Antes de emprender el viaje, había otra sorpresa en los cielos: una conjunción de Marte, Júpiter y Mercurio. Parece que los cielos bailaban de alegría.
Después de los acontecimientos del 17 de junio del 2 aC, los magi deben de haber tomado la decisión de emprender su viaje hacia Jerusalén. Era demasiado claro lo que Dios había puesto en los cielos: primero la triple conjunción de Júpiter y Regulus, seguida de otra conjunción tan espectacular que Júpiter y Venus parecían una sola estrella. Nadie había visto jamás una conjunción así. Pero no era simplemente el nacimiento de un rey judío lo que les facilitó la decisión de viajar. Fue el hecho de que este Rey sería el “Mesías Príncipe” (Daniel 9:24). Porque era la época del cuarto reino (Daniel 2:40.44). A los magi no se les habrá escapado este detalle, anunciado en varias profecías de su gran maestro Daniel. Pero el 19 de agosto, antes de emprender el viaje, había otra sorpresa en los cielos: una conjunción de Marte, Júpiter y Mercurio. Era la novena conjunción en 15 meses. La probabilidad de que esto ocurra en este corto espacio de tiempo es una vez cada 540.000.000 años. Parece que los cielos bailaban de alegría.
Seguramente los preparativos para el viaje tardarían unas semanas. Habría que conseguir el beneplácito del rey de Partia, por lo cual su camino les llevaría por su capital, Susa. Y seguramente, la comitiva consistía no solamente de tres personas sino de una caravana en toda regla, de tal vez 20 a 30 personas con sus respectivos camellos de montar y de carga, incluidos soldados para la protección en el camino. Por las altas temperaturas en verano en la zona es incluso probable que no se pusieran en camino en dirección oeste hasta el mes de octubre. Muy probablemente viajarían la ruta tradicional a lo largo del valle de Éufrates, luego cruzando el desierto de Siria, llegando finalmente a Tadmur que se conocía en el imperio romano bajo el nombre de Palmira. De allí habrían tomado el camino hacia Damasco para luego bajar por el valle del Jordán hacia Jerusalén.
Sin duda, los magi estarían bien informados sobre la ruta y la geografía de su itinerario. Mucha gente solía tomar este camino y era particularmente conocido entre los judíos que vivían en Babilonia, Persia y Media. Más de uno había hecho este viaje por lo menos en algunas ocasiones para estar en las fiestas principales del calendario judío en Jerusalén (pesaj, shavuot y sukkot que son la pascua, pentecostés y la fiesta de los tabernáculos). Que esto no es ciencia ficción nos lo confirma Lucas en Hechos 2:9 cuando habla de la fiesta de pentecostés y de los grupos presentes: “Partos, medos, elamitas (persas) y los que habitamos en Mesopotamia…”. No era necesario que ninguna estrella les guiase en el camino hacia Jerusalén, aunque muchas tradiciones y hasta canciones de Navidad hablan de una estrella que hacía de guía. El texto bíblico no lo menciona y que la estrella iba por delante de ellos… de esto hablaremos la semana que viene. Si el Mesías había llegado, entonces solamente había un sitio donde buscarlo: Jerusalén. Y no era necesario un GPS celestial para guiarlos allí.
Sin embargo, el planeta Júpiter, tsedeq, el planeta real, estaba cada vez más alto en los cielos nocturnos, como compañero silencioso y reluciente.
Saliendo del oasis de Tadmur, los magi podrían haber llegado a Damasco a finales de noviembre o inicio de diciembre del año 2aC. Bajarían a continuación por los altos del Golán, la antigua Basán, y cruzarían el río Jordán cerca de Bet-Shean. Llegando a Jericó unos días más tarde, subirían a Jerusalén por el wadi Quelt. A mediados de diciembre vislumbrarían finalmente la ciudad de Jerusalén. En la segunda parte de la noche, el planeta Júpiter, tsedeq, el planeta real, de nuevo estaría muy alto en los cielos nocturnos de la capital de Judea.
En aquellos días, Herodes, de unos 70 años, estaba con problemas serios. Desde hacía medio año sabía que su propio hijo Antípater había planeado un atentado contra él para quedarse con el poder. Herodes estaba esperando el permiso del emperador romano Augustus para poder ejecutarlo. Pero este permiso tardaba. Esto explica el estado de nerviosismo de Herodes.
Al ver aparecer a la comitiva de oriente en la ciudad preguntando por el nuevo rey de los judíos se le deberían haber encendido todas las luces de emergencia. Probablemente, los magi llegan a la capital de Israel poco antes de la fiesta de Hanukkah que se celebraba en aquel año del 22 al 29 de diciembre. Y van directamente hacia el palacio de Herodes, el segundo edificio más importante de la ciudad después del templo, con sus tres torres sobresalientes en la parte noroeste del muro superior de la ciudad. Ellos viajaban en misión oficial y por lo tanto era de rigor diplomático presentar sus respetos a Herodes el Grande.
Los sabios no tardarían mucho en mencionar la estrella, el planeta Júpiter y seguramente los demás fenómenos estelares que habían visto. Además los historiadores contemporáneos de aquellas fechas nos cuentan que la gente tenía expectativas de que algo especial iba a ocurrir.[1] El historiador romano Tácito escribe:
“La mayoría estaban convencidos de que estos acontecimientos se hallaban registrados en las antiguas escrituras de los sacerdotes, y que en aquel mismo tiempo Oriente iba a prevalecer, y saldrían de Judea quienes habían de dominar el mundo.”[2]
En su obra De Vita Caesarum: Divus Vespasian 4,5, Sueton dice que “se había extendido por todo el Oriente una antigua y establecida creencia de que en aquel tiempo el destino había establecido que hombres de Judea iban a gobernar el mundo.”
Pero no solamente los autores seculares, sino la Biblia misma indica ese ambiente de expectativas mesiánicas: la gente - particularmente los fariseos - de la época de Jesús estaban a la expectativa de la llegada del Mesías. En Juan 1:41 leemos: “Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo).”
Incluso la mujer samaritana tenía esa idea en la mente. Dijo a Jesucristo en Juan 4:25: “Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas.”
Desconcertado por sus preguntas, Herodes convoca a sus propios consejeros, los principales sacerdotes y los escribas. Siendo él de origen edomita no disponía de conocimientos suficientes para poder averiguar el lugar donde el Mesías iba a nacer. Ellos correctamente citan Miqueas 5:2: Belén Efrata sería el lugar del nacimiento del Mesías, en la comarca de Judea.
A partir de allí en la mente de Herodes se forma un plan diabólico. Sin embargo, no era un plan sin precedentes: en el año 63 aC, personas que pretendían conocer el futuro habían hecho una presentación delante del senado romano donde explicaron por qué en aquellos días un nuevo emperador había nacido. El senado romano respondió a esta revelación con la orden de matar a todos los varones recién nacidos con la edad aproximada del posible candidato.[3]
¿Esto nos suena familiar? Cuando Herodes finalmente da la orden de matar a los niños de Belén simplemente estaba siguiendo un precedente de la historia romana. Y precisamente por esta razón, toda la ciudad de Jerusalén estaba muy preocupada. Cabía la posibilidad de que iba a correr sangre. Y así fue.
Pero antes, a los magi les esperaba la cita más importante de su vida.
Notas
[1] Como ejemplo, Sueton nos relata en De Vita Caesarum DivusTiberius, 69.
[2] Tácito,Historiae,V,13
[3] SuetonDe vita Caesarum, divus Augustus 94,3
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