Un Evangelio que se despreocupa del destino de los sufrientes, es una evangelización que está cayendo en la tentación.
Es verdad que, en la evangelización, también podemos ser tentados. Sí. La Evangelización tiene sus tentaciones, que no vienen precisamente de Dios, para que nuestro esfuerzo evangelizador no se adapte a los parámetros bíblicos y, así, no alcance su fruto.
Una de las tentaciones es la de evangelizar desde los integrados del sistema mundo y, desde allí, lanzar mensajes evangelísticos a toda la humanidad. En Jesús fue al revés. Se posicionó al lado de los sencillos, marginados y sufrientes, y, desde allí, lanzó sus mensajes evangelísticos a todo mundo.
Quizás, una de las mayores tentaciones es no unir nuestra evangelización a la dinámica de los valores del Reino que exaltan a los humildes y a los últimos. Así, lanzamos nuestro mensaje evangelístico sin los compromisos ni preocupaciones ante la injusticia, la opresión y el sufrimiento del mundo en general. Si caemos en esta tentación, hacemos una evangelización no arraigada en nuestra historia, de dimensión vertical que mira más, o casi únicamente, al cielo, olvidando los focos de conflicto que se dan en el suelo y en donde sufre nuestro prójimo.
Es verdad que, a muchos evangelistas, les es difícil conjugar el mensaje metahistórico, sublime y de referencias al más allá, con la preocupación por la injusticia, la opresión de los débiles y la pobreza y exclusión que se da en el mundo de forma escandalosa. Pero es un mandamiento bíblico ineludible.
Otra de las grandes tentaciones es no saber conjugar, tal y como hicieron los profetas y Jesús mismo, el anuncio de las Buenas Nuevas con la denuncia de las estructuras injustas económicas y de poder, la denuncia de aquellos que las mantienen y sostienen, y la fuerte denuncia a los que abusan de los débiles de la tierra. En una correcta evangelización, el anuncio y la denuncia deben caminar juntos. Esta debe ser la línea evangelística de los seguidores del Maestro. Él supo aunar ambas facetas dándonos ejemplo.
También, una gran tentación de la evangelización es hacerla cómoda para los que nos escuchan, hablando de las bendiciones celestiales, de los goces y disfrutes de conocer al Dios de la vida, pero poco de los compromisos que todo convertido adquiere, no sólo ante Dios, sino ante el prójimo. Muchas veces, no se les enseña ni se les advierte a los evangelizados del hecho de que creer es comprometerse también con el prójimo y con el mundo, lo cual nos va a llevar a trabajar por un mundo más justo, buscando el equilibrio en el reparto de los bienes de la tierra que son de todos, y a la crítica de los necios que almacenan insolidariamente, sin amor. No hay que caer en esta tentación para los evangelistas. Es algo fundamental en la doctrina bíblica y que todo evangelizado debe tener nociones de su responsabilidad ante el hombre y ante el mundo. Recordad la parábola del rico necio.
Por tanto, toda evangelización cómoda, no comprometida, que mira sólo al cielo, y de predicación de un Evangelio que se despreocupa del destino de los sufrientes, es una evangelización que está cayendo en la tentación.
Otra de las tentaciones de la evangelización, sería perder las referencias de lo sagrado. Muchas veces vemos como único lugar sagrado el templo. Allí llevamos a aquellos que se han convertido, los dirigimos al culto, al ritual, al ceremonial. Y no está mal, pero quizás sea algo incompleto. También les conducimos hacia la piedad personal y hacia la búsqueda personal de la salvación, cuando, realmente, no les mostramos otros lugares sagrados que, además de Dios mismo, son el hombre, el prójimo, el ser humano al que nos debemos como mano tendida, el sufriente ante el cual debemos sentirnos movidos a misericordia. Evitamos el llevar al recién convertido al enfrentamiento con la injusticia, con el robo de dignidad de muchos seres humanos que son nuestros prójimos en nuestro aquí y nuestro ahora. Faltamos a la doctrina bíblica. Una tentación realmente dañina.
Quizás Dios quiere que, tanto el evangelizador como el evangelizado, se mezclen con los hombres empatizando con su sufrimiento, que vivamos con ellos y entre ellos. No todo consiste en la redirección a los templos para el ritual, sino que el compromiso humano, tanto con Dios como con el prójimo, debe ser mostrado y enseñado en la tarea evangelizadora.
La evangelización, el evangelizador y el evangelizado, no pueden ser indiferentes ni dar la espalda al grito del prójimo sufriente. Sería algo muy cómodo, quizás gozoso, el pensar sólo en las realidades trascendentes, pero insolidario, falto de amor y de compromiso.
El evangelista no sólo debe reconducir a sus evangelizados hacia lo excelso del Dios santo sentado en su trono de gloria, que nos prepara un lugar precioso en el cielo, sino que debe reconducir también su mensaje evangelístico hacia el compromiso con Dios y, por ende y por amarle en relación de semejanza con Dios, también con el hombre, con el prójimo, con el apaleado y sufriente de este mundo.
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