ese. No asó aquellos que practican el desprecio para con el prójimo.
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