Hoy, Dios puede actuar en el mundo de forma directa, como hizo Jesús cuando estuvo entre nosotros haciendo bienes, pero también quiere que sus seguidores se paren y actúen ante estos gritos por misericordia.
¿Por qué sufres en silencio cuando hay alguien cerca de ti que te puede escuchar? Lo que entendemos por grito, normalmente, se refiere a poner en juego nuestras cuerdas bucales, nuestra garganta, para lanzar ese sonido, ese SOS que puede llegar tremendamente lejos. Pero, ¿sabes una cosa? También se puede gritar con el corazón, con el alma, con el sentimiento, con las entrañas que Dios ha conformado en el interior de nuestro cuerpo. Puedes sufrir en silencio si quieres, pero algunos han gritado y han sido oídos. Han conseguido, incluso, que Jesús se pare en medio de su camino para hacerse eco de ese nuestro gritar. El Señor está dispuesto a detenerse ante el grito del hombre que clama.
¿Quién te rodea? Es posible que algunos de ellos, de esos familiares o amigos que tú consideras cercanos, quieran callarte, quieran ahogar tu grito se apague, cuando, quizás tú, estás deseando lanzar tu SOS. Ellos quizás no te escucharán, es posible que, incluso, se enfaden. Pero si tú sientes la necesidad del grito, no te reprimas, abre tu garganta o, en su caso, tu corazón, tu alma o tu sensibilidad entera, y lanza ese que, incluso, puede ser un alarido en busca de ayuda y consuelo.
Eso es lo que hizo un personaje bíblico que sufría la marginación total, la enfermedad, la ceguera, la exclusión social. Sentía y sabía que alguien le podría escuchar. Gritaba y gritaba. Lo primero que se encontró, fue la oposición de muchos que le conocían y rodeaban. Observó el dedo sobre los labios, pidiendo silencio, para ahogar su grito, el clamor por el silencio. ¡Cuidado! Puedes molestar a quien te escucha, ¡Deja de gritar de una vez! La frase del texto que narra este ambiente, era ésta: “Y muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí!”. Marcos 10:48.
Que no te callen. Si alguien tan importante como Jesús ha despertado tu esperanza, y si lo sientes, grita. Si no quieres dar el grito de voz que puede alarmar a algunos, grita desde tu corazón, desde tu alma o tus entrañas, pero sigue gritando. Quizás, nosotros también podamos parar a Jesús mismo para que incline hacia nosotros su oído.
El grito no es por riquezas, ni por tener cosas innecesarias, ni por tener fama o poder. El grito que yo apoyo es aquel que clama por misericordia. Ese que tú puedes lanzar al Todopoderoso, diciendo con urgencia y como llamada de socorro: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí!”. Es un grito lógico, consentido, humano. Un giro hacia lo divino, hacia aquél que, realmente, puede tener misericordia de nosotros. Un grito que potencia nuestra esperanza. Un clamor que hace que lo divino se acerque a nosotros.
Además, este es el método: Si te ordenan que te calles, grita aún mucho más. Es tu oportunidad. Puedes declararte en rebeldía contra aquellos que quieren ahogar tu llamada o petición de la misericordia. Confía. El que te escucha, se parará. Lo grandioso es que lo divino se puede parar ante ti, humano sufriente. No pierdas la oportunidad.
También, estamos en un mundo en el que ya muchos no pueden gritar, están resignados y aplanados por las injusticias del mundo. ¿Qué pasa con los que no pueden gritar? ¿Qué podemos hacer? Pues el método bíblico quizás nos aconseje a sus seguidores, a los que nos llamamos sus discípulos, que prestemos nuestro grito a aquellos agotados, oprimidos y abusados que ya no tienen fuerza, ni iniciativa, ni energías para lanzar su propio grito.
También puede ser que la garganta de muchos sufrientes haya quedado ya ronca, seca, áspera e inutilizables para el grito. ¿Podemos hacer algo? Sí. Debemos gritar nosotros por ellos, clamar por justicia, misericordia y liberación de aquellos sufrientes que ya no tienen capacidad de grito. Cristianos: Unámonos al grito de los sufrientes de la tierra, de los pobres, de los torturados, oprimidos, enfermos y despojados de dignidad y de hacienda. Es la solución que se nos demanda si queremos ser buenos prójimos.
La rebeldía del ciego Bartimeo triunfó. Jesús se paró en su actuación evangelizadora y rescatadora del hombre. No pudo pasar de largo sin ser movido a misericordia. Hoy, Dios puede actuar en el mundo de forma directa, como hizo Jesús cuando estuvo entre nosotros haciendo bienes, pero también quiere que sus seguidores se paren y actúen ante estos gritos por misericordia. Jesús se detuvo para sorpresa de la multitud. Nunca fue sordo al grito del marginado. Nunca pasó de largo para enseñanza a todos nosotros que, aunque el grito en el nombre de Jesús impresione, no debemos dejar de hacerlo, sea individualmente o, en su caso, el grito de los cristianos unidos gritando a favor de los débiles y sufrientes de la tierra.
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