¿Qué es lo característico de la unidad cristiana? La combinación de sus raíces, sus creencias, su amor y su propósito.
Acabamos de celebrar el día de la Reforma. Todos somos conscientes de la importancia que alguien finalmente levantara la voz en una iglesia que ya ni siquiera merecía tal nombre. El resultado fue una división. Luego se dividieron luteranos y reformados, aparecieron los anabaptistas, y hoy nos encontramos ante un número incalculable de denominaciones evangélicas. No faltan esfuerzos para unir la voz de los evangélicos y también sus acciones. También la Alianza Evangélica es resultado de este esfuerzo.
La unidad entre dos o más personas o grupos recibe su valor de un concepto superior. La pregunta es: ¿Para qué sirve la unidad? La unidad como tal es neutral, hasta que se le aplique este concepto superior. Herodes y Pilato estaban unidos por su desprecio común contra Jesucristo (Lucas 23:12). Y en el mundo árabe se cita hasta la saciedad eso de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Todos estaremos de acuerdo que este tipo de unidad que radica en el desprecio y el error no es buena idea. Por otro lado tenemos a Pablo y Silas, cantando juntos a medianoche en la cárcel (Hechos 16:25). Esto sí es buena unidad y buena idea.
Por lo tanto, nunca es suficiente llamar a todos los cristianos a estar unidos simplemente por el hecho de estar unidos. Tienen que estar unidos en lo que caracteriza de verdad la unidad cristiana. Por lo tanto surge la pregunta:
¿Qué es lo característico de la unidad cristiana?
Es precisamente la combinación de sus raíces, sus creencias, su amor y su propósito.
1. Las raíces
Pablo nos anima a mantener la unidad del Espíritu en el lazo del amor (Efesios 4:3). Eso significa que es el Espíritu Santo aquel que nos da la unidad. Ya hablamos del hecho de nuestra inmersión -nuestro bautismo en un solo cuerpo- judíos o griegos, esclavos o libres (1 Corintios 12:13) en el artículo anterior. Hablamos de un hecho, de algo que ya pasó en el momento cuando nacimos de nuevo: formamos parte de un solo cuerpo, un solo organismo - aunque no necesariamente de la misma organización.
2. Las creencias
Nuestra fe no es una fe que sale de la nada y existe en un vacío. No vale aquello de “no creemos doctrinas, sino en una persona.” Suena bien, pero es lógicamente y teológicamente un disparate y una imposibilidad, porque esta misma afirmación ya es un dogma. Los pastores y maestros deben de formar a los creyentes “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios…” (Efesios 4:13). O sea: la unidad que buscamos es la unidad en la verdad y la verdad es la doctrina apostólica, tal y como la encontramos en las páginas de la Escritura.
Es cierto que la unidad cristiana es más que simplemente compartir ideas correctas y verdaderas. Pero tampoco se contenta con menos. Debemos de fomentar la misma mente y las mismas ideas (Filipenses 2:2 y 4:2). En otras palabras: la misma doctrina. Y aunque tal vez no nos pongamos de acuerdo en todo, aquí en la tierra hay un punto convergente: Cristo y su obra en la Cruz.
3. El amor
Estamos llamados a hacer todo lo posible para fomentar el bien de la familia de Dios aunque no nos dé la gana hacerlo de entrada (Gálatas 6:10). Pero de nuevo hay que constatar: la unidad cristiana es más que buscar el bien de los demás. Es más que aguantarlos. Es ponerlos por encima de nosotros, pero no solamente por obligación, sino por convicción (Romanos 12:10; 1 Pedro 3:8). De cierta manera, el amor puesto en práctica es el elemento visible de nuestras creencias. Porque lo que creemos de verdad, es aquello que finalmente se pone de manifiesto es nuestros actos.
4. El propósito
Y ¿cuál es la meta de los tres elementos de la unidad cristiana que acabamos de mencionar? Es el testimonio al mundo y la manifestación de la gloria de Dios. Juan lo explica así con toda sencillez y claridad en Juan 13:34-35.
La muy conocida petición de Jesucristo sobre la unidad de los creyentes de Juan 17 radica en una profunda unidad entre el Padre y el Hijo con aquellos que han sido elegidos del mundo (Juan 17:6). Hay que resaltar que el testimonio al mundo consiste en el hecho de que los discípulos estén en el Padre y en el Hijo. Y esto es muchísimo más que estar unidos simplemente en una organización. Lo que el mundo tiene que notar es que la gloria del Padre y del Hijo forma parte de nuestras vidas (Juan 17:22,23). De esta unión con Dios y de la gloria resultante brilla algo que el mundo puede ver, si Dios le concede la gracia de verlo. El último propósito de la unidad cristiana, sin embargo, no es impresionar al mundo sino glorificar a Dios. Por lo tanto, Pablo ora:
Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios. (Romanos 15:5-7).
¿Qué implicaciones tiene esto para nosotros?
1. Tenemos que buscar la plenitud del Espíritu Santo que crea la unidad de los creyentes.
2. Tenemos que conocer a Cristo mejor y darle a conocer a los demás.
3. Tenemos que amar a los demás cristianos a través de las fronteras (no necesariamente en el sentido geográfico, más bien las fronteras que solemos poner nosotros en plan individual).
Donde está el Espíritu de Dios es mi obligación de ejercer el amor. Si en algún momento he podido identificar a alguien como hermano mío, entonces tengo la obligación de acogerle con los brazos abiertos, sin tomar en cuenta su denominación, nacionalidad, estatus social y cultura. Es muy curiosa la siguiente cita de Spurgeon:
“Odio al cristianismo formal anglicano como mi alma odia a Satanás; pero amo a George Herbert1aunque este hombre es un clérigo anglicano. Odio a sus ritos y ceremonias, pero amo a George Herbert de toda mi alma y tengo un rincón de amor entrañable para cada persona que es como él. Quiero encontrar una persona que ama a mi Señor Jesucristo como George Herbert y no voy a preguntarme si debo amarle o no. No puede surgir la duda porque la respuesta es evidente: a menos que consiga no amar a Cristo no puedo dejar de amar a aquellos le le aman.”2
4. Tenemos que servir a los creyentes a través de las fronteras.
Francis Schaeffer escribió:
Hay situaciones que surgen que nos brindan unas oportunidades de oro. Cuando todo va bien y estamos en nuestro círculo de allegados pasándolo bien, no hay mucho que el mundo pueda notar. Pero cuando llegamos al punto de marcar una diferencia notable y ponemos de manifiesto unos principios inamovibles que expresan amor, entonces hay algo que el mundo puede ver y algo tangible les permite a los que no son creyentes palpar nuestro amor y que Jesucristo realmente ha sido mandado por el Padre.3
Trabajar a favor de la unidad entre los evangélicos comienza sencillamente con un reconocimiento de que Cristo ha redimido una inmensa multitud que nadie puede contar, de todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos. Y la auténtica unidad empieza a los pies de Cristo, debajo de su Palabra, aprendiendo del Maestro.
Notas
1 George Herbert (1593-1633)fue un poeta, orador y sacerdote anglicano. Su obra literaria, escrita a lo largo de 40 años, ha ganado en reconocimiento con el paso de los siglos.
2 The Metropolitan Tabernacle Pulpit Sermons, vol. XII, 6
3 Obras completas, vol. 4, 201
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