No hay quijotes evangelizadores que se vayan voluntariamente a vivir a muchas zonas de los centros urbanos, fundamentalmente los antiguos, con el propósito de crear tejido social evangélico que vaya leudando toda esa masa social.
A veces, los cristianos pensamos que nuestro campo de misión está en alejadas zonas, en campos misioneros con problemáticas que, a veces, no conocemos bien, pero que oramos por ellos y pedimos al Señor que lleve obreros a su mies. Sin embargo hay un campo de misión urgente y preferente que, estando muy al alcance de nuestras manos y de nuestros posibles esfuerzos, lo olvidamos. Un campo de misión lleno de dificultades y violencias sin fin, diferentes tipos de presiones insanas y complejas a las que no nos sentimos animados a ayudar.
Se trata de los centros urbanos —un tema vivido muy especialmente por mí que vivo en el centro antiguo de Madrid—, los entramados que se dan en el corazón de las grandes ciudades, allí donde, en la mayoría de los casos, no hay iglesias evangélicas, y los esfuerzos evangelizadores o misioneros apenas llegan. Sí. Centros moldeados por violencias sin fin. Si no la violencia con armas, que si ocurre es ocasional, sí se puede decir que hay una concentración fuerte de violencias en esos centros urbanitas. Actúan como enormes imanes que atraen violencias de muy diferentes tipos.
Vosotros, cristianos preocupados por la violencia que sufren muchas mujeres prostitutas por necesidad, o que son obligadas a ello. Pues esa puede ser una de las violencias urbanitas, de los centros de las grandes ciudades. Podría narrar calles de Madrid, infectadas por la trata, pero no es el caso, ya que el fenómeno es similar en todas las grandes ciudades del mundo.
También, aunque los cristianos oramos por los necesitados, por los pobres, incluso ante nuestras mesas repletas de alimentos, no solemos hacer un acercamiento a la pobreza urbana. Es una de las violencias que la sociedad ejerce contra los desposeídos, los marginados y pobres que deambulan por las calles céntricas como si fueran espacios en donde es posible buscarse de alguna manera la vida. Se sumergen en un anonimato que no consiguen en sus pueblos o lugares de origen.
¡Alerta creyentes! Es como una luz roja que se enciende como denuncia a la escasez de movimientos cristianos que se mueven entre ellos en las grandes ciudades. Se da un cierto abandono. Carencia de iglesias y centros asistenciales evangélicos para la gran masa problematizada que se mueve en los centros de las megaurbes.
Otra violencia que asusta, es la de los narcotraficantes y la de las mafias que actúan a la vista de todos y son reclamo de jóvenes, tanto españoles como extranjeros, que se acercan en ansiedad anhelando consumir droga. No es difícil para los viandantes el poder distinguir por los parques y las calles céntricas el trapicheo y la venta de droga, mientras se preguntan si es que ese comercio es indetectable para otros estamentos policiales o gubernamentales. Pareciera que los cristianos tampoco detectan mucho estas problemáticas en los centros urbanos, y no se percibe una cercanía o la organización de un trabajo evangélico urbanita.
Quizás sea difícil la acción cristiana en algunas de estas violencias. Pensemos, por ejemplo, en el espectáculo tremendo que es el de los narcopisos que asustan y enfadan a los vecinos, mientras que tienen que escuchar ruidos y silbidos estridentes con los que se anuncian los compradores. Llamadas continuas de los moradores de estos barrios a la policía, llegada de estos con todo su despliegue de coches y sirenas, voces de vecinos que les dicen que se vayan del barrio y, en su caso, improperios, insultos, gritos de los que han sido engañados, o dicen que lo han sido, y movimientos en los que parece que ese piso va a ser desalojado y tapiado. Pero, en la mayoría de los casos, no es así.
No hay trabajo evangelizador, o lo hay muy, pero que muy escasamente, entre las bandas de ociosos, alcohólicos y drogodependientes en las plazas y parques de las zonas céntricas. Aunque, aparentemente, estos ociosos estén tranquilos, hay viandantes que tienen sus miedos, y pasan rápido como si sobre ellos pudiera caer alguna maldición. Tampoco se ven esfuerzos evangelizadores en relación a los pisos de okupas que, en ocasiones son desalojados, pero que, en muchos casos, permaneces tiempo y tiempo dando lugar a sensaciones de inseguridad a los vecinos y creando situaciones de cierto miedo.
Hay personas y familias, integradas social y económicamente, que permanecen en estas zonas, pero otros se largan de estos barrios. Huyen a las zonas residenciales fuertemente protegidas... y muchas iglesias también. No hay quijotes evangelizadores que se vayan voluntariamente a vivir a muchas zonas de los centros urbanos, fundamentalmente los antiguos, con el propósito de crear tejido social evangélico que vaya leudando toda esa masa social.
¿Cómo va a ser la situación de violencia en las ciudades a lo largo de nuestro siglo? ¿Verán los cristianos los centros urbanos como punto de misión urgente y preferente, o huiremos todos abandonando a estas personas a su suerte? Yo dejo esta reflexión para ver si alguien se anima a hacer algo evangelizador y de mano tendida en medio de estas zonas urbanas, los centros urbanos de las grandes ciudades. A ver si alguien pudiera decir: “Señor: Envíame a mí”.
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