La palabra verdad se encuentra más veces en evangelio de Juan que en ningún otro del Nuevo Testamento, de modo que Juan es el paladín de la verdad.
Popularmente Juan el evangelista es conocido como el apóstol del amor, debido a las muchas ocasiones en las que las palabras amar y amor aparecen en el evangelio que él escribió. Como consecuencia, es fácil deducir que Juan es un azucarado autor, en el que solamente lo dulce es el componente de su evangelio. Pero nada más lejos de la realidad, porque si hay razón para denominarlo el apóstol del amor, también hay razón para denominarlo el apóstol de la verdad, en vista de la cantidad de veces que esa palabra aparece en su evangelio. De hecho, la palabra verdad se encuentra más veces en ese escrito que en ningún otro del Nuevo Testamento, de modo que Juan es el paladín de la verdad.
La verdad tiene una importancia primordial, incluso a nivel humano meramente. La verdad es la base de la justicia, porque es imposible que un tribunal pueda emitir una sentencia justa si antes no ha llegado a dilucidar la verdad del caso. De ahí todo el proceso en el que se escucha a las partes, se aportan pruebas a favor o en contra, los testigos manifiestan lo que saben y la defensa y la fiscalía presentan sus argumentos. La verdad es también la base de la confianza, pues solamente cuando hay verdad en las relaciones se puede establecer y edificar algo sólido. Igualmente la verdad es el fundamento de la seguridad, porque nos proporciona asideros firmes a los cuales agarrarnos, sabiendo a qué debemos atenernos, qué hemos de creer y seguir, todo lo cual supone un terreno estable, que no se hunde ni se tambalea. También la verdad es el fundamento de la integridad, porque proporciona la necesaria coherencia personal. Así pues, la justicia, la confianza, la seguridad y la integridad dependen de la verdad. La conclusión es que sin la verdad no se puede vivir.
Eso quiere decir que lo contrario de la verdad, que es la mentira, es la puerta de la injusticia, de la desconfianza, de la inseguridad y de la corrupción. Es notable que la mentira, la primera mentira en la historia de la humanidad, sirvió de entrada al pecado, una vez que fue creída, con todas las consecuencias resultantes. La mentira lo destruyó todo y así la humanidad ha quedado desprovista de la verdad y a merced de la mentira.
Pero ante este patético estado de cosas, el apóstol de la verdad nos muestra en su evangelio tres grandes proposiciones acerca de la misma.
Ese referente absoluto es un ser humano. La misma Biblia que nos enseña que son mentira los hijos de varón, también nos enseña que un varón es la medida perfecta de la verdad, al decir que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad. En Jesucristo está la verdad en su grado íntegro, impidiendo esa plenitud que algo de error pueda darse en él. Por eso, al compararlo con los grandes personajes de la historia todos los demás palidecen, al notarse en ellos, cuando se profundiza en sus vidas y palabras, todo el yerro que les es innato. Llama la atención la conjunción de las palabras gracia y verdad. En el sentido humano ambas son incompatibles, porque si hay inclinación hacia la gracia es a costa de la verdad y si hay tendencia hacia la verdad es en perjuicio de la gracia. Pero en Jesucristo gracia y verdad son perfectamente compatibles. Llama también la atención el orden en el que ambas palabras están puestas. Primero gracia y luego verdad. Eso no quiere decir que la gracia sea más importante que la verdad, sino que en atención al estado desesperado en el que hemos quedado, necesitamos esa gracia atrayente y poderosa que nos llama a acercarnos a él, porque ¿quién podría acercarse si se comenzara a partir de la verdad?
Pero además del referente perfecto en cuanto a la verdad, Juan también nos muestra el maestro interno que nos enseña la verdad, el Espíritu de verdad. Esta expresión, Espíritu de verdad, para referirse al Espíritu Santo, es exclusiva de este evangelio. Procede del Padre, luego no es un producto humano que esté sujeto a la mezcla verdad-error que hay en todo lo humano. Es enviado por Jesucristo, luego hay una consonancia plena entre emisor y emisario, en cuanto a la verdad. Su oficio es morar dentro de nosotros, de modo que es el maestro interior que nos imparte desde adentro, al iluminar nuestro entendimiento, el conocimiento de Jesucristo. Ese Espíritu de verdad nos guía a toda la verdad, de tal manera que hay un crecimiento continuado en ella, al igual que el maestro comienza impartiendo los rudimentos básicos al alumno, para irlo llevando paulatinamente a lo más profundo.
Pero además del referente perfecto y del maestro interno perfecto en cuanto a la verdad, Juan recoge también que hay un documento perfecto sobre ella. Tu palabra es verdad. ¡Qué importante es esta declaración! Porque es fácil confundir lo que es del Espíritu de verdad con lo que es de nuestro propio espíritu, dado lo engañoso que es nuestro corazón. Ha habido muchos a lo largo de la historia que se han perdido en fantasías místicas, por haberse desentendido del documento que es la verdad. Esa verdad es definida, porque tiene un contenido preciso, de Génesis a Apocalipsis. Es comprensible, porque hasta un niño puede entenderla, aunque haya cosas tan profundas que superen la inteligencia del más sabio. Esa palabra de verdad nos enseña sobre Dios, sobre nuestro fracaso y también sobre nuestro remedio. Es confiable, segura y fiel.
En medio de la confusión de este mundo, con sus posverdades, sus medias verdades y sus verdades relativas, que no son sino disfraces de la mentira, qué descanso es saber que tenemos un referente divino-humano perfecto de la verdad, un maestro interno divino perfecto de la verdad y un libro divino-humano perfecto de la verdad. Y también saber que los tres concuerdan, porque Jesucristo envía al Espíritu de verdad, el cual ha inspirado el libro de la verdad.
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